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16/11/2008 | El futuro de América del Norte

Robert A. Pastor

Cambiar una política de mal vecino - El 20 de enero de 2009, si no es que antes, el nuevo Asesor de Seguridad Nacional le dirá al Presidente entrante de Estados Unidos que los dos primeros visitantes internacionales deben ser el Primer Ministro de Canadá y el Presidente de México.

 

A partir de la Segunda Guerra Mundial, casi todos los nuevos presidentes han seguido este ritual, porque no hay ningún otro país que tenga un efecto económico, social y político más grande sobre Estados Unidos que sus vecinos. Sin embargo, la importancia de Canadá y México puede ser una sorpresa para la mayoría de los estadounidenses, al igual que para el nuevo Presidente.

En la campaña presidencial, en lugar de discutir una agenda positiva para el futuro de América del Norte, los candidatos se han centrado fundamentalmente en dos partes de esa agenda: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que entró en vigor en 1994, y la inmigración. Y, en general, al escuchar los argumentos de la campaña, se podría concluir que Iraq es crucial para la seguridad nacional de Estados Unidos, que China es su socio comercial más importante y que Arabia Saudita y Venezuela le suministran la mayor parte de los energéticos que utiliza.

Ninguno de estos enunciados es cierto. Durante la mayor parte de la década pasada, Canadá y México han sido los principales socios comerciales y la primera fuente de importaciones de energía de Estados Unidos. La seguridad nacional de Estados Unidos depende más de vecinos cooperativos y fronteras seguras que de combatir milicias en Basora.

El nuevo Presidente tomará posesión en un mal momento de las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos. El porcentaje de canadienses y mexicanos que tiene una opinión favorable de la política estadounidense ha disminuido a casi la mitad durante el gobierno de Bush. El debate de la inmigración en el Congreso y el intercambio entre los dos principales candidatos demócratas a la Presidencia sobre a cuál de ellos le disgustaba más el TLCAN han dejado un amargo sabor de boca en canadienses y mexicanos.

El ultimátum que enviaron los senadores Hillary Clinton (demócrata por Nueva York) y Barack Obama (demócrata por Illinois) a Canadá y México —renegociar el TLCAN bajo las condiciones de Estados Unidos o atenerse a las consecuencias— difícilmente es una muestra del tipo de sensibilidad que habían prometido hacia los amigos de Estados Unidos. Por otro lado, el senador John McCain (republicano por Arizona) ha ofrecido una defensa tan simple del TLCAN que parecería que piensa que no se necesita hacer nada más.

Es más, aunque es uno de los autores de una propuesta de ley sobre la reforma migratoria, McCain se retractó de dicha reforma después de haber recibido duras críticas. Los reportajes de Lou Dobbs de CNN sobre las nefastas consecuencias de la inmigración ilegal y del comercio parecen haber tenido un efecto mucho más profundo sobre el debate nacional de lo que mucha gente había pensado. En efecto, los candidatos parecen haber aceptado la variación de Dobbs sobre la alternativa de Hobson: rechazar el TLCAN o sufrir la caída como candidato y como país.

Lamentablemente, los líderes de Estados Unidos están mirando hacia el pasado del TLCAN, en lugar de mirar hacia el futuro y articular una nueva visión de intereses regionales compartidos. El TLCAN se ha convertido en una diversión, una piñata para expertos y políticos alcahuetes, aunque logró con éxito el objetivo para el que fue diseñado.

Derribó las barreras al comercio y a la inversión y, como resultado, el comercio de Estados Unidos en bienes y servicios con Canadá y México se triplicó —de 341 000 millones de dólares en 1993 a más de un billón de dólares en 2007— y la inversión extranjera directa entrante se quintuplicó entre los tres países y se multiplicó por diez en México entre 1990 y 2005. América del Norte, y no Europa, es ahora el área de libre comercio más grande del mundo, en términos de producto bruto.

El nuevo gobierno de Estados Unidos necesita remplazar una política de mal vecino por un diálogo genuino con Canadá y México, dirigido a crear un sentimiento de comunidad y una estrategia común para resolver los problemas regionales. El nuevo Presidente debe tener en cuenta todo el abanico de problemas de América del Norte que no cubre el TLCAN, así como los problemas de gobernanza derivados de la exitosa ampliación del mercado.

