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03/10/2008 | Los fundamentos de la India están bajo ataque

Sandro Magister

"Como fiel hindú siento vergüenza..." Un autorizado discípulo de Vivekananda rompe el silencio general sobre los actos de violencia en la India. Asume la defensa de los cristianos y acusa a sus agresores de traicionar el espíritu del hinduismo

 

En poco más de un mes, las víctimas de la ola de violencia anticristiana iniciada el 24 de agosto en India han ascendido a 60. A las cuales se suman más de 18.000 heridos, 178 iglesias destruidas, más de 4.600 casa quemadas y 13 escuelas y centros sociales devastados. Al menos 50.000 cristianos han fugado de sus caseríos buscando protección en campos para prófugos y en los bosques.

Este alarmante balance ha sido proporcionado hace dos días por el “All India Christian Council”. En vez de disminuir, los ataques de esporádicos se han vuelto sistemáticos, casi cotidianos, y se han extendido en varios estados, involucrando además de Orisa, a Kerala, Karnataka, Andra Pradesh, Madhya Pradesh, Chattisgarh y Tamil Nadu.

Hinduistas fanáticos han puesto en la mira sobre todo a los caseríos rurales, acusando a los cristianos de hacer proselitismo forzado en los segmentos pobres, las tribus y los sin casta. Que la acusación es un pretexto lo demuestran los censos oficiales, que arrojan un cristianismo no en crecimiento sino en mengua. En India, los cristianos eran en 1971 el 2,6 por ciento de la población; en el 1981 el 2,44; en 1991 el 2,32 y en el 2001 el 2,3, con signos de ulterior disminución en los años sucesivos.

Más que las conversiones, lo que desencadena la violencia es la acción de los cristianos a favor de los sectores pobres que constituyen la base de esclavos del sistema piramidal sobre el cual está tradicionalmente organizada la sociedad hindú. La verdadera “culpa” de los cristianos es la de predicar y practicar la igual dignidad de todos, en contra del sistema de las castas.

En repetidos llamados los obispos católicos de la India han denunciado “la apatía y la indiferencia del gobierno, a nivel central y en cada uno de los estados”, para detener las agresiones a los cristianos. Las medidas de seguridad han aparecido siempre de manera tardía y esporádica. La misma apatía puede ser imputada a los gobiernos extranjeros, ampliamente desinteresados de lo que ocurre contra los cristianos en la India.

Pero no menos graves son el silencio y la inacción de los líderes religiosos e intelectuales hindúes. Las voces que se han alzado en defensa de los cristianos y de la paz interreligiosa son raras.

A continuación se reproduce una de estas intervenciones, aparecida el 28 de setiembre en el diario en inglés "Times of India".

El autor, Shashi Tharoor, es de fe hinduista. Ensayista y escritor afirmado, ha sido candidato en el 2006 a secretario general de las Naciones Unidas, después de haber ocupado en el Palacio de Vidrio el cargo de subsecretario. Ha estudiado en escuelas cristianas y se ha graduado en leyes y diplomacia en la Fletcher School de la Tufts University, en los Estados Unidos. Escribe en importantes publicaciones como "New York Times" y "Newsweek". Es editorialista del "Times of India".

No sorprende que el cardenal Jean-Louis Tauran haya dado prioridad al hinduismo en la próxima agenda del pontificio consejo para el diálogo interreligioso, del que es presidente.


Los fundamentos de la India están bajo ataque

por Shashi Tharoor


Fundamentalmente existen dos tipos de política en India: la política de la división y la política de la unidad. La primera es la que está más ampliamente difundida, con políticos que compiten en dividir y fraccionar el electorado cada vez en más configuraciones de casta más pequeñas, de lengua y de religión, en el mejor de los casos para llamar a dichas identidades particularizadas a dar sus votos.

Pero lo que ocurrió en las pasadas semanas en Orisa y luego en Karnataka, y que amenaza con desencadenarse en los distritos tribales de Gujarat es una ulterior degradación de nuestra vida política. Las agresiones a la familia cristiana, las devastaciones vandálicas de sus lugares de oración, la destrucción de las casas y de los medios de subsistencia, los estupros brutales, las mutilaciones y las personas quemadas vivas de las que se ha tenido noticia, no tienen nada que ver con las creencias religiosas, ni la de las víctimas, ni la de los agresores. Todo ello en cambio parte de un despreciable proyecto político cuyo más cercano equivalente puede ser encontrado en las bombas que se hicieron explotar por mujahiddin indios en Delhi, Jaipur y Ahmadabad, en hospitales, en mercados y en campos de juego. Ambos actos son antinacionales; ambos miran a dividir el país enfrentando las personas según sus respectivas identidades religiosas; y ambos calculan obtener beneficio político de una polarización así.

Tenemos el deber de no dejar que venza una u otra forma de terrorismo.

