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25/02/2008 | Italia - La crisis de la basura :emergencia

Roberto Saviano

En Europa, en España, en el mundo, a menudo se preguntan por qué. Por qué Nápoles está lleno de desperdicios, por qué el sur de Italia está podrido por el crimen, por qué Italia no consigue, como los demás países europeos, gestionar "la crisis de la basura".

 

Habrá que ser claro para mostrar las contradicciones de este país y tratar de hacer entender los motivos del desastre. Los pueblos se han convertido en vertederos. Toda la provincia es una extensión ininterrumpida de bolsas. Y la indignación aumenta. Basura a los lados de la calle o acumulada en montañitas multicolores cerca de los portales, donde han aparecido mensajes como "No tiren aquí la basura porque no nos atrevemos a llamar a la puerta". En estos días nada ha cambiado, salvo el interés mediático. Ha dejado de ocupar la portada y ha pasado al comentario desganado en la última página de la sección local.

Se corre el riesgo de que todo esto se convierta en habitual, en normal: la inmundicia como algo corriente, casi una broma, parte del folclor napolitano, cotidiana como el robo, la orilla del mar o la añoranza de Maradona. Y, sin embargo, es una catástrofe. Porquería por todas partes, vertederos llenos, hinchados, podridos. Camiones repletos, en fila. Protestas. Y discusiones, investigaciones, dimisiones y culpables, ecologistas, camorristas, políticos, expertos. Mayorías y oposiciones y caídas de Gobiernos. Pero la porquería lo resiste todo. Y aumenta. La trasladan del centro a la periferia, la envían lejos de la ciudad, incluso la sacan de la región. Pero no es suficiente porque se reproduce, se vuelve a acumular. Todos están dispuestos a hablar, en una orquesta que emite sonidos tan confusos que se convierten en indescifrables, como el silencio.

Si Roma, Florencia, Milán o Venecia se encontraran en situación parecida, es difícil creer que dejaran que la basura se pudriera en sus plazas, que se quedaran con las calles adornadas con pañales y cáscaras de plátano, que dejaran que el aire se contaminara con el olor putrefacto de restos de pescado. Es difícil imaginar que en una de estas ciudades pasaran camiones cada noche, echando cal sobre los vertidos para evitar la propagación de enfermedades y prevenir posibles incendios.

¿Por qué hay tanta suciedad en Nápoles? ¿Cómo es posible si nada semejante ocurre en Ciudad de México, Calcuta o Yakarta? Es incomprensible. Por eso hace falta hablar con claridad. ¿Por qué están llenos los vertederos? Fácil. Porque se han usado muy mal. Se ha recogido de todo y sin control. Si se juntaran los residuos ilegales gestionados por el Clan de la Camorra se formaría una montaña de 14.600 metros de altura y tres hectáreas de base; sería el monte más grande del planeta.

Los que gestionaban los vertederos no respetaban límites ni normas sobre tipos de residuos. Los vertederos, más parecidos a un agujero mal hecho que a una organización de la recogida, se convertían en lagos de una mezcla asquerosa, una alcantarilla al aire libre. Se llenaban rápidamente, y no sólo con residuos urbanos. Lo clásico era cavar enormes agujeros, hacer bajar el camión al fondo y después, una vez que salía el conductor, soldar las puertas del vehículo y echar tierra hasta cubrirlo todo. Una táctica para no tocar la basura ni con un dedo. El beneficio económico era tan elevado que permitía sacrificar camiones enterrándolos. En Pianura, según cuenta la gente, hay incluso un esqueleto de ballena. Y en Parete, paquetes y paquetes de liras antiguas. Como todos los residuos peligrosos, las liras, que desaparecieron por toneladas, fueron en buena parte absorbidas por el Clan, trituradas y escondidas bajo tierra. Y de esta forma, cuando araban los campos, muchos campesinos encontraban tesoros de monedas que ya no servían y, como recompensa, contaminaban la tierra con plomo.

