Parece que Obama no va a ser san Martín de Porres", escribía el domingo Enric Juliana, con su aguda mirada, a tenor del lío de la retirada de tropas de Kosovo.

Ciertamente, el enésimo error diplomático de la política exterior española ha creado una inesperada y gratuita fricción con el Gobierno Obama.

¿Por qué? Generalmente las decisiones del Ejecutivo de Zapatero, en materia internacional, tienen su lectura más precisa en la clave española, y tienden a ubicarse en el minado terreno de la lucha electoral.

En estos tiempos revueltos, con una crisis económica ninguneada, finalmente aceptada y en ningún caso dominada, y con las estadísticas estallando en los miedos de los ciudadanos, ZP sabe que le sientan bien los debates de corte populista, aquellos donde el perfil progre genera enconadas peleas.

Todo vale para subir una décima en la popularidad. No es casualidad, por ejemplo, que sea ahora cuando se abre el debate sobre el aborto, inequívoca garantía de combate a cara de perro con la jerarquía católica. Y en este país de viejos ultracatólicos reconvertidos en afanosos cuelgacuras, siempre sienta bien una pelea con Rouco Varela.

La decisión de la retirada de tropas es del mismo corte que la del aborto: una decisión para contentar a la sociedad de la pancarta, siempre ávida de retirar algún soldado de algún lugar. Habrá que preguntarse si algunos, en la España del aislamiento internacional, vivían mejor...

Sea como sea, esa imagen del primigenio ZP retirando las tropas de Iraq ante un Bush en sus horas bajas ha quedado en la retina de la corrección política, y es probable que los gurús de las encuestas hayan pensado que hacía falta otro gesto parecido, para levantar el ánimo.

Al fin y al cabo, ¿a quién le importa lo que pase en Kosovo? Y aunque una pequeña pelea con Obama haya abierto innecesarios recelos, y haya creado desconcierto en la OTAN, también ha servido para hinchar el pecho de ZP y parecer alguien. No olvidemos que el debate de la política internacional, en España, se reduce al puro panfleto.

Más allá del juego táctico-electoral interno, el problema es que se juega con países reales, llenos de gente real que han sufrido un largo proceso de atropellos. Lo de Kosovo, en este sentido, clama al cielo.

El viejo país de los mirlos, sede de la famosa batalla donde los serbios fueron derrotados por los otomanos en el año 1389, símbolo central del imperialismo serbio y poblado por una vasta mayoría albanesa, es una de las piezas más complejas del indescifrable mapa de los Balcanes.

Tuve ocasión de estar, en plena guerra, en diversos territorios de la antigua Yugoslavia, y recuerdo las brutales humillaciones que sufrían los albaneses en manos de las cuadrillas de paramilitares serbios, algunos, viejos conocidos de la justicia internacional.

Fue también en el monumento a la batalla de Kosovo, en Kosovo Polje, donde un incipiente Slobodan Milosevic arengó a miles de personas e inició su cruzada imperial contra el resto de pueblos de la zona. Empezaba una sangrienta guerra. Tantos años y tantos miles de muertos después, los pueblos de Yugoslavia fueron consiguiendo su independencia y, con ella, iniciaron el proceso de superación del duelo colectivo.

Faltaba Kosovo, pero era fruta madura, y Kosovo llegó. Recuerdo una conversación con Ibrahim Rugova, cuando aún no era presidente del Kosovo independiente, sino un escritor disidente que luchaba por su pueblo. Me dijo: "Para los serbios, Kosovo no es un país. Es una batalla". Y esa batalla, la han vuelto a perder.

Resultó incomprensible que España se alineara, en contra de los países más sensatos, con Rusia y la propia Serbia en la negación del derecho de los kosovares a su independencia. ¿Estaría pensando en sus propios conflictos nacionales? Ahora repite vergüenza sacando improvisadamente las tropas de Kosovo. Nuevamente, pues, ZP muestra su desprecio al pequeño Kosovo. ¿Sacará de ello algún rédito? Saque lo saque, no es de buen provecho.

www. pilarrahola. com

Fuente Complementaria acerca de Kosovo:

http://es.wikipedia.org/wiki/Kosovo