Generalmente se piensa que la globalización provoca una convergencia de "modos de vida" en una especie de cultura universal. Es decir, toda manifestación de carácter cultural, social y político sería permeable de influencias externas, provocando con ello una pérdida en ciertos aspectos de una cultura.

Si se mira con atención, se podría concluir que esto en el Ecuador se ha dado en parte y no de manera total. Más bien, la globalización ha provocado el surgimiento y la afirmación de movimientos nacionales que han tendido a afirmar nuevas formas de identidad.

La revolución de las comunicaciones y la existencia de un mayor flujo de la información no implica necesariamente la adopción de nuevas formas de conducta. Que ahora estemos más comunicados que antes y sepamos lo que sucede en cualquier parte del mundo, no significa que haya habido una pérdida completa o cambio en los valores.

De esta manera se puede apreciar que gran parte de las transformaciones dentro de la cultura están atravesadas por las lógicas de la identidad. Todo proceso de identificación tendrá siempre que ver con un contexto, con un espacio en el que se afirmen y nieguen determinados atributos como resultado de una relación y confrontación con el otro.

La identidad, entonces, en ámbitos de clara influencia de la globalización, será selectiva en ciertos aspectos de una cultura extraña. Es así como puede afirmarse que la identidad nacional, étnica, de clase, etc., pasaría por un proceso de selección y valoración crítica.

En referencia a la problemática política, se ha afirmado que la globalización traería consigo el debilitamiento de los Estados. Esto se ha planteado como una pérdida creciente de su capacidad de acción y de su soberanía frente al fortalecimiento de otras instancias de poder. Si somos críticos y vemos el grado de influencia que han tenido hasta el momento ciertos organismos multilaterales de crédito, se confirmaría la incidencia que tendría la globalización en la baja capacidad de acción que tiene el Estado.

El individuo como tal parecería que ya no es prisionero de la historia, del orden o de la estructura social. Hay la sensación de que con la profundización de la globalización los espacios de afirmación política de la identidad estarían abiertos y, el sujeto, como tal, ya no estaría sometido a las instancias de poder que le reducían su ámbito de movimiento y de acción.

Los cuestionamientos a la racionalidad instrumental han llevado también a una radicalización de la crítica a la tecnocracia. Amparada en la idea de una racionalidad capaz de dar cuenta de casi todos los aspectos del ser humano, la tecnocracia ahora tiene en frente de sí más cuestionamientos que certezas. En estas circunstancias, habría que ver si la globalización ha liberado definitivamente el espacio para el sujeto.