Los líderes de América del Norte deben profundizar la integración económica y negociar una unión aduanera. Deben establecer un fondo de inversión para América del Norte que permita reducir la diferencia de ingreso que hay entre México y sus vecinos del norte. Esto tendría un efecto mucho mayor sobre la inmigración de indocumentados a Estados Unidos que la supuesta reforma migratoria integral.

Además, deben crear una comisión consultora independiente y eficaz, con el fin de preparar los planes para América del Norte que establecerían estándares de transporte, infraestructura, energía y medio ambiente, además de regulaciones laborales.

Durante los últimos 8 años, el experimento de integración en América del Norte se ha estancado. El nuevo Presidente necesita volver a encender los motores.

LA DESVENTAJA DE AMÉRICA DEL NORTE
NINGÚN PRESIDENTE se ha reunido más con sus contrapartes de Canadá y México y ha logrado menos que George W. Bush. Entre febrero de 2001 y abril de 2008, el presidente Bush se reunió dieciocho veces con el Presidente de México y veintiún veces con el Primer Ministro de Canadá. Los tres se reunieron doce veces en total.

¿Qué es lo que han logrado? Organizaron un juego norteamericano* de Scrabble en el que los comités intergubernamentales se reunían periódicamente para crear nuevos acrónimos que pretendían ser iniciativas. El TLCAN sentó precedente con veintinueve grupos de trabajo. El presidente Bush llevó el juego de Scrabble a un nivel superior, al inventar y desechar nuevos acrónimos de manera desenfrenada. En su primera visita a México, en febrero de 2001, anunció el objetivo de crear una NAEC (Comunidad Económica de América del Norte).

Siete meses después, durante una visita del Presidente de México a la Casa Blanca, Bush abandonó la comunidad a favor de la P4P (Sociedad para la Prosperidad). Para enfrentarse a los temores sobre seguridad derivados del 11-S y los temores económicos de que una frontera más extensa reduciría el comercio, Estados Unidos firmó acuerdos independientes de “fronteras inteligentes” con Canadá y México.

Éstos dieron pie a todavía más grupos de trabajo e iniciativas, incluidos FAST (Comercio Libre y Seguro), PIP (Socios en la Protección), C-TPAT (Colaboración entre Aduanas y Comercio contra el Terrorismo), WHTI (Iniciativa de Viaje del Hemisferio Occidental), IBETS (Equipos Integrados de Vigilancia y Control Fronterizo) y ACE (Ambiente Comercial Automatizado).

El programa SENTRI estableció carriles de cruce rápido para la frontera entre México y Estados Unidos y los NEXUS hicieron lo mismo en la frontera entre Canadá y Estados Unidos. Nadie explicó por qué no pudieron hacer esto con un solo acrónimo, en lugar de dos, o más bien con una sola agencia y un procedimiento único en vez de dos.

En marzo de 2005, la ASPAN (Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte) reemplazó a la P4P. Éste fue un ejercicio burocrático más, dirigido a producir “resultados mensurables” para hacer que América del Norte fuera más competitiva y segura. Inicialmente, incluía 300 metas, casi todas ellas técnicas; por ejemplo, armonizar las regulaciones para los dulces o eliminar las regulaciones de las “reglas de origen”, que gravan la parte de cada producto que no se produce en América del Norte.

Después de 3 años, los funcionarios aún no han armonizado las etiquetas de los dulces, pero han retirado la disposición de las “reglas de origen” sobre 30 000 millones de dólares en bienes. Eso podría parecer mucho, pero representa menos que el crecimiento del comercio anual en América del Norte. Un año después, en 2006, los tres líderes de América del Norte invitaron a un grupo de directores ejecutivos de algunas de las compañías más grandes de la región para establecer el NACC (Consejo de Competitividad de América del Norte). Se concentraron en 51 recomendaciones, que incluyeron la eliminación de regulaciones molestas, y coincidieron en la necesidad de trabajar “bajo el radar” de la atención pública.

Si se mide el progreso a partir del crecimiento del comercio, la reducción en los tiempos de espera en la frontera y el apoyo del público a la integración, todas estas iniciativas han fracasado rotundamente. El crecimiento del comercio en los años de Bush ha sido menos de un tercio del crecimiento de los 7 años anteriores: 3% frente a 9.8%.

