En esa época, a los chinos les hubiera sido difícil no relacionar los dos sucesos, a la manera en que antigüamente se creía que las catástrofes naturales anticipaban siempre la muerte del emperador reinante.

Poco más de treinta años después, el Partido Comunista ha logrado reducir a polvo la mayoría de las instituciones religiosas, aniquilar los monasterios budistas y al clero taoísta. Pero las creencias populares han permanecido intactas, más sólidas que antes quizá, como la última defensa del pensamiento individual contra la ideología totalitaria oficial.

Es muy pronto para adivinar cómo van a interpretar la catástrofe las víctimas de Sichuan y el pueblo chino, pero es significativa la rápida reacción de los servicios públicos para auxiliar a las víctimas, difundida ampliamente por los medios oficiales. El PC trata de demostrar que está atento a las necesidades de la población, lo cual rara vez ha sucedido antes. Y también quiere señalar que ahora es indispensable reaccionar con eficacia moderna a una catástrofe natural.

El socorro y su puesta en escena, la movilización de los medios tanto como la de los militares, ciertamente tienen como objetivo salvar vidas, pero también extirpar las supersticiones de China.

Desde el punto de vista del PC, debe demostrar que es humanista y racional y que el terremoto no es heraldo de nada, no es sobrenatural, no hace presagiar ni la muerte del emperador ni el cambio del régimen. Ese gigantesco esfuerzo de socorro material y de persuasión sicológica es aun más esencial para la sobrevivencia del partido ahora que se acercan los Juegos Olímpicos. En efecto, se organizaron para demostrarle al pueblo y, de paso, al mundo entero, que el país ya ha entrado en la era de la eficacia y la racionalidad. Lo que está a juicio con el terremoto, más allá de las víctimas, son tanto los JO mismos, como el cambio de paradigma que supuestamente éstos deben encarnar.

Quizás el partido logre convencer a la población, al menos a la que se expresa, de que una catástrofe natural no es sobrenatural y el partido sí está del lado del pueblo, ya que acude en su auxilio. Pero al expulsar lo sobrenatural, sobreviene el realismo político. Se sabe, por los numerosos reportajes, que la mayoría de las víctimas se encuentran entre los trabajadores emigrantes: chinos originarios del campo que salieron a buscar empleo en la construcción y en pequeñas industrias, alojados en viviendas improvisadas, en regiones inhabitables y, hasta entonces, deshabitadas. Lo sobrenatural no explica su muerte, sino la política de explotación de esos campesinos empobrecidos, despreciados y descuidados por el PC. Sí, eso explica a la vez el número de víctimas y su origen social común.

Igualmente, los periodistas en el lugar y los sobrevivientes constatan que los edificios que se desplomaron primero y en los que murió el mayor número de víctimas eran edificios públicos, escuelas y hospitales. En China todo el mundo sabe que una forma generalizada de corrupción en las filas del partido consiste en economizar en los materiales y las normas de construcción. Los niños aplastados por los muros de su escuela son las víctimas de la corrupción de constructores, empresas y funcionarios, tanto como son víctimas del sismo. Eso lo sabe la población y todas las gesticulaciones de los dirigentes nacionales no podrán erradicar esa fuente de odio colectivo del pueblo chino hacia el PC.

Así van China y los regímenes tiránicos. El partido está convencido de controlarlo todo, pero lo inesperado suele revelar las fallas del sistema, la hipocresía del discurso y las injusticias más insoportables. Al mismo tiempo que ese temblor, se supo que en Pekín hay un virus misterioso que mata a los niños, lo que recuerda el pánico provocado por la neumonía atípica (SRAS), la gripe aviar y la epidemia de sida.

Epidemias y catástrofes naturales (o poco naturales, si también la presa de las Tres Gargantas se derrumbara) me parecen amenazas más serias contra la tiranía comunista que todos los panfletos democráticos diseminados en las páginas web. El PC ha decidido encarcelar a los disidentes y reprimir la libertad de expresión, pero, contra los virus, las creencias populares y las sacudidas telúricas, está inerme.

Le Monde, The New York Times Syndicate