Las bandas criminales de Orisa buscan asesinar a los cristianos y destruir sus casas e iglesias para aterrorizar a la gente y para trasmitir el mensaje: “Este no es tu lugar”. ¿Cómo hemos llegado a hacer que una tierra que ha sido refugio de tolerancia para las minorías religiosas en el curso de su historia haya caído tan bajo? La civilización de la India es una que por milenios ha ofrecido protección y sobre todo libertad religiosa y cultural a judíos, parsis, musulmanes y cristianos de varias confesiones. El cristianismo llegó a la India con santo Tomás apóstol, el Tomás “de la duda”. Él llegó a las costas de Kerala antes del 52 después de Cristo y fue acogido en la orilla por el sonido de la flauta de una niña judía. Realizó muchas conversiones, de modo que hoy existen indios cuyos antepasados se hicieron cristianos mucho antes que varios europeos descubrieran el cristianismo, y también antes que los pregoneros del chauvinismo hindú de hoy en día tomaran conciencia de ser hindúes. La India en la que el llamado del almuédano frecuentemente se mezcla con el canto del mantra en los templos, y en la que el replique de las campanas de las iglesias acompaña el rezo de los versos del gurú Granth Sabih, es la India de la que tantos podemos sentirnos orgullosos. Pero existe también la India que ha arrasado hasta sus cimientos la mezquita de Ayodhya, que ha desatado los progrom en Gujarat y que ahora vierte su odio sobre aquel 2 por ciento de la población conformado por cristianos.

Como fiel hindú siento vergüenza por lo que están haciendo personas que declaran actuar en nombre de mi fe. Siempre he estado orgulloso de pertenecer a una religión de extraordinario largo aliento y amplitud de visión; una religión que reconoce todas las vías de adoración a Dios como igualmente válidas; más aún, la única grande religión en el mundo que no pretende ser la única verdadera religión. El fundamentalismo hinduista es una contradicción de términos, desde el momento que el hinduismo es una religión sin “fundamentales”, en la que no existe algo semejante a una herejía. ¿Cómo osa un puñado de santones hacer miserable la majestad de los Vedas y de las Upanisad con el fanatismo restringido de su sello de identidad político? ¿Por qué los hindúes deberían aceptar que ellos reduzcan el hinduismo a vociferante auto glorificación de hooligan de estadio, que tomen una religión de inmensa tolerancia y reducirla a violencia chauvinista?

El hinduismo, con su apertura, es respeto por la diversidad, es aceptación de todos los otros credos, es la única religión que siempre ha sido capaz de afirmarse a sí misma sin amenazar a las otras. Pero esto no es lo que el Hindutva vomita en las diatribas llenas de odio de sus políticos. Hinduismo auténtico es el de Swami Vivekananda, que en el Parlamento Mundial de las Religiones en Chicago en 1893, argumentó maravillosamente el humanismo liberal que está en el corazón de su credo y del mío. Vivekananda afirmó que el hinduismo está “por la tolerancia como por la aceptación universal, porque no sólo creemos en un universal respeto, sino que aceptamos todas las religiones como verdaderas”. Citó un himno: “Como las diferentes corrientes que tienen sus fuentes en lugares diferentes mezclan sus aguas en el mar, así, ¡oh Dios!, los diferentes senderos que los hombres recorren según sus diferentes tendencias, aunque parezcan tortuosos o rectos, todos guían a Ti”. La visión de Vivekananda – resumida en el credo Sarva Drama Sambhava – es en realidad el tipo de hinduismo practicado por la gran mayoría de los hindúes, cuya instintiva aceptación de los otros credos y formas de adoración es desde hace tiempo la impronta vital de la identidad india.

Vivekananda no hizo ninguna distinción entre las acciones de los hindúes como pueblo (por ejemplo el garantizar el asilo) y sus acciones como comunidad religiosa (tolerancia de los otros credos): para él, la distinción era irrelevante ya que el hinduismo es tanto una civilización, como un conjunto de creencias religiosas. “Los hindúes tienen sus propias culpas – agregaba Vivekananda – pero están siempre para castigar sus cuerpos y jamás para cortar las gargantas de sus vecinos. Si un hindú fanático se quema a sí mismo en una pira, jamás encenderá el fuego de la Inquisición”.

Es triste que estas tesis de Vivekananda sean ahora contradichas en la calles por aquellos que gritan que están haciendo revivir la fe en su nombre. “Estos hindúes militantes”, ha observado Amartya Sen, presentan a la India como “un país de idólatras intolerantes, de fanáticos delirantes, de devotos aguerridos y de asesinos religiosos”. Discriminar al otro, agredir al otro, asesinar al otro, destruir el lugar de culto del otro no es parte del dharma hindú tan maravillosamente predicado por Vivekananda. ¿Por qué las voces de los jefes religiosos hindúes no se levantan en defensa de estos fundamentos del hinduismo?

Chiesa (Italia)

 



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