Pero, ¿por qué los ciudadanos se niegan a que se reabran los vertederos? ¿Por qué parecen unos locos que prefieren la basura que desde hace dos meses tienen en la puerta de su casa? Porque temen que, además de lo que deberían ser sólo residuos sólidos urbanos, también haya sustancias tóxicas. Sin embargo, les han dado todas las garantías de que la situación no empeorará. Pero, ¿quién se las ha dado? Aquellos de los que ya no se fían. Los que siempre adjudican la explotación a empresas cómplices, a personas impuestas por el Clan. Y, al final, ¿quién decidirá realmente el destino de la basura? Como siempre, el Clan.

Contra ellos no se pueden rebelar. Pero, puesto que contra el Estado sí pueden, contando con una gran dosis de paciencia de los antidisturbios, se oponen a sus decisiones para que no se rompa su ritmo cotidiano. Prefieren renunciar a las becas de estudio y a las ayudas económicas para los que viven cerca del basurero, antes que arriesgarse a acabar podridos de cáncer por cualquier sustancia enterrada clandestinamente.

Los últimos datos publicados por la Organización Mundial de la Salud muestran que la situación en Campania es increíble. Hablan de un aumento vertiginoso del cáncer; de páncreas, de pulmón, de las vías biliares, más del 12% superior a la media italiana. Ya en septiembre de 2004, en la revista médica The Lancet Oncology se hablaba de un aumento del 24% de los tumores de hígado en las zonas de los vertederos, y las mujeres son las más afectadas. Merece la pena recordar que en las zonas de mayor riesgo del norte de Italia el aumento es del 14%.

Cuantos más vertederos estén saturados, mejor se podrán colar camiones llenos de residuos especiales para esconderlos, mientras los que esperan la cola con la basura urbana les sirven de tapadera. ¿Y los consorcios y la política? Los consorcios que gestionaban la basura lo hacían por cuenta de empresarios y patronos, mientras los responsables de la política local y estatal aplicaban la práctica habitual de no dar los empleos a personas con conocimientos técnicos, sino a los personajes de siempre cuyo único mérito es estar en la lista de los partidos. ¿Por qué no se ha hecho nada? Porque el desastre da dinero a todos. Y, por tanto, del desastre se vive.

Finalizado el desastre, se acabó el dinero. Quizá había que haberse rebelado también en la época en que el Clan conquistaba la zona. ¿Y la incineradora de Acerra, sobre la que tanto se debate, que durante años no se ha construido y que ahora, lentamente, se va a hacer? Dirán los oncólogos que este tipo de instalaciones no son nocivas, que incluso hay una parecida, en el centro de Viena, que se ha convertido en un prestigioso palacio. Cierto. Pero en un territorio en el que el índice de mortalidad por cáncer alcanza el 38,4%, ¿quién le asegura a la gente que en las instalaciones se quemará lo que se debe quemar? ¿Qué políticos serán capaces de mantener la promesa de control exhaustivo, en una zona que se ha definido como el Chernóbil de Italia? El centro-izquierda creía que era inmune a la infiltración camorrista porque la cuestión concernía al otro bando. Al contrario. Nunca como en estos años se han abierto al Clan las puertas de los grupos de izquierda.

Y el crimen se ha percibido como un mal natural, fisiológico. La política ha seguido presentándose como algo muy diferente del negocio y del crimen. Da lo mismo derecha que izquierda, basta con comer.

Gracias a esta situación desastrosa, han conseguido los negocios de una gran parte del norte de Italia: como ha demostrado la Operación Houdini de 2004, los costes de mercado para tratar correctamente los residuos tóxicos obligaban a marcar un precio que oscilaba entre los 21 y los 62 céntimos el kilo. El Clan suministraba el mismo servicio a 9 o 10 céntimos el kilo. El Clan de la Camorra logró garantizar que 800 toneladas de tierra contaminada con hidrocarburos, propiedad de una empresa química, se trataran al precio de 25 céntimos el kilo, transporte incluido. Un ahorro del 80% sobre el precio habitual. Cuando se quemó el transbordador Moby Prince y nadie quiso hacerse cargo de él, el Clan no se negó. Según Legambiente (una organización ecologista), fue procesado en la planta de Caserta, se despiezó y se dejó descomponer en campos y vertederos.

