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05/05/2005 | Use Esos Dólares Gringos

Steve H. Hanke

La elección presidencial de México no es hasta julio del 2006, pero los inversionistas de México ya están preocupados hasta el punto de perder el sueño sobre el resultado de esas elecciones. El resultado probable: El candidato victorioso mantendrá el régimen monetario defectivo del país.

 

Aunque México (no menos que EE.UU) se ha beneficiado del Tratado de Libre Comercio de América del Norte de 1994 (NAFTA) y de la relativa estabilidad económica durante la administración del Presidente Vicente Fox, el país todavía no se ha recuperado por completo de la “crisis del tequila” de 1995. En los diez años que han pasado, el crecimiento anual del producto interno bruto ha sido un anémico 2.6%. Esto no está muy por encima del crecimiento anual de la población mexicana el cual fue de 1.5% y está muy por debajo del 6% que se esperaría de un país lleno de trabajadores ansiosos y que bordea una nación que fácilmente podría suplementar a la capital para hacerlos productivos.

Un factor clave que contribuye a los males de México es su régimen monetario. Luego de la crisis del tequila el Banco de México adoptó la última moda monetaria de Washington: el control inflacionario. Bajo este marco el banco central determina un rango de inflación (2%-4%) y supervisa un tipo de cambio “flotante”.

A primera vista los resultados de este experimento se ven bien. La inflación de los precios al consumidor ha disminuido de 34.4% en 1996 a un pequeño 4.3% ahora. La tasa de interés en los bonos de tesorería de 28 días ha bajado del promedio de 31.4% en 1996 a un promedio de 9.6%. Los bonos del gobierno mexicano ahora son de grado de inversión. El peso ha evitado una precipitada caída en el mercado de intercambio internacional, depreciándose de 7.86 al dólar hace nueve años a 11.1 ahora.

¿Por qué el crecimiento débil de México? Esto resulta de la manipulación por parte del banco central del peso. Esto ha esterilizado los flujos entrantes de dólares. En otras palabras, mientras los dólares entran al país y el banco central entonces emite nuevos pesos, simultáneamente emite deuda para absorber la liquidez del peso. Concurrentemente, los dólares se acumulan en el banco central, una inundación de nuevos pesos en circulación es evitada, y el tipo de cambio del peso es controlado. Aunque la base monetaria ha aumentado a $27.8 mil millones hoy del equivalente a $10.7 mil millones en 1996, las reservas extranjeras netas han aumentado dramáticamente, a $61.7 mil millones de $149 millones.

Estas operaciones tienen un costo. El interés ganado en las carteras de reserva extranjera es menos que el interés que el banco central debe pagar por los bonos que emite. Más importante, la esterilización resulta en que las tasas de intereses y el costo del capital se levanten por encima de lo que de otra manera serían.

Las tasas de intereses ajustadas a la inflación y de corto plazo todavía son restrictivas al cobrar un interés de 5.3%, muy por encima de la tasa de crecimiento a lo largo de la última década.

Mientras México sufre estos males el peso está cayendo para enfrentarse con la prueba del mercado. Los mexicanos prefieren a los dólares que a un peso flotante. Por lo tanto, el peso está perdiendo su espacio en el mercado rápidamente. La economía mexicana continúa dolarizándose espontáneamente. Desde 1996 las remesas de dólares han sido de $75 mil millones, mientras que el valor en dólares de la oferta de pesos ha aumentado por solo $17.1 mil millones.

Con la importancia del peso disminuyendo y con las tasas de intereses del peso sofocando a la economía, es hora de que México acepte la realidad y dolarice. Utilizando $27.8 mil millones de su fondo de guerra de reservas extranjeras, podría jubilar el peso. Eso dejaría $33.9 mil millones de reserva extranjera de sobra. Tal paquete le daría a los mexicanos lo que ellos quieren: el dólar y las tasas de intereses a nivel estadounidense. Y promovería el crecimiento.

Pero oficialmente adoptar una política monetaria sensible—una sostenida privadamente por los mexicanos—es probablemente algo que no sucederá. Esto significa más males económicos.

También significa una continuación de las políticas de exportación de labor mexicano. Aparentemente México aprendió del Mariscal Tito de Yugoslavia. Tito sabía que Yugoslavia no podía producir trabajos. Entonces mantuvo las fronteras yugoslavas abiertas—dentro de lo que se puede considerar abierto bajo criterios comunistas—y promovió la exportación de la labor en exceso yugoslava. A comienzo de los 1970s había más de un millón de yugoslavos, 10% de la fuerza laboral, trabajando en otros países europeos. Y las remesas que ellos mandaron de regreso a casa constataron hasta un 30% del total de exportaciones.

En vez de una reforma monetaria, los políticos mexicanos se han apegado a las políticas de exportación de labor inspiradas en Tito. Las regulaciones laborales mexicanas todavía son anticuadas y osificadas—son las más rígidas en Latinoamérica y son aún más rígidas que aquellas de Francia, Alemania, y Suecia. No es sorprendente que un 28% de la fuerza laboral mexicana esté trabajando en EE.UU. Hasta que México reemplace el peso con el dólar y utilice reformas masivas en el mercado laboral, pueden esperar más males para los mexicanos y más emigración.

Steve H. Hanke  es profesor de economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins y Senior Fellow del Cato Institute.

Traducido por Gabriela Calderón para Cato Institute.

El Cato (Estados Unidos)

 



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