Ya les escriben su epitafio político, pero son unos agónicos rebeldes. Malheridos, aún pueden causar mucho daño. Los Clinton -Hillary, Bill y Chelsea- hicieron campaña ayer en Virginia Occidental, dispuestos a morir en la última trinchera, micrófono en mano y arengando a los suyos. Hay un dramatismo épico en su actitud. Se percibe el fin de una época.

El consenso entre la opinión publicada es general: sólo un escándalo o un acontecimiento catastrófico puede arrebatar a Barack Obama la nominación demócrata. Hillary Clinton insiste en que ella conquista más votos blancos, de las mujeres, de los hispanos, de la gente mayor, de las clases trabajadoras, y que eso la convierte en una candidata más competitiva ante el republicano John McCain en noviembre.

El problema es que la ex primera dama juega con las cifras según le conviene. La tozuda realidad es que va por detrás en delegados y en voto popular, y que en los seis estados que faltan es virtualmente imposible que pueda atrapar a su rival. Su corta ventaja en superdelegados -cargos del partido que participarán en la convención de Denver- se reduce cada día.

Uno de los escenarios plausibles es que Hillary Clinton apure hasta el 20 de mayo, día en que votan Kentucky y Oregón. Si gana el próximo martes en Virginia Occidental, un estado muy pobre de los Apalaches, y arranca otro triunfo en Kentucky, podrá arrojar la toalla con dignidad y tal vez exigir ser nominada a la vicepresidencia. Ir más allá del día 20 será muy difícil si Obama, como se prevé, se impone en Oregón. Se calcula que los delegados de este estado del Pacífico colocarán al candidato afroamericano por encima de los 1.627 delegados elegidos, la mitad más uno del total (si se excluye a Florida y Michigan, estados penalizados). Será la ocasión para que Obama se proclame vencedor y fuerce la mano a los superdelegados indecisos.

La derrota de los Clinton, si se confirma, significará un cambio generacional y de estilo de hacer política entre los demócratas norteamericanos. El ex presidente, su esposa y su corte de asesores han dominado el discurso del partido desde 1992. La candidatura de John Kerry en el 2004 fue un intervalo para preparar el lanzamiento de Hillary Clinton. Estaba claro que buscaban una restauración, una presidencia Clinton-2.

El plan de reconquista del poder parecía perfecto hasta diciembre del año pasado. Pero Obama se interpuso en el camino. Los Clinton cometieron una cadena de errores. El primero fue financiero. Recaudaron muchísimo dinero de entrada, pero confiaron en los donantes clásicos, el old money, la gente que les entregaba de entrada la cantidad máxima permitida por la ley. Luego esos ya no pudieron volver a donar. Barack Obama apostó por internet, por las pequeñas donaciones que sí podían repetirse.

El segundo error fue estratégico, fruto de la arrogancia. Los Clinton creyeron que con ganar grandes estados como Nueva York, California o Texas se aseguraban la nominación. Obama no subestimó ningún estado y ganó en muchos medianos y pequeños. Aun en sus horas finales, los Clinton trabajan con el esquema de grupos étnicos, de clientelismo. Obama tiene un mensaje más moderno, integrador, posracial y posclasista.

Pero quizás el factor decisivo es que los Clinton no supieron valorar las ansias de cambio después de Bush. Alguien como Hillary Clinton, tan conectada con los lobbies y que apoyó la guerra de Iraq, no podía nunca encarnar el cambio. Obama sí puede.