Que una pequeña minoría de cualquier grupo pueda decir locuras no es sorprendente; es cuando la mayoría no las considera locuras que uno empieza a preocuparse. Al principio parece como si la mayoría de ellos estuviese viviendo en un estado de realidad suspendida. Pero con el tiempo, uno se da cuenta de que simplemente se han estado marinando por demasiado tiempo en las polémicas belicosas de los programas de entrevistas de radio y con los presentadores de tv de derecha. Su realidad es específica y hecha a la medida. Habiendo retorcido su comprensión de cómo funciona el mundo para ajustarla a su ideología, ahora tienen el terrible peso de tener que vivir con ella. En general, estos son individuos personalmente afables y políticamente enojados. Los objetivos de su ira son claros: Hillary Clinton, los medios liberales, los inmigrantes ilegales, los musulmanes, los impuestos, el gobierno, el sistema de salud nacionalizado, todo tiene un lugar en las trasmisiones.

Pero la fuente de su ira es un misterio. En George Bush, los conservadores han tenido casi todo lo que han querido —recortes de impuestos, guerra y jueces conservadores en la Suprema Corte. Durante una gran parte del tiempo que ha estado en la Casa Blanca, los republicanos también controlaron ambas cámaras del Congreso. Para los fieles, que la economía se esté hundiendo, que la guerra haya sido considerada un fracaso y que los porcentajes de aprobación del presidente hayan caído a bajos históricos, son detalles aburridos. Dado que sólo pueden culparse a sí mismos, simplemente cambian de tema y esperan que nadie se dé cuenta.

Cuando el aspirante republicano a la presidencia Mitt Romney declaró ante una multitud en Bluffton que Washington está roto, uno se pregunta ¿quién piensan que lo rompió? Romney continuó diciendo, con cara seria, que se inspiró en Ronald Reagan, George Herbert Walker Bush, Nancy Reagan y Barbara Bush. Cuando un contendiente a jefe de Estado importante dice que lo entusiasma la madre del presidente, pero no menciona al mandatario mismo, se vuelve claro el grado al cual aquellos que desean ser presidentes deben, primero, ocupar un estado de negación.

Negar a Bush
El hecho de que los republicanos preferirían fingir que los últimos siete años no sucedieron a enfrentar sus consecuencias, está en la raíz de la agonizante lucha en la que se ha convertido su contienda primaria. Seis elecciones después del inicio del proceso de nominación, ni uno de los candidatos puede afirmar que cuenta con el apoyo consistente de más del 25 por ciento de los votantes. Actualmente, su batalla primaria sigue siendo una contienda entre cuatro participantes. El problema es que éstos siguen cambiando y uno de ellos aún no comienza la carrera. Romney, John McCain y Huckabee han tenido su momento de gloria en las últimas semanas sólo para sufrir después la derrota. Huckabee ha ganado una votación, McCain dos y Romney tres (aunque dos de éstas fueron poco contendidas).

Mientras tanto, Rudy Giuliani, alguna vez un favorito nacional, todavía no alcanza las cifras de dos dígitos y espera iniciar su campaña en Florida, que vota este lunes. Cada candidato ha probado su habilidad para atraer a un segmento específico de la base republicana, o a un estado en particular, pero ha luchado para obtener apoyo más allá de esos bloques de votantes locales. El 19 de enero, por ejemplo, Romney ganó Nevada con 51 por ciento, sólo para terminar el día con el cuarto lugar en Carolina del Sur (donde hasta hace poco había invertido mucho tiempo y energía), con sólo 15 por ciento. Los dos resultados estuvieron conectados.

Le debió su amplio margen de victoria en Nevada a los mormones, quienes suman sólo 7 por ciento de la población del estado, pero son 26 por ciento del voto republicano. De acuerdo a las encuestas de salida, 95 por ciento de ellos votó por Romney, quien también es mormón. En Carolina del Sur, por otro lado, muchos no votarían por él por lo anterior, los evangélicos blancos suman más de la mitad de la base republicana y sólo 11 por ciento lo apoyó.

Si quieren a alguien que pueda ganar Ohio, Nevada, Florida y Pennsylvania, estados claves en las elecciones presidenciales de noviembre, los republicanos necesitarán un candidato con un atractivo nacional mucho más amplio y consistente que ese. La victoria de McCain en Carolina del Sur el 19 de enero sugiere que podría ser él. Ahora ha ganado en el noreste liberal de New Hampshire y en el socialmente conservador sur. El problema es que realmente no les agrada a los republicanos porque, entre otras cosas, no es lo suficientemente pío y xenófobo.

Si alguno de estos dos candidatos obtiene la nominación, esto va a destruir al Partido Republicano, dice el comentarista de TV Rush Limbaugh refiriéndose a McCain y Huckabee. Lo cambiará para siempre, será su fin. Mucha gente no votará.

Lo que estamos presenciando es el desarrollo de la alianza de los evangélicos, los sureños, los hombres blancos, los neoconservadores, las corporaciones y los acaudalados que eligieron a Bush. En realidad, sólo fue una coalición de lo conveniente y no una particularmente brillante. Bush fue un mayoritario ordinario. Su objetivo sólo era el de ganar 51 por ciento de los votos. A diferencia de Reagan, que se las arregló para modificar el panorama electoral al aumentar el atractivo de su partido, no existe un “demócrata bushista”.

Ciertamente, la coalición Bush no era lo suficientemente grande como para ganar las primeras elecciones sin la ayuda de la Suprema Corte y no habría logrado pasar las segundas sin una guerra. Ahora, en ausencia de un candidato con el que todos estén de acuerdo, y debido a las circunstancias, las diferentes facciones que lo ayudaron a subir al poder están en conflicto. Bush le ha heredado el mismo legado a su partido que a la división de su país.

El entusiasmo demócrata
La propensión de los demócratas a regodearse ante esta cruel ironía es comprensible. Pero también es un error. Cierto, mientras los republicanos lamentan su elección de candidatos, la presencia para las primarias y las reuniones electorales demócratas han establecido nuevos récords y revelado niveles de entusiasmo rara vez vistos. A juzgar por aquellos que participan, la base demócrata se expande y rejuvenece.

Pero también es cierto que las primarias demócratas han logrado muy poco en cuanto al debate político. Donde debería haber discusiones vigorosas sobre cómo poner fin a la guerra, reconstruir la economía o ampliar los servicios de salud, ellos se permiten entrar en un concurso de belleza que es a la vez entretenido, atrapador y vacío. Ha sido una batalla de sustantivos, experiencia versus cambio, pero sin ningún verbo. No está enteramente claro qué harían en realidad con esta experiencia o qué cambiaría.

El tumulto en las primarias del Partido Republicano está siendo impulsado por diferencias en política; el orden entre los demócratas ha sido creado por una obsesión con la personalidad. Quienquiera que gane la nominación republicana habrá sido puesto a prueba; quienquiera que se convierta en el candidato demócrata habrá sido coronado. Los republicanos podrían necesitar desesperadamente el consenso, pero los demócratas tienen una extrema necesidad de contenido.