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15/10/2008 | ¿Europa para esto?

Oscar Elía Mañú

"El europeo vivirá concentrado en sí mismo y sin poder aportar ya, ni para su propia dicha ni para la civilización, la contribución que siempre ha aportado en el pasado (…) Europa no vive ya hoy al ritmo de un mundo moderno en progreso. En la mayor parte de los terrenos, se constata una reducción del peso relativo de Europa en el mundo". ¿A qué Europa se refieren estas líneas? ¿A la de 2008? No. A la de 1953. Son palabras de Jean Monnet, y están recogidas en el libro Los Estados Unidos de Europa han comenzado, una recopilación de textos escritos por aquél en los albores de la unidad comunitaria que acaba de publicar la editorial Encuentro.

 

Al europeo de hoy, testigo del fracaso del Tratado Constitucional, de las crisis iraquí y kosovar, el título de este libro se le antoja entre ingenuo y contradictorio, entre esperanzado e irreal. Voluntarioso, Jaime Mayor Oreja trata de rescatar en el prólogo las palabras del francés para la Europa de esta hora; pero, dado el estado calamitoso de las instituciones comunitarias, sus palabras pecan de excesivo optimismo.

Este libro muestra claramente los pasos históricos que los padres de Europa tenían en mente para alcanzar la unión del continente. Un continente en crisis desde principios de siglo y que se había hundido luego del estallido de la guerra del 39. "Cuando se mira un poco hacia atrás y se ve el extraordinario desastre que los europeos se han provocado a sí mismos a lo largo de los cincuenta, setenta y cinco o cien últimos años, se siente uno realmente espantado", escribirá Monnet (p. 29). De ahí que considerara prioritario reconocer los errores pasados y hacer todo lo posible por no volver a cometerlos. Establecer una alianza entre Francia y Alemania era, obviamente, el primer paso.

Europa no puede reducirse a intereses económicos, pero tampoco se puede prescindir de ellos, sostendrá Monnet, que verá en la unidad económica la base para la política. El estado calamitoso de la Europa rota y arrasada por la II Guerra Mundial, una Europa dependiente de potencias lejanas y poco respetada por el resto del mundo, le dolía al francés, que vio en la conformación de una economía propiamente europea una manera de salir del agujero. Como es bien sabido, la cosa terminó con Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Italia y los Países Bajos firmando, en abril de 1951, el Tratado de París, acta oficial de nacimiento de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero.

Ni la CECA ni el mercado común son fines en sí mismos, afirmaba Monnet; están ahí para "contribuir esencialmente a la creación de los Estados Unidos de Europa" (p. 41). E insistía: "Nuestra Comunidad no es una asociación de productores de carbón o de acero: es el comienzo de Europa" (p. 49).

Atormentado por el recuerdo de las dos guerras mundiales –que antes de nada fueron europeas–, Monnet consideraba fundamental sustraer las instituciones europeas de las decisiones nacionales: "No agrupamos Estados, unimos hombres", es la frase famosa del francés que llama la atención de Mayor Oreja en el prólogo. Menos nación y más Europa, pedía Monnet. Un Monnet que no podría imaginar que, cincuenta años después, la burocracia europea acabaría sustituyendo con creces al poder nacional, y que las frías instituciones comunitarias estarían tan alejadas de los intereses de los ciudadanos como el más insensible de los Estados nacionales.

Conjurado el peligro alemán, Monnet se fijará tres metas: atraer a Gran Bretaña, pues su participación en la unidad europea sancionaría el proyecto definitivamente, profundizar en las relaciones con Estados Unidos desde una cierta igualdad y normalizar las relaciones con la Unión Soviética. ¿Cómo no sonreír hoy? Cincuenta años después, el euroescepticismo ha saltado de Gran Bretaña al resto de la Unión, el Viejo Continente ha renunciado a alcanzar cualquier tipo de paridad –económica, militar, diplomática– con América y la crisis georgiana ha revelado lo que entiende la UE por normalizar las relaciones con Rusia: asistir silente a la expansión de la osocracia.

Europa es hoy más rica que nunca, pero su bienestar está impregnado de patetismo. Los fundadores buscaron la unidad moral y espiritual de Europa, pero condenaron su proyecto al asentarlo sobre bases económicas. Europa no ha superado su fase económica; y allí donde lo ha hecho ha sido para mal. Se basó la unidad en el bienestar económico, y cuando éste desencadenó toda su lógica cultural y moral, se apoderó del continente.

El bienestar económico europeo está en su apogeo. Opulento, el continente parece hundirse lentamente en el hedonismo nihilista, el ateísmo materialista y el relativismo intelectual. La unidad económica ha degenerado en mercadeo fiscal, el deseo de paz en appeasement y el deseo de igualdad con Estados Unidos en una envidia y un antiamericanismo mal disimulados.

Los pasos intermedios que Monnet tenía en mente se han dado, sin lugar a dudas. Pero no hacia lo que él denominaba "misión europea". Se está pervirtiendo el espíritu europeo.

Europa no sólo ha renunciado a cualquier misión civilizadora y creadora, sino que se ha vuelto contra sí misma, abomina de su pasado y va de la mano de sus enemigos. Desganada, aburrida, cortoplacista, vive vuelta hacia sí misma, ajena a los problemas que le rodean. Se ha convertido en un lema y en un dogma en el que sólo los ingenuos creen, y del que sacan provecho los más desvergonzados, en Bruselas o París.

Resulta difícil no componer una mueca al leer las bienintencionadas palabras de nuestro autor. En los años cincuenta, Monnet sueña con poner en marcha una dinámica histórica, política e institucional que unifique Europa y la haga fuerte. "Cuando la gente se convence de que una situación nueva es inevitable, ella misma se adapta, y al hacerlo, acelera el cambio en curso", escribe (p. 111). El problema es que él pensaba en una Europa impulsada hacia delante, no hacia atrás. Hoy, los europeos corren el peligro de acelerar con su desgana la crisis del continente.

En estas páginas hay esperanza, ingenuidad, confianza en unos principios y valores que hoy resulta difícil encontrar en el vetusto continente. Así que, tras su lectura, la pregunta surge de inmediato: ¿Europa para esto?

Óscar Elía Mañú es Analista del GEES en el Área de Pensamiento Político.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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