Los tiempos de espera han aumentado y la opinión pública acerca del resto de América del Norte en los tres países se ha deteriorado, en parte debido a que Estados Unidos no ha cumplido con el TLCAN en temas de gran importancia para México y Canadá, como, por ejemplo, el transporte camionero y la madera blanda.

La integración de América del Norte se ha estancado en los años del gobierno de Bush por diversas razones, comenzando con el 11-S, que dio pie a intensas inspecciones de seguridad en ambas fronteras, lo que creó gigantescos topes para el comercio. Un estudio sobre la frontera Estados Unidos-Canadá descubrió un aumento del 20% en la demora en los cruces hacia el sur y un 12% de aumento en los tiempos de espera en los cruces hacia el norte desde el 11-S.

Segundo, aunque el comercio en Norteamérica se ha triplicado y el 80% de los bienes de intercambio se transporta por carretera, ha habido poca inversión en infraestructura en las fronteras y casi ninguna en las carreteras que conectan a los tres países. Por lo tanto, las demoras son más largas y más costosas que antes del TLCAN. La industria del acero estimó recientemente que los tiempos de espera para sus embarques, que generalmente son de cinco a seis horas, producen pérdidas anuales de entre 300 millones y 600 millones de dólares. Otro estudio estimó que las demoras agregaban un costo del 2.7% a los bienes.

Tercero, aún se impide que los camiones crucen la frontera entre México y Estados Unidos. A pesar del mandato del TLCAN de que se permita que los camiones mexicanos entren a Estados Unidos a partir de 1995, los primeros camiones —en principio 55— cruzaron la frontera en marzo de 2008, en un proyecto piloto que el Congreso ha tratado de detener. (Como punto de referencia, alrededor de 4.2 millones de camiones mexicanos llevan sus productos a la frontera anualmente). Cada año, cerca de dos millones de toneladas de frutas y verduras se embarcan en camiones en el estado mexicano de Sonora.

Cuando los camiones llegan al cruce fronterizo de Mariposa, los productos agrícolas se descargan en un almacén, luego se cargan en otro camión que los transporta varios kilómetros dentro de Arizona, donde una vez más se descargan en otro almacén y luego los recoge un transportista estadounidense.

Si cada año llegan 280 000 camiones a la frontera con Arizona, hay que pensar en la ineficiencia y el costo que tiene transferir tres veces productos agrícolas perecederos para cruzar una frontera.

Cuarto, cumplir con las disposiciones de las “reglas de origen” toma tanto tiempo que muchas empresas simplemente utilizan la tarifa estándar que el TLCAN pretendía eliminar. Finalmente, la integración de América del Norte se estancó porque China se unió a la Organización Mundial del Comercio en 2001, y sus exportaciones a los tres países de América del Norte crecieron tan rápido que, en 2007, sustituyó a México como el segundo socio comercial más grande de Estados Unidos. En 2001, Estados Unidos importaba más textiles y prendas de vestir de México que de China, pero, para 2006, importaba casi cuatro veces más productos de China que de México. (Estados Unidos aún exporta 60% más a México que a China).


Las exportaciones intrarregionales de los tres países de América del Norte como porcentaje de sus exportaciones globales aumentó del 43% en 1990 al 57% en 2000, un nivel de integración casi similar al de la Unión Europea tras cinco décadas. Desde entonces, la integración intrarregional de América del Norte no ha cambiado.

 Las partes de un automóvil cruzan las fronteras ocho veces durante el proceso de ensamblaje. Debido a que hay mayores requisitos de seguridad, una infraestructura inadecuada y la interrupción del autotransporte desde México, los costos de transacción ahora no sólo exceden el arancel que fue eliminado, sino que son mucho más altos que los aranceles aplicados a los automóviles extranjeros que necesitan entrar a Estados Unidos sólo una vez, como productos terminados. En resumen, la ventaja de la integración norteamericana se ha convertido en una desventaja para América del Norte.

El debate migratorio sólo ha servido para echar sal sobre la herida, pues genera tensiones con México sin lograr nada. El senador John Cornyn (republicano por Texas) fue el único que se atrevió a proponer un fondo de inversión de América del Norte para ayudar a reducir la diferencia de ingreso (y por ende disminuir la inmigración), pero la retiró después de ser criticado por los conservadores. Eso habría ayudado a los trabajadores mexicanos mucho más que las ocho convenciones laborales centrales que se propusieron para que se incluyeran en el acuerdo paralelo del TLCAN.

