No olvidemos que las visitas de alto nivel previas al viaje del presidente Barack Obama fueron programadas como reacción a la represalia comercial que el bloqueo provocó, en un contexto de señalamientos de funcionarios estadunidenses sobre el narcotráfico en México.

Salvo que entre ambos gobiernos exista un acuerdo no revelado hasta hoy, empieza a cundir la sospecha de que ni Felipe Calderón ni sus funcionarios negociaron a favor de los sufridos transportistas mexicanos, excluidos por la prepotencia estadunidense y sistemáticamente diezmados por los implacables incrementos al diesel.

Si no hubo gestión ni convenio al respecto (de ahí que no vengan los responsables estadunidenses del comercio y el transporte), se infiere que Washington impuso a Los Pinos su agenda para privilegiar el tema de la narcoviolencia y la seguridad fronteriza. Más grave aún sería que el propio gobierno mexicano hubiera utilizado la represalia comercial como carnada para atraer a los arrogantes vecinos y tratar con ellos sobre temas ajenos al conflicto de origen.

Los medios siguieron el juego y destacaron las obsequiosas declaraciones de la señora Clinton acerca de que el gobierno del traspatio sí mantiene el control de su territorio, que en la mismísima potencia del norte también hubo ciudades peligrosas hace apenas dos décadas, que no hay tal Estado fallido como lo manifestó el despistado Dennis Blair, director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos, que debe haber corresponsabilidad y ponerse freno al flujo de armas y dinero (aunque éste no es motivo de queja al sur de la frontera) destinados al narco. “¿Algo más?”, le faltó preguntar a la dama de las complacencias.

Sí, Clinton vino a distender la relación bilateral, pero la cuestión es qué obtuvo a cambio de estas concesiones puramente declarativas y de las fotos de rigor, suficientes para satisfacer las más urgentes necesidades de imagen del calderonismo, que se regocija ante lo que ya es un choteo sobre la valentía temeraria del Eliot Ness mexicano (¿es que no perciben la burla?).

Por lo demás, la respuesta al llamado del socio sureño fue inmediata, si bien un tanto desarticulada, por lo que se han debido procesar sobre la marcha algunas señales contradictorias entre los buenos oficios de Clinton y, por ejemplo, la desmesurada afirmación de Janet Napolitano, secretaria de Seguridad Interior, en el sentido de que está en riesgo la existencia del gobierno de México. Pero los malabares retóricos no alcanzan para ocultar el doble discurso: entrevistado el domingo por la cadena CBS, Obama dijo que la violencia generada por el narcotráfico está fuera de control, “es una grave amenaza para las poblaciones fronterizas y se ha salido de las manos”. Contradijo así el aterciopelado discurso de su secretaria de Estado y confirmó la preocupación de la clase política y los empresarios estadunidenses ante el peligro del sur.

Llegará Obama a México con el camino allanado para establecer en firme acuerdos entre potencia y patio trasero. Como siempre, proteger los intereses económicos y políticos del Tío Sam está por encima de todo lo demás y para ello se utiliza cualquier instrumento, desde la diplomacia sutil hasta el gran garrote. Sus prioridades actuales son, entre otras, Banamex, petróleo y contratos de Pemex, freno a la migración desde el sur, seguridad en la frontera y una mayor presencia de la DEA en suelo mexicano.

Por su parte, Calderón haría bien en buscar consensos con todas las fuerzas políticas internas sobre la agenda bilateral para llegar fortalecido a una reunión crucial, en la que se abordarán temas que afectan los intereses y la vida de toda la población.

Y, desde luego, no debe olvidarse de los transportistas mexicanos, que seguramente aún se preguntan hasta cuándo seguirá el bloqueo.

Nota: Con motivo del próximo periodo vacacional, este espacio entra en receso por una semana para reaparecer el próximo 15 de abril.

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