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12/03/2008 | Globalidad sustentable

Carl Schramm

Vivimos una época cada vez más pesimista. Esto es palpable en el alarmismo sobre la globalización o el choque de civilizaciones, que al apoderarse de nuestra manera de pensar no permite una clara discusión de los retos que el mundo encara.

 

Pregúntese: si la globalización y los cuestionamientos sobre la justicia económica local son el “megaculpable”, ¿cuál es la fuerza compensatoria que se puede aplicar por igual y en todas partes? ¿Hay una estrategia que satisfaga las necesidades de todas las partes en el plano local y ayude a avanzar más allá de falsas dicotomías de protección contra ganancia, de incentivos contra bienestar o de local contra global?

Un enfoque profundo del asunto tiene importancia dado que casi todo participante en el debate cae en cuenta de que mantener un rumbo de crecimiento sólido es la clave para garantizarse un mejor futuro. Al planear ese rumbo al futuro, una cosa es segura: la necesidad de las sociedades de permitir a sus ciudadanos llevar una vida con sentido y productiva sólo ha aumentado.

Para muchos legisladores, la sostenibilidad —social, económica y ambiental— es la respuesta decisiva. Pero se mantiene esquiva. Luego aparecen quienes apuestan a la capacidad empresarial. Argumentan que los humanos desde hace tiempo han dedicado sus energías al comercio, combinando curiosidad y riesgo. En ese esfuerzo, los emprendedores han ayudado a acortar las distancias alrededor del mundo.

Para mí, en vez de considerar la capacidad empresarial y la sostenibilidad como mutuamente excluyentes, es vital reconocer que van de la mano. El afán humano de crear, explorar y mejorar la vida es particularmente importante en nuestros tiempos debido a que tiene el potencial para ser una fuerza democratizadora y una herramienta clave para lograr la sostenibilidad en el globo.

Facilitar la labor empresarial promueve la democracia porque altera el ordenamiento social: acaba con jerarquías y clases sociales atrincheradas que reprimen la competencia y se apoyan en favoritismos políticos. Surge una meritocracia que fortalece a la sociedad democrática. Desde los visionarios comerciantes hasta el más humilde tendero, los emprendedores tienen éxito sólo hasta el grado que las innovaciones que traen al mercado ofrezcan una mejoría duradera en las vidas de sus clientes.

Con mucha frecuencia la capacidad empresarial se confunde con una crasa versión del capitalismo, pero no se trata de la maximización de las ganancias. Los emprendedores empresariales son innovadores que ayudan a crear la espina dorsal de la sociedad local. Adaptan las tecnologías existentes a los gustos y costos locales; crean y revolucionan servicios básicos; empujan la adaptación y el aprendizaje que permiten a las sociedades mantenerse dinámicas; asumen los riesgos necesarios para que las sociedades cosechen recompensas.

Ya sea en el caso de los pequeños negocios, que dan posibilidades a los pobres mediante la creación de empleo y el suministro de bienes, o el de las grandes empresas que reducen costos y fortalecen la economía nacional y global, el trabajo de los empresarios está en el corazón del desarrollo y la sostenibilidad económica y social, al tiempo que son prerrequisito para el bienestar social. Al dar poder a los pobres —creando riqueza y elevando los niveles de vida—, los emprendedores abren oportunidades para los recién llegados y llevan a la sociedad entera hacia un cambio social duradero.

A menudo, si no es que siempre, el dinamismo de los emprendedores ha ayudado a las sociedades estancadas y moribundas a sobreponerse al maltrato político y a la supresión deliberada de la oportunidad económica. Dada la multitud de presiones en la agenda global, junto los recursos limitados, también rápidamente se pone en claro lo vital que son los empresarios en el camino a alcanzar sostenibilidad y progreso social en Asia, Oriente Medio o África que están en desarrollo.

O tomemos el ambiente como otro ejemplo. Dadas las presiones ambientales que encara la comunidad global, es evidente que las ganancias futuras se acumularán para aquellos quienes —utilizando su conocimiento, capital y sentido de toma de riesgos— desarrollen soluciones efectivas en cuanto a costos para lo que actualmente todavía parecen problemas insuperables. Las personas que tienen éxito son aclamadas como agentes de cambio y, de hecho, están propensos a ser los agentes de cambio clave de nuestra época.

Es sorprendente cómo la frase “agente de cambio” se ha convertido en algo de tanta honra. Mientras que el título se otorga gustosamente a algunos legisladores y a activistas sociales, rara vez se usa para describir a los emprendedores empresariales. Y, sin embargo, ambos tipos de innovadores comparten el deseo de crear un tipo de levantamiento y alteración que mejore a la sociedad.

Este es un momento oportuno para considerar a los emprendedores empresariales como los agentes de cambio por excelencia. Son una fuerza democratizadora global que todos deberían adoptar y dar una cálida bienvenida.

 

El autor es Presidente y jefe ejecutivo de Fundación Kauffman

El Universal (Mexico)

 


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