Tras semanas de dudas, el nuevo presidente se atrevió a dar un primer paso en forma de video dirigido a la sociedad iraní ofreciendo su disposición a dialogar.

La respuesta del máximo mandatario iraní ha sido clara: quien tiene que cambiar es Estados Unidos. No es Teherán quien debe demostrar su disposición a abandonar sus prácticas condenadas internacionalmente, sino Washington.

Habló de concentrar la atención sobre Afganistán, el auténtico teatro de operaciones donde Estados Unidos se juega su seguridad.

En breve conoceremos la nueva estrategia, pero hasta la fecha todo lo que se ha filtrado son ideas que ya estuvieron presentes en los trabajos realizados por la Administración Bush: aumento de tropas, apertura diplomática a sectores pashtun para dividir la insurgencia y mejora de las relaciones diplomáticas con Pakistán para lograr un combate más efectivo sobre los núcleos talibán y al Qaida escondidos en ese país.

Las filtraciones periodísticas apuntan a un intenso debate entre los altos cargos de la nueva Administración. Como suele ser normal en la política norteamericana, las posiciones son distantes y hará falta un claro liderazgo para imponer una posición final.

Bush lo consiguió en la primera legislatura, para perder el control en la segunda. De Obama sabemos que carece de una visión propia, que es un pragmático y que, sobre todo, espera que la diplomacia evite nuevos conflictos que distraigan de los presentes y dificulten la salida de la crisis económica.

En ese sentido Irán tiene todas las de ganar. En poco tiempo veremos qué aporta Obama al análisis de la crisis afgano-paquistaní.