UNA TORMENTA DE DOS FRENTES
LOS ATAQUES desde ambos extremos del espectro político han transformado el debate sobre América del Norte en los últimos años. Desde la derecha han llegado ataques basados en los temores culturales de verse sobrepasados por los inmigrantes mexicanos y por los miedos de que una mayor cooperación con Canadá y México podría llevarnos por un terreno resbaladizo hacia la creación de una Unión de América del Norte.

Dobbs, entre otros, consideró que Building a North American Community —un informe de 2005 que presentó una fuerza de tarea, del Council on Foreign Relations (CFR), que yo copresidí— era el manifiesto de una conspiración para socavar la soberanía estadounidense. Dobbs afirmaba que el estudio del CFR proponía una Unión de América del Norte, aunque no era así. Desde la izquierda se lanzaron ataques basados en temores económicos de pérdida de empleos debido a prácticas desleales de comercio.

Estos dos miedos se fundieron en una tormenta perfecta que recibió el impulso de un exceso de palabrería emitida por presentadores de programas de radio y televisión. Frente a estas críticas, el gobierno de Bush guardó silencio y los candidatos demócratas compitieron por los votos de los estados del “cinturón de óxido”, donde los sindicatos y muchos trabajadores han llegado a considerar al TLCAN y a la globalización de la misma forma como lo hace Dobbs.

El debate en Estados Unidos se ha vuelto tan cerrado que los estadounidenses básicamente cambiaron de papel con sus vecinos. Durante casi dos siglos, muchas personas construyeron muros en Canadá y México para limitar la influencia de Estados Unidos. Dos décadas después de que ellos tomaran la decisión de desmantelar sus muros, Estados Unidos está siendo presionado por populistas que se oponen a la Unión de América del Norte para que reconstruya barreras e impedir así la entrada de sus vecinos. La idea de que Estados Unidos debe temer la invasión de sus vecinos más débiles es insólita, pero se está convirtiendo en un elemento importante de la crítica populista.

Durante el debate sobre el TLCAN, algunas personas de los tres países tenían temores y reservas. Canadá y México temían que los inversionistas estadounidenses se apoderaran de sus industrias, y los estadounidenses, que los canadienses y mexicanos ocuparan sus empleos. Nada de eso ha sucedido. Los canadienses invirtieron a un ritmo más rápido en Estados Unidos de lo que las empresas estadounidenses invirtieron en Canadá y, aunque la inversión extranjera en México aumentó vertiginosamente —de 33 000 millones de dólares en 1993 a 210 000 millones de dólares en 2005—, el porcentaje proveniente de Estados Unidos disminuyó en un 10%.

Mientras tanto, las tres economías se han interconectado cada vez más. Muchas empresas nacionales se hicieron regionales, al producir y comercializar sus productos en los tres países. El sector internacional de las tres economías creció (y las empresas exportadoras pagan salarios que son entre 13% y 16% más altos que el promedio nacional). Huelga decir que, conforme el mercado se ampliaba y la competencia se hacía más intensa, hubo más ganadores y perdedores, pero, como consumidores, todos los habitantes de América del Norte se beneficiaron al tener más opciones, precios más bajos y productos de mayor calidad.

En un análisis econométrico de los efectos del TLCAN, el Banco Mundial estimó que, para 2002, el PIB per cápita de México era de 4% a 5% más alto, sus exportaciones eran 50% mayores y la inversión extranjera directa era 40% más alta de lo que hubieran sido sin el TLCAN. Los efectos del TLCAN en Estados Unidos, dado el tamaño mucho mayor de su economía, son evidentemente menores y más difíciles de medir. Sin embargo, durante los primeros 7 años del TLCAN, de 1994 a 2001, hubo un período de gran expansión comercial y creación de empleos en Estados Unidos.

El TLCAN no se merece todo el crédito o siquiera puede atribuírsele gran parte de este aumento en el número de empleos, pero ciertamente no se le puede culpar de pérdidas importantes de puestos de trabajo. Si uno se concentra únicamente en el empleo, éste creció en Estados Unidos de 110 millones de empleos en 1993, a 137 millones en 2006 (y en Canadá, de 13 millones a 16 millones). Además, la producción manufacturera de Estados Unidos aumentó en un 63% entre 1993 y 2006.

