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21/07/2008 | FBI: entre Al Capone y Al Qaida

Pedro Rodriguez

Ahora es una institución con 30.000 empleados, incluidos 12.000 agentes, 56 delegaciones en Estados Unidos y más de 60 representaciones por todo el mundo. Pero la historia del FBI (Federal Bureau of Investigation) empezó formalmente en julio de 1908, con tan solo una decena de investigadores contratados por el fiscal general Charles Bonaparte.

 

Un equipo mínimo, sin derecho a portar armas de fuego, aunque en su momento no carente de polémica. Ya que dentro de un sistema federal como el de Estados Unidos, no estaba nada clara la necesidad de que el Ejecutivo en Washington tuviera que dotarse de su propia agencia policial.

Cuando el «Bureau» fue establecido, realmente existían muy poco crímenes que recayeran bajo la jurisdicción federal. Sus investigaciones, con ayuda de un pelotón de contables, se limitaban a delitos financieros, fraudes bancarios, prácticas de monopolio y estafas inmobiliarias. Pero la aprobación en 1910 de la Ley Mann -designando como delito federal el transporte de mujeres entre Estados de la Unión «con fines inmorales»- supuso el inicio de una espiral de atribuciones que con el paso del tiempo terminó por abarcar al crimen organizado, ladrones de bancos, secuestradores, el Ku Klux Klan, narcotraficantes, espías como su propio «topo» Robert Hanssen y toda clase de notorios malhechores, desde Al Capone hasta Al Qaida.

El legendario Hoover

Para bien o para mal, el personaje con una importancia central en este siglo de esfuerzos policiales no es otro que el legendario J. Edgar Hoover. Un joven abogado que, en mitad de uno de los escándalos más sonados de corrupción (Teapot Dome) en la cúpula del Gobierno federal de Estados Unidos, logró en 1924 hacerse con las riendas la agencia policial establecida dentro del departamento de Justicia. A través de un ascenso a título de director en funciones, Hoover comenzaría un férreo reinado de casi medio siglo sobre el FBI, interrumpido solamente por su muerte a los 77 años.

Bajo la influencia de J. Edgar Hoover, el FBI realmente se convirtió en lo que es actualmente, con una multiplicación de plantilla, oficinas y recursos. Además de la creación de un sofisticado laboratorio forense, su propia academia e iniciativas tan llamativas como la lista de lista de los diez fugitivos más buscados.

Expansión correspondida con éxitos en la lucha contra notorios «gangsters» como John Dillinger, Nelson «cara de bebé» o Floyd «niño bonito». Precisamente uno de estos enemigos públicos, «Ametralladora» Nelly, es considerado como el inventor del sobrenombre «g-men» (hombres del Gobierno) utilizado para referirse a los agentes del FBI.

Campaña de imagen

Durante su mandato de 48 años, Hoover demostró un talento especial para crear y explotar una sofisticada maquinaria de relaciones públicas que incluyó programas de radio, tiras de cómic, exclusivas para medios afines y hasta una historia autorizada del FBI que en los años cincuenta estuvo 38 semanas en la lista de libros más vendidos en Estados Unidos. Todo una deliberada campaña de imagen que también se extendió a Hollywood y a la televisión, convirtiendo al «Bureau» y sus agentes en un fascinante elemento de la cultura de masas.

Al mismo tiempo, Edgar Hoover puso en marcha un sistemático programa de espionaje doméstico con la excusa de mantener a raya a comunistas y «degenerados morales». Este afán por acumular dosieres con información confidencial sobre políticos y toda clase de figuras públicas ha sido vinculado posteriormente a su longevidad en el poder, en un abuso de su autoridad considerado como una de las páginas más cuestionables en la historia del FBI. De hecho, los sucesores de Hoover tienen sus mandatos limitados a un máximo de diez años.

En la actualidad, el FBI -con un veinte por ciento de mujeres y otro veinte por ciento de minorías raciales entre sus nuevos agentes, se encuentra concentrado en la prevención de otra ofensiva terrorista, de naturaleza islamista. Lo cual ha supuesto desde un esfuerzo en cuestiones tan básicas como modernizar su anticuado sistema informático hasta lograr mayores recursos analíticos y lingüísticos, junto a una forzada coordinación con los servicios de inteligencia de Estados Unidos.

Su actual director, Robert Mueller, reconoce que lo que más le quita el sueño es la posibilidad de que armas de destrucción masiva caigan en manos de terroristas. Para este ex fiscal federal y ex oficial de los Marines, que tomó posesión de su puesto justo siete días antes del 11-S, su gran temor es que esa amenaza no convencional se materialice «si no hoy, mañana o quizá en cuestión de unas pocas semanas o meses».

ABC (España)

 



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