El estallido de este desastre no es asunto de la Camorra. No le gusta provocar desastres, no lo necesita; sus intereses y ganancias con la basura, como con todo lo demás, los obtiene siempre; los consigue de todos modos, con sol o con lluvia, con desastres o con aparente normalidad, cuando se centra en sus propios intereses y nadie se interesa por su territorio, cuando el resto del país le confía sus desechos tóxicos por un precio imbatible y cree que puede lavarse las manos y dormir tranquilamente.

Cuando se tira algo a la basura hay que pensar que no se transformará en abono, en materia maloliente que alimentará a las ratas y a las gaviotas, sino que se transformará directamente en acciones de empresas, capital, equipos de fútbol, palacios, flujos financieros, negocios y votos. Y del desastre no se quiere ni se puede salir, porque es uno de los momentos en que más se gana. El desastre nunca ha sido creado directamente por el Clan, pero la política de los últimos años no ha conseguido cerrar el ciclo de los residuos. Los vertederos se agotan.

Lo que convierte en trágico todo esto es que no es este momento el que está comprometido. Las que van a sufrir el daño no son las calles, que sólo están llenas de bolsas de basura. Las que van a resultar perjudicadas son las nuevas generaciones. El futuro en sí mismo está comprometido.

En esta tierra torturada, las malformaciones fetales son superiores en un 80% a la media italiana. Lo más sorprendente es que en los últimos cinco años han surgido enormes centros comerciales en un área de menos de 15 kilómetros. Primero, el más grande del sur de Italia, en la zona de Caserta; a continuación, el más grande de toda Italia; a renglón seguido, el más grande de Europa; y hace poco, uno de los centros comerciales más grandes del mundo: un complejo de 200.000 metros cuadrados, con 80 tiendas de marcas nacionales e internacionales, un hipermercado, 25 restaurantes y bares, y un cine multisala con 11 pantallas y 2.500 butacas. El recién llegado, el Vulcano Buono, en Nola, un centro comercial concebido y diseñado por Renzo Piano, que ha intentado superar al icono napolitano por antonomasia: el Vesubio. Una colina artificial, una protuberancia que sigue la característica forma sinuosa del volcán. Con una altura de 40 metros y con un diámetro de más de 170, es un complejo de 150.000 metros cuadrados cubiertos y 450.000 en total.

Se construyen centros comerciales como única forma de mover dinero. ¿Qué dinero? Los cálculos del Estado señalan que Campania crece menos que el resto de Italia. La región está deprimida. Y en renta per cápita, si la media nacional es de 21.806 euros por habitante, la media del sur no supera los 14.528.

No hay nada más que decir o que hacer. Quitar, quitar rápido la basura. No se puede esperar más. En estos días me ha venido a la mente una escena contada en un relato de Salamov, quizás el mejor narrador de las aberraciones del poder moderno. Cuando los soldados soviéticos pusieron en aislamiento a algunos de los prisioneros del Gulag, todos inválidos excepto Salamov, pretendieron que les entregaran sus prótesis: corsés, dentaduras, ojos de cristal y piernas de madera. A Salamov, que no tenía, le preguntó bromeando el soldado: "¿Y tú qué entregas? ¿El alma?". "No, el alma no se la doy", respondió. Sufrió un castigo durísimo por haber defendido algo que hasta ese momento creía inexistente.

Éste es el momento de pensar si todavía tenemos alma y de no quitárnosla como una prótesis. De no entregarla. Antes de que sólo nos queden las prótesis.

El Pais (Es) (España)

 



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