Estos beneficios no han producido un consenso positivo, en parte debido a que no se han compartido equitativamente con los afectados. En este aspecto, las diferentes voces de América del Norte se han dejado escuchar. Una de ellas es la voz estridente y enfadada, personificada por Dobbs, que argumenta que los mexicanos tienen poco en común con los estadounidenses, que el libre comercio afecta a los trabajadores y a la economía, y que Estados Unidos puede resolver el “problema de la inmigración” con la construcción de un muro. Esta voz tiene eco en Canadá y México, y resuena entre los que se sienten intranquilos o temerosos frente al comercio y la integración. Otra voz representa a los que acogen bien la integración y están dispuestos a experimentar con nuevas formas de colaboración. Las encuestas de opinión sugieren que la segunda voz representa a la mayoría, aun cuando pocos líderes hablan en su favor en la actualidad.

En América del Norte se realizan muchas encuestas de opinión y con ellas se ha descubierto que los valores de los tres países son similares y convergentes. Estadounidenses, canadienses y mexicanos sienten más confianza y aprecio entre sí que hacia cualquier otro pueblo de cualquier otro país, aunque la opinión de canadienses y mexicanos sobre la política estadounidense se ha vuelto cada vez más negativa en los últimos 7 años.

El 38% de los ciudadanos de los tres países se identifica como “norteamericano” y la mayoría de esas personas incluso estaría a favor de cierta forma de unificación si pensara que su nivel de vida mejoraría sin afectar al medio ambiente o sin perjudicar la identidad nacional de cada uno de ellos. Una mayoría cree que el libre comercio es bueno para los tres países, aunque algunos de los encuestados también creen que el libre comercio ha beneficiado más a los otros países de América del Norte que al suyo.

Una mayoría de las personas de los tres países preferiría “políticas norteamericanas integradas” en lugar de políticas nacionales independientes sobre el medio ambiente y la seguridad fronteriza, y una gran mayoría piensa lo mismo acerca de las políticas energéticas, económicas, de transporte y de defensa.

Según estas encuestas, la pregunta obvia es por qué los candidatos a la Presidencia creen que el público estadounidense es antimexicano y apoya el proteccionismo. Hay varias explicaciones posibles. El apoyo para el libre comercio es evidente a lo largo de un amplio período, pero el grado de apoyo varía con el tiempo y el espacio, dependiendo de la situación económica y del tamaño del déficit comercial. Una encuesta nacional realizada por CNN en octubre de 2007 descubrió que más estadounidenses creían que el comercio exterior era más una oportunidad que una amenaza. Pero las encuestas de salida de los demócratas que votaron en las elecciones primarias en Ohio el 4 de marzo de 2008 mostraron que el 80% culpaba al comercio de la pérdida de empleos.

En una contienda reñida, los candidatos respondieron a la opinión negativa, que era más intensa que la esperanza reflejada por las encuestas de opinión. Por esa razón, y debido a que ningún líder político lo ha rebatido en el ámbito de las ideas, Dobbs está dando forma al debate, y los sindicatos están conformando las recomendaciones de política pública.

América del Norte se enfrenta a una disyuntiva “dobbsiana”: revertir o acelerar la integración y establecer nuevas barreras o encontrar nuevas formas de colaboración. Irónicamente, el punto de vista de Dobbs se ha fortalecido en la misma medida que se ha debilitado la integración económica de América del Norte.

UNA ESTRATEGIA REGIONAL
ESTÁ CLARO QUE la estrategia gradual, silenciosa y basada en los negocios del gobierno de Bush no ha logrado promover la integración económica o una colaboración más estrecha con los vecinos de Estados Unidos. Por el contrario, ha planteado algunas inquietudes legítimas y ha provocado una violenta reacción nativista.

Fue un error permitir que los directores ejecutivos fueran los únicos asesores externos para la desregulación y la armonización de las normas restantes. Se debe escuchar la opinión de la sociedad civil y de los legislativos sobre estos temas, que se tratan menos de negocios que de la manera como se deben perseguir los objetivos ambientales, laborales y de salud. En términos generales, el libre comercio obviamente no es suficiente.

Los grupos que se vieron afectados por una mayor competencia necesitan compartir los beneficios y deben contar con una red de seguridad que incluya seguro salarial, asistencia educativa y ayuda para el ajuste comercial, así como asistencia sanitaria. El libre comercio tampoco es lo único que se necesita para ayudar a México a entrar al mundo desarrollado.

