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05/01/2008 | Benazir Bhutto: asesinada por el verdadero Pakistán

Andrew C. McCarthy

Una reciente encuesta muestra que el 46% de pakistaníes tiene una buena opinión de Osama bin Laden.

 

Los aspirantes a la presidencia americana estarán deseando puntuar tan alto en Estados Unidos. Sin embargo, en Pakistán, el emir de al Qaeda derrotaba fácilmente al actual presidente del país, Pervez Musharraf, que sacó el 38%.

El presidente Bush, personificación de la campaña para llevar la democracia al mundo islámico – o al menos alguna forma de sharía light que pudiese pasar por democracia – registró el 9%. ¡Nueve

Si usted desea saber qué pensar sobre el asesinato de la ex primer ministra Benazir Bhutto en Pakistán, considere esto.

Está el Pakistán de nuestras fantasías. La floreciente democracia en cuya vanguardia están jueces, abogados y activistas de derechos humanos usando el “estado de derecho” como porra para derribar a una junta militar. En esa fantasía, Bhutto –una atractiva socialista educada en Estados Unidos, cuya destacada familia hizo causa común con los soviéticos y cuyos mandatos estuvieron plagados de corrupción – era, de alguna forma, la segunda venida de James Madison.

Y luego está el verdadero Pakistán: un enemigo de Estados Unidos y de Occidente.

El verdadero Pakistán es caldo de cultivo para la guerra santa islámica donde, para casi la mitad de la población, la única cosa más intolerable que la democracia occidental es el prospecto de una democracia falsa liderada por una mujer - de hecho, mujer producto del privilegio feudal pakistaní y de una educación occidental secular cuyo padre, el presidente Zulfiquar Ali Bhutto, había sido calificado como enemigo del islam por influyentes clérigos musulmanes a principios de los años 70.  

El verdadero Pakistán es un lugar donde los servicios de inteligencia están infiltrados por fundamentalistas islámicos: simpatizantes de los yihadistas que, durante los años 80, desviaron cientos de millones de dólares de ayuda americana para los mujaidines antisoviéticos y se los dieron en vez a las guerrillas afganas más antioccidentales – señores de la guerra como Gilbuddin Hekmatyar cuyos aliados árabes incluían a Osama bin Laden y al jeque Omar Abdel Rahman, los incondicionales de la yihad global de la actualidad contra Estados Unidos. 

El verdadero Pakistán es un lugar donde las fuerzas militares – que aunque ineficientes y poco entusiastas están combatiendo el terror islámico – representan la fina línea de división entre el caldero hirviente de hoy y lo que mañana es más probable que sea una potencia atómica yihadista y no una democracia estilo occidental.

En ese verdadero Pakistán, el asesinato de Benazir Bhutto no es algo estremecedor. Allí era más cuestión de cuándo sucedería, no de si sucedería.

Es la nueva forma de hacer la guerra para proclamar que “nuestra lucha nunca es contra el heroico y luchador pueblo del país llamado ‘llene-el-espacio-en-blanco’”. No, por supuesto, “nosotros sólo luchamos contra el régimen que oprime al pueblo y frustra su indudable deseo de libertad e igualdad”.

Lo que pasa es que Pakistán no quiere cooperar con esta noble narrativa.

Sea que consigamos admitirlo o no, en Pakistán, nuestra pelea es contra el pueblo. Su lucha, literalmente, es la yihad. Para ellos, la libertad significaría la institucionalización de la tiranía del fundamentalismo islámico. Es la misma gente que, sólo hace algunas semanas, intentó matar a Benazir Bhutto en la que debía ser su vuelta triunfal a la palestra – el símbolo, aunque dudoso, de la promesa de la democracia. Es la misma gente que consiguió matarla ahora. Hoy, ninguna sobreabundancia en los medios de comunicación occidentales presentando a abogados enfadados despotricando contra Musharraf – como si él fuese el problema – puede camuflar ese hecho.  

En Pakistán, es el régimen el que propone valores occidentales, tales como la reforma del año pasado de las opresivas leyes, las leyes Hudood que se basan en la sharía y que hacen que la violación sea virtualmente imposible de llevar a juicio – una reforma decretada a pesar de los rabiosos disturbios fundamentalistas a los que los medios de comunicación occidentales dieron, digamos por decir algo, poca cobertura. El régimen, poco fiable y por momentos indignante, es nuestro único amigo. Es el único segmento de la sociedad pakistaní capaz de enfrentar al islam militante – aunque su vigor al hacerlo se vea mermado con demasiada frecuencia por su propio cupo de simpatizantes yihadistas.

Y con todo, hemos pasado 2 meses consumiéndonos por su supresión de la democracia – su instinto para no seguir fortaleciendo a los millones que nos odian.

Para Estados Unidos, la pregunta es si nunca aprendemos nada de los repetidos e ineludibles escarmientos sufridos ya que poner la democratización como la máxima de las prioridades de nuestra política exterior es una locura de primer orden.

La transformación de sociedad islámica a verdadera democracia es un proyecto a largo plazo. Tomaría décadas si acaso sucediera. Mientras tanto, nuestra obsesiva insistencia de celebrar referéndums populares lógicamente está consolidando – y legitimando – a gente que es popular: los yihadistas. Las elecciones populares no han reformado a Hamás en Gaza o a Hizbolá en el Líbano. Tampoco reformará un lugar donde Osama bin Laden gana en los sondeos de opinión y donde los posibles reformistas se ven bombardeados y tiroteados hasta que se mueren.

No tenemos la voluntad política para luchar la guerra contra el terror en cada lugar en donde los yihadistas trabajan febrilmente para matar americanos. Y dada la negativa del gobierno americano más rico y derrochador de la historia a que nuestras fuerzas militares aumenten hasta un nivel apropiado al estar en pie de guerra, puede que no tengamos los recursos para lograrlo.

Pero, por lo menos, deberíamos dejar de engañarnos. No basta con hacer como que los yihadistas no existen, tampoco vamos a lograr su sumisión con leyes, ni los vamos a sacar de circulación democratizándolos. Si usted realmente quiere que haya democracia y estado de derecho en lugares como Pakistán, primero hará falta matar a los yihadistas. Si no, ellos nos matarán a nosotros, justo como ahora acaban de hacerlo matando a Benazir Bhutto.

Andrew C. McCarthy, dirige el Centro de Ley y Contraterrorismo de la Fundación para la Defensa de las Democracias.

©2007 The Foundation for the Defense of Democracies

©2007 Traducido por Miryam Lindberg

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 


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