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29/08/2008 | En la India la culpa de los cristianos es la de luchar contra la esclavitud

Sandro Magister

La esclavitud de las castas. Contra la cual los cristianos predican y practican la igual dignidad de todos. El profesor Parsi explica los motivos del incremento de la violencia hinduista. Y pone en guardia ante las repercusiones de esta en el orden mundial.

 

Las 15 mil escuelas católicas de la India han cerrado esta mañana las puertas por el día completo. Para el primer domingo de septiembre la Iglesia católica india ha iniciado una jornada de oración y ayuno, con marchas pacíficas en todo el país.

El motivo es la nueva ola de violencia que ha golpeado a los cristianos en el estado de Orisa. Cada día se tiene noticia de asesinatos, de heridos, de violaciones, de asaltos a iglesias, conventos, escuelas, orfanatorios y caseríos por obra de hinduistas fanáticos. Cientos de personas debieron abandonar sus casas y huir al campo.

La chispa de esta última explosión de violencia fue el asesinato, el 23 de agosto, del líder religioso hindú Swami Laxmanananda Saraswati y de cinco de sus seguidores, asesinato realizado por grupos armados maoístas, pero que ha sido usado por los hinduistas como pretexto para inculpar a los cristianos y vengarse de ellos.

El epicentro de las últimas violencias es el distrito de Kandhamal, en el estado de Orisa. Este estado es desde hace varios meses el más ensangrentado. Allí los católicos son pocos, menos del 1 por ciento. Son pocos también las conversiones, que también son tomadas como pretexto para la venganza. Lo que desata la violencia – sostiene Rápale Cheenath, arzobispo de Chuttack-Bhubaneswar, en cuyo territorio se encuentra el distrito de Kandhamal – es la obra de promoción que realizan los cristianos en Orisa a favor de los tribales y de los dalit, los últimos en la escala de las castas:

“Antes eran como esclavos. Ahora una parte de ellos estudian en nuestras escuelas, ponen en marcha actividades en los caseríos, reivindicando sus derechos. Y quien – también en la India del boom económico – quiere mantener intacta la vieja división en castas, tiene miedo de que adquieran fuerza propia. La Orisa de hoy es un laboratorio. Está en juego el futuro de millones de dalits y tribus que viven en todo el país”.

Según el último censo, el del 2001, el 80,5 por ciento de los habitantes de la India son de religión hinduista, mientras que 13,4 por ciento son musulmanes. Los cristianos son el 2,3 por ciento. Y en Orisa son menos aún, así como en los otros estados del centro y del norte del país, los más densamente poblados. Los porcentajes más altos de cristianos están en los estados del extremo este del país, con pico del 90 por ciento en Nagaland y Mizoram, del 70 por ciento en Meghalaya, del 34 por ciento en Manipur. Pero se trata de regiones escasamente pobladas y muy atrasadas. En cifras absolutas, los cristianos tienen la presencia más consistente en la región meridional del país, en Goa, en Tamil Nadu, en Kerala. En este último estado los cristianos son el 19 por ciento y en gran parte son católicos. Allí la instrucción, también para mujeres, se precia de tener los niveles más altos de toda la India.

Los hechos de los últimos días confirman que la convivencia entre cristianos e hinduistas en India no es más pacífica y armónica como la tradición – y el mito – de este país harían pensar. Crece la intolerancia y el fanatismo hinduista y aumentan los actos de violencia contra los cristianos. Ante el silencio y el desinterés del mundo.

Los motivos de esta evolución y los peligros de esta infravaloración son analizados agudamente por Vittorio E. Parsi, profesor de política internacional en la Universidad Católica de Milán, en este editorial publicado el 27 de agosto en “Avvenire”, el diario de la conferencia episcopal italiana:


Contradicciones y fantasmas que dejan sin contenido la herencia de Gandhi

por Vittorio E. Parsi


La más grande democracia del mundo. Es esta la definición normalmente asociada a la India. Hoy sería mezquino y por tanto equivocado olvidarla, o ponerla radicalmente en discusión. Pero parece necesario interrogarse sobre la cualidad de esta democracia y sobre la dirección que está tomando.