La estrategia bilateral dual (Estados Unidos-Canadá, Estados Unidos-México) también está fallando. Exacerba la característica definitoria y debilitante de las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos: la asimetría. Da pie a que Washington los ignore o les imponga su voluntad, ocasiona que Ottawa y la Ciudad de México se aparten o estén a la defensiva. Dado el desequilibrio de poder y riqueza, podría ser difícil lograr una verdadera relación igualitaria, pero el interés de largo plazo de los tres países es construir instituciones que reduzcan dicho desequilibrio. La genialidad del Plan Marshall estribaba en que Estados Unidos utilizaba su poder no para el beneficio de corto plazo, sino para propiciar la unión de Europa. Ese tipo de habilidad política es necesario para ir más allá de los intereses privados y de corto plazo, y para construir una Comunidad de América del Norte.


Hay otras razones para una estrategia norteamericana. Si, en lugar de dos gobiernos, se sientan tres a la mesa, es más probable que se centren en las reglas y no en el poder, en los intereses nacionales y regionales en lugar de en los intereses de compañías o sindicatos específicos. En temas como el transporte y el medio ambiente, una conversación tripartita podría producir planes para América del Norte. Incluso en temas fronterizos, los tres países podrían beneficiarse de la comparación de procedimientos y de tomar prestados los que funcionan mejor.


Una estrategia para América del Norte necesita una visión basada en la sencilla premisa de que cada país se beneficia del éxito de sus vecinos y que cada uno se deteriora con los problemas o reveses de los otros. Con una visión de este tipo, parece lógico considerar un fondo de inversión para América del Norte, con el fin de reducir la disparidad de ingreso entre México y sus vecinos del norte. Sin tal visión, dicha propuesta no tiene ninguna posibilidad de prosperar. Sin una visión, los gobiernos continuarán lidiando con un solo problema, con un país a la vez, lo que reforzará viejos estereotipos, como el de que México es un país problemático y corrupto, de narcotraficantes y emigrantes. Con una visión comunitaria, los tres gobiernos deben verse entre sí como parte de un problema trasnacional y como parte esencial de la solución.


El primer paso es profundizar la integración económica, a partir de la eliminación de las costosas y engorrosas “reglas de origen”, para permitir que todos los bienes legales transiten sin problemas por las fronteras y que los funcionarios fronterizos se concentren en detener a los terroristas y a las drogas. Para eliminar las reglas de origen, los tres gobiernos necesitarán negociar un arancel externo común a los niveles más bajos. Esto no será fácil, ya que hay otros acuerdos de libre comercio con los que habrá que concertar, pero esta medida hará que la economía de la región sea más eficiente. Un paso menor, que podría tener un gran efecto económico, sería cumplir con las disposiciones del TLCAN y armonizar las regulaciones de los tres países sobre la seguridad de los camiones, para permitir que éstos transiten por los tres países.


Otras decisiones podrían aprovechar la ventaja comparativa de cada país para beneficio de todos. Por ejemplo, más estadounidenses viven y se jubilan en México que en ningún otro país. Si Estados Unidos certifica a los hospitales de México y permite que los jubilados utilicen Medicare allá, ambos países se beneficiarían. El segundo paso es proteger las fronteras nacionales y el perímetro regional. La mejor estrategia sería entrenar a los funcionarios canadienses, mexicanos y estadounidenses juntos para evitar la duplicación, compartir información de inteligencia y proteger las fronteras como equipo.


Otro reto es reducir la diferencia de ingreso que separa a México de sus vecinos del norte con la creación de un fondo de inversión para América del Norte. El fondo debe destinar 20 000 millones de dólares anuales para conectar el centro y el sur de México con los caminos, puertos y comunicaciones de Estados Unidos. Con el propósito de desarrollar una Comunidad de América del Norte, los tres gobiernos deben comprometerse a disminuir la diferencia de ingreso y cada uno decidirá la mejor manera de contribuir a este propósito. Dado que será el más beneficiado, México debe considerar aportar la mitad del dinero para dicho fondo y, asimismo, realizar reformas —fiscales, energéticas y laborales— para garantizar que los recursos se utilicen de manera eficaz. Estados Unidos contribuiría cada año con el 40% de los recursos del fondo —menos de la mitad del costo semanal de la guerra de Iraq— y Canadá, con el 10%. Desde la puesta en marcha del TLCAN, el norte de México ha crecido diez veces más rápido que el sur, debido a que está conectado con los mercados de Canadá y Estados Unidos.

