Primero fueron los soldados los que vinieron a Río Seco, un pueblo en las montañas de la jungla del sur de Perú donde se cultiva coca.

“Nos dijeron subversivos y abrieron fuego”, dijo Benedicto Cóndor, un campesino de 55 años. Mataron a cuatro personas, incluyendo a una mujer con cinco meses de embarazo, señalaron testigos. Dos niños, de seis y un año, desaparecieron y se piensa que están muertos.

Cuatro meses después llegaron los guerrilleros, acusando a los pobladores de colaborar con el Ejército. Secuestraron al líder del pueblo, a quien no se ha vuelto a ver desde entonces.

Las sobrecogedoras historias de violencia que han salido de la jungla en los últimos meses mientras decenas de familias huyen de sus pueblos, han hecho surgir un espectro ominoso: la brutal guerra que aterrorizó al país por dos décadas podría estar renaciendo.

La guerra contra los rebeldes de Sendero Luminoso, que cobró casi 70 mil vidas, supuestamente terminó en 2000.

Pero aquí, en uno de los rincones más remotos de los Andes, el Ejército está combatiendo a una facción rebelde que comienza a resurgir. Y el nuevo Sendero Luminoso, tomando como ejemplo a los rebeldes colombianos, se ha reinventado a sí mismo como una organización de narcotráfico, reconstruyéndose con las ganancias del floreciente tráfico de cocaína en Perú.

El frente de batalla se ubica en la jungla de Vizcatán, en una región de 650 kilómetros cuadrados en el valle del río Apurímac. La región es la principal productora de coca, la materia prima de la cocaína.

“Los soldados piensan que todos somos terroristas y con esa idea creen que pueden destruir todo”, dijo Alfredo Pacheco, que cultiva coca y tuvo que huir de su pueblo, Nueva Esperanza, en septiembre, cuando los soldados quemaron sus chozas mientras buscaban a los rebeldes.

Desde que Sendero Luminoso se retiró a esta zona tras la captura de su líder Abimael Guzmán, en 1992, siguió el ejemplo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), de combinar la insurgencia izquierdista con la producción y manejo de drogas.

Según analistas militares y de narcóticos, la facción activa, aunque sigue profesando su filiación maoísta, se dedica ahora a proteger a los traficantes de drogas, imponer impuestos a los granjeros y operar sus propios laboratorios de cocaína.

“La guerrilla opera ahora con la eficiencia y poder letal de una organización de narcotráfico de elite”, señaló Jaime Antezana, analista de seguridad en Lima, quien estima que Sendero Luminoso emplea a unas 500 personas en el tráfico de cocaína, además de unos 350 comandantes armados.

Preocupado por la resurrección de los rebeldes y el creciente tráfico de cocaína, el gobierno intensificó la campaña contrainsurgente en agosto pasado.

Acaso la diferencia más notable entre el viejo y el nuevo Sendero Luminoso es la relación del nuevo grupo con los habitantes de los pueblos, que ostensiblemente favorece el paternalismo por encima del terrorismo.

Los habitantes se refieren a los guerrilleros como “los tíos”, aunque cualquier afecto familiar es acompañado por la amenaza de la violencia.