Los partidos políticos en Estados Unidos están listos para elegir a su respectivo candidato, con miras a la votación presidencial de noviembre de 2008. El próximo 3 de enero comienza, en Iowa, el proceso de primarias que terminará en junio en Dakota del Sur. Como todo en el sistema electoral estadunidense, la fase para escoger al aspirante de los republicanos y al de los demócratas es tan compleja que raya en lo absurdo: cada estado vota, a su manera y en fechas distintas, por su favorito; el ganador obtiene un cierto número de delegados que, al final de la contienda, podría ayudarle para sumar una mayoría que lo ungiera como candidato del partido en las convenciones del verano. Es un camino largo y confuso que da ventaja a los estados que ocupan los primeros lugares del calendario y a otros veinte más que se agolpan en el llamado “supermartes” del 5 de febrero. Para los aspirantes, salir avante de las tres estaciones iniciales de la agenda (Iowa, Nueva Hampshire y Carolina del Sur) se ha vuelto indispensable. El minúsculo Iowa, por ejemplo, será una batalla decisiva; perder ahí puede significar el principio del fin de una candidatura presidencial (algo francamente ridículo si se piensa que a la gente de Iowa lo que más le importa es el maíz y los biocombustibles).

Veamos el escenario específico para cada uno de los partidos.

Los republicanos.- Los partidarios republicanos han enfrentado el proceso electoral con cierto desgano. Desde el principio de la contienda, un alto porcentaje de los electores se decía insatisfecho con la baraja para 2008. De ese marasmo emergió el ex alcalde neoyorquino Rudolph Giuliani, quien ha encabezado los sondeos nacionales desde el comienzo: su liderazgo durante el 11 de septiembre y su fama de administrador eficiente y severo en Nueva York le han ayudado a esconder las posiciones liberales que, hasta hace poco, parecían ser veneno puro entre los republicanos.

Pero Giuliani aún no puede cantar victoria. En los últimos años, el Partido Republicano ha marchado al ritmo de los ultraconservadores de la derecha evangélica, para quienes optar por un liberal neoyorquino tres veces divorciado y defensor de los derechos de los homosexuales y el aborto se antoja imposible. Es debido al favor de ese segmento por el que ahora pelean dos ex gobernadores de talante conservador: Mitt Romney, de Massachusetts, y Mike Huckabee, de Arkansas. Romney mandó durante meses en las encuestas en Iowa y Nueva Hampshire, después de gastar enormes cantidades de dinero en ambos lugares. Para su desgracia, el electorado de su partido no parece dispuesto a perdonarle un factor ineludible: Romney es mormón, asunto no menor en un partido encabezado ideológicamente por la derecha cristiana más recalcitrante. Mike Huckabee, en cambio, cuenta con todas las credenciales deseables por la base religiosa republicana: no sólo rechaza la unión entre homosexuales y el aborto, sino que es un cazador ávido y, más importante aún, pastor baptista. Es, además, un hombre dicharachero y simpático, con una atractiva biografía: toca el bajo con auténtica sensibilidad roquera y perdió 50 kilos en un intento por mejorar su estilo de vida. Todo esto lo ha convertido en el caballo negro entre los republicanos: al día de hoy, Huckabee encabeza los sondeos en Iowa y Carolina del Sur y parece una buena apuesta para, increíblemente, quedarse con la nominación, ganándola, como era de esperarse, desde la derecha.

Por desgracia, la ignorancia de Huckabee en asuntos que trasciendan la agenda social interna estadunidense da para ruborizarse. Apenas hace unos días, tras la muerte de Benazir Bhutto, Huckabee aprovechó para recordar la importancia de blindar la frontera con México, por aquello de la inminente oleada de ilegales paquistaníes. De ganar la Casa Blanca, Huckabee haría ver como un genio al mismísimo George W. Bush. Mientras tanto, John McCain, el republicano que realmente merecería la candidatura, apenas y conserva relevancia. Es una pena.

Los demócratas.- La lucha demócrata se ha reducido a tres candidatos: Hillary Clinton, Barack Obama y John Edwards. Después de los primeros estados en el calendario electoral, sólo dos permanecerán de pie. La señora Clinton es la mujer a vencer. Su disciplina en campaña ha sido admirable. Sin perder una sola vez la compostura, Hillary ha hecho una operación electoral digna de los libros de texto. Aun así, lo de Clinton no es asunto cerrado. Edwards y Obama han resultado contrincantes formidables. El ex senador Edwards, compañero de fórmula de John Kerry en 2004, ha concentrado sus energías en Iowa: necesita ganar ahí para seguir con vida. Obama, en cambio, ha aprovechado su enorme carisma para atacar a Clinton en todos los escenarios. Y ha tenido éxito: lo que antes era una desventaja insuperable se ha reducido a porcentajes dentro del margen de error en las encuestas. ¿Podrá Obama vencer a Clinton?

De manera paradójica, la respuesta la tiene John Edwards. Si Edwards termina en tercer lugar en Iowa el próximo jueves y no logra despuntar en Nueva Hampshire o en su estado natal, Carolina del Sur, unas semanas más tarde, tendrá que claudicar. Los seguidores de Edwards, demócratas liberales de izquierda, seguramente se unirían a Obama. Así, no es imposible imaginar a un Barack Obama fortalecido, rebasando por la izquierda a Hillary Clinton en el supermartes de febrero.

En cualquier caso, si en este momento se tratara de apostar, lo haría por Hillary Clinton y Mike Huckabee. Después de todo, los Clinton y la derecha conservadora son tal para cual: dos temibles maquinarias políticas que no gustan del sabor de la derrota.

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