América del Norte puede esperar 100 años para que el sur de México se ponga al corriente o puede ayudar a acelerar su desarrollo; esto tendría consecuencias positivas en cuanto a la reducción de la emigración, la expansión del comercio y la inversión en infraestructura para ayudar a México a entrar al mundo desarrollado.


El modelo de integración de América del Norte es diferente al de Europa: respeta más al mercado y confía menos en la burocracia. Sin embargo, se necesitan ciertas instituciones para desarrollar los propósitos regionales, para monitorear los avances y para instrumentar su cumplimiento. Los tres líderes deben establecer que se lleven a cabo reuniones cumbre al menos una vez al año, y deben instituir una comisión para América del Norte, formada por líderes distinguidos de la academia, la sociedad civil, las empresas, los trabajadores y los agricultores, además de contar con capacidad para realizar investigaciones independientes.

La comisión deberá entregar propuestas regionales a los tres líderes. Los líderes seguirán contando con el personal de sus respectivos gobiernos, pero responderían a una agenda regional, en lugar de a una agenda bilateral dual. La comisión debería desarrollar un plan para América del Norte en los ámbitos de transporte e infraestructura, así como esquemas para administrar de mejor manera los temas de trabajo, agricultura, medio ambiente, energía, inmigración, tráfico de drogas y fronteras.


Los tres Jefes de Estado también se deben comprometer a crear una nueva conciencia, una nueva manera de pensar acerca de sus vecinos y de la agenda regional. Canadienses, estadounidenses y mexicanos pueden ser ciudadanos de sus países y norteamericanos al mismo tiempo. En efecto, apreciar a nuestros vecinos como parte de una idea norteamericana convincente podría mejorar el prestigio de cada uno de estos países. Con el fin de educar a una nueva generación de estudiantes para que piensen como ciudadanos de América del Norte, cada país debe comenzar por apoyar a decenas de centros de estudios sobre la región. Cada centro debería educar a los estudiantes, llevar a cabo investigaciones y promover el intercambio de alumnos y profesores con otras universidades de América del Norte.


Ésta es una agenda enorme que podría transformar a América del Norte y a cada uno de sus Estados miembros. Esto no será posible sin una visión y no será factible sin un liderazgo real y sin instituciones confiables, pero con estos tres elementos se puede crear una Comunidad de América del Norte. La existencia de dicha comunidad significaría que Estados Unidos tendría que consultar a sus vecinos sobre asuntos importantes que los afecten. Implicaría que Canadá tendría que trabajar estrechamente con México para construir instituciones basadas en reglas y para desarrollar una fórmula que disminuya la diferencia en desarrollo.

Supondría que México tendría que iniciar reformas para hacer buen uso de los recursos adicionales.
Esto es muy diferente que tratar de mejorar las condiciones laborales y el medio ambiente reescribiendo el TLCAN y amenazando con aumentar los aranceles. Los problemas laborales y ambientales deben ser parte del diálogo regional con el propósito de mejorar a América del Norte, pero no hay prueba de que los inversionistas extranjeros se trasladen a México para aprovechar las laxas reglas laborales y ambientales. Por el contrario, las leyes laborales de México son tan rígidas que con frecuencia desalientan a los inversionistas extranjeros. Además, incorporan los ocho estándares internacionales del trabajo, mientras que Estados Unidos no ha aprobado seis de ellos. En cuanto a sus leyes ambientales, México cuenta con normas que son bastante buenas; el problema es que no tiene fondos para aplicarlas o para realizar trabajos de saneamiento.


El problema de la inmigración también debe plantearse en este marco más amplio. En algunos sitios se necesita una cerca, pero construir un muro de más de 1 000 kilómetros sería más insultante que eficaz. Si Estados Unidos tiene el deseo de forjar una comunidad, necesita formular una estrategia que reconozca que es cómplice del problema migratorio al contratar inmigrantes indocumentados que trabajan más arduamente por menos dinero. Más importante aún, si Estados Unidos se uniera a México en un compromiso serio para reducir la diferencia de ingreso, entonces la cooperación en otros asuntos sería posible. El mejor lugar para hacer cumplir una política migratoria es el entorno laboral, no la frontera, pero para que la política sea eficaz se necesitarán identificaciones nacionales biométricas para todos; además, se necesitará una vía para la legalización con el fin de que sea justa.

