Las encuestas coinciden en que las imágenes de los Kirchner y de Daniel Scioli se recuperaron en los últimos 15 días. Tampoco es para descorchar champagne: si habían perdido 25 puntos, reconquistaron 7 u 8.

La mejoría acaso se deba a la distensión que provocó el voto no positivo de Julio Cobos. Pero los funcionarios prefieren atribuirla a sus acciones. Hay que ganarse el sueldo. La conferencia de prensa de la Presidenta, su foto con un grupo de gobernadores, la visita a Raúl Alfonsín y -esto lo dicen sólo con señas- el ocultamiento de su marido tendrían efectos milagrosos.

Kirchner ha sido siempre concesivo con estos aspectos estéticos de la política. Eso sí: no tolera al que se pasa de la raya. El último en ser reprendido fue Sergio Massa. Una cosa es la puesta en escena. Otra, sincerar las estadísticas del Indec, reemplazar al ministro de Economía o echar a Guillermo Moreno. Kirchner sabe que sin un severo ataque a la inflación ese otro maquillaje sería suicida. Y se niega a dar el paso.

El voluntarismo oficial ha venido sacrificando las reglas de la economía en el altar de la política. Pero ahora la política se está transformando en esclava de la incapacidad del Gobierno para modificar su receta económica. Es un desenlace frecuente en los procesos populistas.

La novedad es que ya no son Wall Street ni el Fondo, con sus malos augurios, quienes tironean del saco de Kirchner. Fueron los empresarios que tiene más cerca los que comenzaron a hacerle notar, en estos días, sus dificultades para financiarse. Uno de ellos, acaso el más próximo, hizo una ronda por Londres y Toronto y hasta ahora sólo embolsó desilusiones. Son esos amigos acaudalados, no sólo los banqueros ortodoxos, los que fantasean con que Martín Redrado descongelará las relaciones con el Club de París o que Massa sacará alguna consecuencia práctica de sus charlas con Mario Blejer.

Kirchner emite otras señales. Moreno fue promovido en El Calafate, donde se esperaba su decapitación. Y los subsidios a la energía y al transporte se llevarán la mayor parte de los $ 34.000 millones de aumentos en los gastos que Cristina Kirchner propondrá al Congreso.

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Encerrado en Olivos, ansioso como nunca y con varios kilos de más, Kirchner, que antes lideraba, ahora resiste. Ya no son Duhalde o De la Sota los que presionan. Es la propia feligresía, temerosa de ser arrastrada por la impopularidad oficial.

Los asesores de imagen aconsejan a Massa hacer "la gran Cleto" -así llaman a dar un portazo- si en 45 días no advierte variaciones en la administración. Y gobernadores como José Luis Gioja, Celso Jaque, José Alperovich, Jorge Capitanich y Juan Urtubey, mártires de las retenciones móviles, ahora acosan a De Vido y Juan Carlos Mazzón para que Kirchner haga alguna corrección. Temen trastabillar en las legislativas de 2009.

Esta ola llegó al Congreso. El jueves pasado, la diputada América González advirtió al ultrakirchnerista Carlos "Cuto" Moreno: "Controlá que tus amigos manden el proyecto de ajuste jubilatorio con la modificaciones incorporadas ". Moreno sorprendió: "Si nos rebelamos con De Vido, ¿pensás que no lo vamos a hacer con el chico de la Anses? (por Amado Boudou)". Es verdad: al voltear el acta pactada con Marsans para tasar Aerolíneas, el amigable Agustín Rossi les dobló el brazo a Julio De Vido y a Ricardo Jaime como ni Alberto Fernández soñó hacerlo.

Esta corriente de rebeldía amenaza a Kirchner en su ciudadela, el conurbano bonaerense. Los intendentes están inquietos por la falta de fondos. Hugo Curto, el último leal, también visitó a Eduardo Duhalde. Y Scioli piensa consumir los recursos previsionales, como publicó LA NACION el viernes.

El temor a un desbande llevó a Kirchner a adelantar las elecciones en el PJ bonaerense. Cree que así renovará su contrato de vasallaje con los alcaldes.

La decisión supone un riesgo: la consagración de Alberto Balestrini como jefe de ese partido será una señal prematura sobre la identidad del próximo candidato a gobernador. Los otros aspirantes -Massa, Florencio Randazzo, Julio Pereyra- tendrán derecho a hacer su juego.

Quedaría abortada, es cierto, una maquinación de Duhalde: convocar al congreso provincial del PJ para reemplazar a unos 40 congresales nacionales -que no estarían afiliados al partido- y, con el auxilio de otros distritos, destronar a Kirchner de la jefatura.

Sin embargo, el más importante plan de Duhalde está pensado para el electorado general, no para la interna. Lo expuso ante sus íntimos. Primero, ofrecer opciones peronistas al kirchnerismo y atarlas a la candidatura a diputado de Francisco de Narváez. Felipe Solá se sumaría a la campaña, hipnotizado por una brumosa candidatura presidencial. La presa que, en serio, persigue Duhalde, es Mauricio Macri, quien contestó mientras jugaba golf: "Si hoy empiezo a mostrarme con ustedes, el año que viene pierdo las elecciones. Los porteños no los quieren".

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Julio Cobos es una pieza central del plan. Duhalde festeja que el vicepresidente haga hoy campaña por la UCR opositora. La opción radical, la del PJ disidente y la de la Coalición Cívica -sueña en Lomas de Zamora- sumarán 65% de los votos en la provincia.

Duhalde espera de Cobos algo más importante: que obstruya el ensayo de "panradicalismo" que se insinuaba en torno a Elisa Carrió y que Ricardo López Murphy acaba de proponerle, sin éxito, a Raúl Alfonsín. Los radicales sorben el elixir de 70% de popularidad de Cobos y aguardan la resurrección.

Carrió intuyó esta trama y denunció un pacto Duhalde-Cobos contra los Kirchner. Los Kirchner, perplejos.

Si en la imaginación de este complot Carrió coincide con el Gobierno, en el diagnóstico sobre la solidez del Gobierno coincide con varios duhaldistas. "Si no cambia, no llega a diciembre", dijo, como una pitonisa. En la mesa de arena de Duhalde también pronostican un interinato de Cobos con Chiche Duhalde en la presidencia del Senado. Hasta discuten si conviene que Cobos anticipe las elecciones o sólo complete el período actual. El más enfático es un ex diputado porteño.

Hay un fenómeno que estos profetas no evalúan: por ahora las alternativas a los Kirchner son pre-Kirchner. Falta bastante para que Duhalde, De la Sota, Reutemann o Solá encarnen algo más que un movimiento regresivo, una revancha por la oportunidad que el santacruceño les arrebató en 2003. Y Cobos, en su aurora, divide más a la oposición que al Gobierno.

Las encuestas que detectan el letargo kirchnerista no terminan de identificar al dirigente capaz de trazar un nuevo horizonte. Mucho menos se divisa la organización política que le daría a ese dirigente los instrumentos de la gobernabilidad. En la Argentina el poder vuelve a evaporarse. Por momentos, da la sensación de no estar en ningún lado. Otro argumento para las sombrías premoniciones del mercado.