En la Unión india está vigente la separación de los poderes, la independencia de la función judicial, un pluripartidismo no de fachada y la prensa es libre. Pero al mismo tiempo, la corrupción muy difundida y la conducción frecuentemente mafioso-clientelar de la vida política en unos estados, unidas a la sustancial impunidad de la que gozan las acciones violentas de las formaciones extremistas, corren el riesgo de vaciar el significado concreto de la democracia india.

De modo particular modo, causa alarma el crecimiento de la violencia sectaria, que pone particularmente en la mira a los cristianos – responsables de asistir a los dalit, los sin casta, verdadera base esclavizada del sistema piramidal sobre el cual está tradicionalmente organizada la sociedad hindú – pero también a los musulmanes y a los budistas.

Lo que está ocurriendo en India con frecuencia e intensidad preocupante muestra el lado oscuro de la medalla de la conquista de una independencia iluminada por la acción no violenta del Mahatma Gandhi, en cuya misma parábola existencial, con su trágica conclusión, se encierra simbólicamente la carga de contradicción de este extraordinario país: desde el redescubrimiento de la cultura tradicional y de la economía de aldea, hasta la decisión de vivir como el último de los últimos, al intento de preservar la unidad y la pluralidad religiosa del antiguo Raji británico, a la muerte violenta por manos de un extremista hindú.

A distancia de más de sesenta años de la independencia, hoy son precisamente las posiciones que quisieran una India sólo y exclusivamente hindú la que hace siempre más prosélitos. Movimientos como la Rashtriya Swayamsevak Sangh son expresión de una cultura nazistoide, que predica con la violencia la falsa ecuación entre indio e hindú, no obstante el hecho de que vivan en India más musulmanes que en gran parte de los países islámicos. Cierto, la hegemonía hindú al interior del sistema político indio ha existido siempre, pero había sido debilitada por el hecho de que los primeros protagonistas de la vida republicana, desde Nehru a Indira Gandhi, todos expresión del Partido del Congreso, se movían dentro de una visión sustancialmente laica de la política, por lo que terminaban por congelar las consecuencias más devastadoras de tal contradicción.

Es probable que este sarcástico “espíritu del tiempo” de hoy en día en el que los fundamentalismos y el abuso político de la región parecen resurgir, aparte del viraje radical emprendido por el vecino Pakistán, hayan contribuido a alimentar el éxito de movimientos como la Rashtriya Swayamsevak Sangh y de un partido como el Bharatiya Janata. Pero – como justamente ha observado el cardenal Jean Louis Tauran – también hay en el hinduismo un impulso creciente a la intolerancia y al fanatismo, que es tanto más grave precisamente porque es muy poco conocido y muy frecuentemente negado.

Junto a la contradicción política está la económica. India es “la oficina” del mundo, al menos en la medida que China es su “fábrica”. Es una sociedad de la que salen camadas de ingenieros angloparlantes por decenas de miles al año, pero que vive todavía en el mito gandhiano de la economía de aldea, o sea de aquella estructura osificada que quita toda esperanza, para esta y cualquier otra vida, a los “últimos” y alimenta el sistema de castas con su estela de ordinaria violencia. Los cristianos son considerados responsables de ofrecer esperanza a los “últimos”, para esta y la otra vida. Y han aceptado hacerse cargo de esta responsabilidad hasta el martirio, como ha ocurrido en Orisa.

Un último punto de reflexión. Brasil, Rusia, India y China son considerados, junto con Sudáfrica, los grandes países que deberían balancear el exagerado poder occidental y hacer un poco más multilateral el gobierno del mundo. Es necesario iniciar una reflexión sobre el hecho de que, a excepción de Brasil, ninguno de estos países parece haber comenzado a reducir los pesados déficits de democracia interna, y las consecuencias que ello implica para la gobernabilidad internacional.

Chiesa (Italia)

 



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