UNA COMUNIDAD DE AMÉRICA DEL NORTE
PODRÍA PARECER EXTRAÑO que el presidente Bush realizara su última reunión cumbre para América del Norte en Nueva Orleans, como lo hizo en abril pasado. Su respuesta al huracán Katrina fue merecidamente criticada debido a su mal manejo. Pero Nueva Orleans fue, al mismo tiempo, una sede adecuada: tanto Canadá como México se movilizaron para ayudar a la gente de Nueva Orleans después de Katrina; México incluso envió tropas para llevar alimentos, y los trabajadores indocumentados mexicanos ayudaron a reconstruir la ciudad.


La reunión cumbre de abril fue probablemente el acto final de la ASPAN. La estrategia de actuar sobre los asuntos técnicos de manera burocrática y gradual, y de ocultarle los problemas al público ha generado más sospechas que logros. El nuevo Presidente probablemente eliminará la ASPAN. Sin embargo, las cumbres anuales deben continuar, aunque deben abrirse a la sociedad civil, como lo ha propuesto el senador Obama, y las relaciones intergubernamentales deben fortalecerse.


Sería deseable que Canadá y México se unieran con el fin de hacer una propuesta integral para la Comunidad de América del Norte, pero el distanciamiento entre Canadá y México hace que sea poco probable. Por ende, la responsabilidad de definir el futuro de América del Norte recaerá en el nuevo Presidente de Estados Unidos. Si el siguiente gobierno intenta renegociar el TLCAN, si presiona para que se establezcan normas ambientales y laborales aplicables, y si permite intereses especiales, como los del Sindicato de Camioneros y los de la industria del transporte, para evitar la competencia e impedir el cumplimiento del acuerdo, los vecinos de Estados Unidos mirarán con nostalgia los años del gobierno de Bush.

Canadá y México se verán presionados para buscar sus propias exenciones al TLCAN, y probablemente le recordarán a Washington que, cuando se trata de sanciones obligatorias, Estados Unidos ha sido más culpable de incumplimiento que ellos. Renegociar el TLCAN requeriría una inversión importante del tiempo y el capital político del nuevo gobierno sin que, al final, se ayude mucho a los trabajadores o al medio ambiente, o a nadie en absoluto.


La estrategia alternativa necesita iniciar con una visión de una Comunidad de América del Norte y con algunas instituciones —muy diferentes a las europeas— diseñadas para seguir una agenda atrevida que incluya una unión aduanera, una comisión para América del Norte, un fondo de inversión para América del Norte y un equipo común de guardias aduanales y fronterizos para encargarse de las fronteras y del perímetro regional. Para avanzar hacia estos objetivos, el siguiente Presidente debe nombrar a un asesor nacional para asuntos de América del Norte, que presidiría un comité ministerial con el propósito de formular un plan integral y ayudar al Presidente a negociar el difícil equilibrio entre los intereses especiales y los intereses nacionales y regionales.

En lugar de volver a iniciar el debate sobre el TLCAN, esta estrategia integral sentaría las bases para una nueva América del Norte.


Ésta es una agenda muy ambiciosa, pero en la víspera del 15º aniversario del TLCAN, los estadounidenses están buscando un nuevo enfoque, y ningún grupo de políticas exteriores contribuirá más a la prosperidad y seguridad de Estados Unidos que las dedicadas a construir una Comunidad de América del Norte. Si Estados Unidos desea competir, no puede dar marcha atrás y no puede permanecer inmóvil sin quedarse rezagado. El nuevo Presidente —si trabaja con sus contrapartes de Canadá y México— tiene la oportunidad de redefinir el rostro de América del Norte para el siglo XXI. Si el principal reto de política exterior para el siguiente gobierno es restablecer la confianza en Estados Unidos, entonces el primer paso es demostrarle al mundo que puede trabajar y respetar a sus vecinos.C

NOTA
* A lo largo de este artículo, el término “norteamericano” se utiliza en su sentido más amplio, para referirse a la región de América del Norte y sus habitantes, no como sinónimo de estadounidense [N. de la T.].

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ROBERT A. PASTOR es profesor y Director fundador del Center for North American Studies de la American University. Actualmente está escribiendo un libro que se titula The North American Idea.

Foreign Affairs (Estados Unidos)

 


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