Debido a las elecciones legislativas de 2009, probablemente 2008 será el último año en que podrá proponer y empujar reformas que podrían tener un gran impacto en el futuro del país, cambios que tendrán muchas más dificultades de abordar en 2010, cuando sería la segunda y última oportunidad para el Presidente de promover grandes cambios para México y asegurar su legado histórico.

Y la forma en que ejercerá Calderón su presidencia en la segunda parte de su sexenio dependerá en gran parte de su éxito en incrementar la elección de diputados y senadores panistas. Ahora que el Presidente tiene el control de su partido, gracias a la elección (¿selección?) de Germán Martínez como líder del partido, el fracaso o el éxito del PAN de hacer elegir más diputados y senadores panistas en las elecciones de 2009 sólo se le podrá achacar al presidente Calderón, a nadie más.

Pero apostarle a promover los grandes cambios hasta 2010 es una apuesta riesgosa para el Presidente, ya que aunque es imposible predecir el nivel de desgaste político del Presidente en el cuarto año del sexenio calderonista, tiene él que asumir que el impacto del debilitamiento en la economía de EU, y las consecuencias de esto en la economía global dificultarán las posibilidades de que pueda cumplir una de sus promesas más importantes: crear más empleos. Adicionalmente, para 2010, la vorágine y la virulencia partidista de las elecciones de 2012 se empezará a sentir y vivir. ¿Pueden ustedes imaginarse las grillas dentro del PRI con posibles candidatos como Enrique Peña Nieto y Manlio Fabio Beltrones, o la guerra civil que vivirá el PRD ante el choque de universos que será la lucha por la candidatura entre Andrés Manuel López Obrador contra Marcelo Ebrard? Y ante esto, cualquier reforma que requiera algún consenso o apoyo del PRI o del PRD será imposible de negociar por Calderón. Cualquier político seguidor de Maquiavelo diría que esta es la situación ideal para Calderón, ya que entre el caos, el que sobrevivirá es el que tenga menos batallas políticas que enfrentar.

Al contrario, las diferentes facciones de los partidos buscarán asegurar que cualquier proyecto o programa del presidente Calderón que pudiese favorecer remotamente a los candidatos panistas sea saboteado, aniquilado. Los partidos y sus posibles candidatos más y más entenderán que la percepción de un sexenio exitoso de Calderón se podría traducir en un tercer sexenio panista en 2012.

Así es que las batallas políticas que enfrentará Calderón hacia el final de su sexenio podrían ser encarnizadas. En este momento en verdad no hay ningún panista que resalte en los medios de comunicación o en los corredores políticos anunciándose como el posible reemplazo de Calderón, con la excepción de Germán Martínez. Y ante el enorme número de enemigos políticos que tiene Calderón, y el hecho de que los panistas son verdaderos antropófagos, la notoriedad de Martínez podría ser verdaderamente contraproducente para cualquier futuro político del nuevo líder panista.

Hay mucho que aprender de cómo llegó Calderón a la Presidencia, y tal vez una gran ventaja que tuvo fue que al iniciar su carrera a la Presidencia muy pocos tomaron en serio sus intenciones. Ni su propio partido lo apoyó en sus intentos de convertirse en el siguiente mandatario (¡curiosamente, fue lo mismo que le pasó a Vicente Fox!). Probablemente, el candidato panista para 2012 no asomará la cabeza hasta después de 2009, para evitar ser la punta de lanza de ataques en contra de Calderón.

Por estas razones, en 2008, el presidente Calderón enfrentará un dilema político interesante: ¿a qué deberá darle prioridad? ¿A las reformas estructurales, como reformas laborales y energéticas, que tanto necesita el país, pero que debido a su rechazo en importantes sectores, podrían traducirse en un rechazo político a candidatos panistas? ¿O buscar reformas más light, parches legislativos con un impacto a corto plazo, pero que por ser menos controversiales podrían darles más oportunidades a candidatos panistas?

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Analista política