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04/06/2005 | El renacimiento democrático en Oriente Medio y la derrota del terrorismo

Pablo Izquierdo-Luis Balcarce

La ola democratizadora que se inició en Irak se forjó en la idea de que las sociedades libres no florecen bajo regímenes de miedo. La administración Bush inició su escalada democrática en Oriente Medio sabiendo que la gente se expresa libremente cuando se es libre: eso es la democracia y el pluralismo, a riesgo de resumir demasiado. Además, reforzó las sociedades civiles sojuzgadas realizando inversiones cruciales para el establecimiento de instituciones democráticas

 

Esta semana fue presentado en Madrid el anuario del Centro de Investigaciones para la Paz (CIP) bajo el nombre de "Cartografía del poder. Hegemonía y respuestas" en el cual sus redactores postulan que lo que ha dado en llamarse "primavera democrática árabe" dista mucho de ser un verdadero proceso de cambio y mucho menos éste es consecuencia de la contienda en Irak y de la celebración en este país de elecciones generales el pasado mes de enero. En opinión de la analista Mabel González, los últimos sucesos en los territorios palestinos, Líbano o Arabia Saudí, "se deben más a dinámicas internas que a la situación iraquí".

Según la analista del CIP, centro de estudios que depende de la Fundación Hogar del Empleado (FUHEM), hay que plantearse "qué se entiende por democracia" y si realmente se quiere establecer un régimen de este tipo en estos países y no la creación de gobiernos "pro occidentales", entonces habrá que plantearse el papel que deberían jugar grupos radicales como Hezbolá en Líbano, Hamás en los territorios palestinos, o los Hermanos Musulmanes en Egipto, a los que se pretende excluir de los supuestos procesos de democratización.

En la misma sintonía, otro analista del CIP, Robert Matthews destaca que "la democracia es un método más que un fin" y que "el terrorismo existe también en los regímenes democráticos", por lo que no se puede utilizar este razonamiento para "vender la idea" de democratización, sobre todo cuando la política estadounidense en países como Afganistán o Irak se ha visto "manchada" por los abusos cometidos por sus militares.

Un informe erróneo

Nos parece que este análisis no es del todo correcto ya que confundir el grave y condenable hecho de las torturas a soldados iraquíes -cuyos responsables fueron enjuiciados y encarcelados- son los objetivos primordiales que llevaron a la guerra conlleva un error de análisis que merece ser puntualizado. En efecto, la guerra de Irak no fue el disparador de la "ola democratizadora" en Oriente Medio (término acuñado curiosamente por Bill Clinton) sino uno los pilares que la han consolidado hasta llegar a las satisfactorias elecciones de enero de este año.

El primer paso en la ola democratizadora no fue Irak sino Afganistán. Fue la derrota del régimen talibán en Afganistán y la posterior puesta en escena de unas elecciones masivas que meses antes hubieran resultado impensables el comienzo del renacer de las libertades en esos países. Estas elecciones, en un país que sólo conocía el autoritarismo teocrático impuesto por milicias étnicas, fueron un punto de inflexión en la historia del país, un paso imprescindible en el camino a lograr un Gobierno fuerte y legitimado por las urnas, además de ser una derrota para el terrorismo.

Volviendo al informe, el CIP destacó que en el caso de la reforma constitucional en Egipto para permitir que varios candidatos se presenten a las presidenciales, recordó que la última palabra sobre los candidatos la tiene el Parlamento, controlado por el partido del presidente Hosni Mubarak. En el caso de Líbano, donde tras el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri se están celebrando elecciones generales sin la presencia de las tropas sirias, "los eventos tienen que ver con la política interna y no está claro cuál será el futuro".

Sin embargo, la presión norteamericana para que las tropas sirias abandonasen Siria fue esencial para que esas elecciones se llevaran a cabo, justo después de las retiradas de las tropas, festejadas por miles de libaneses ansiosos de mayor libertad. Cabe recordar las palabras del subsecretario de Estado norteamericano para Oriente Próximo, William Burns, al advertirle a Siria de que no debe intervenir en "el proceso político del Líbano" ni permitir que su territorio sea utilizado como base para "desestabilizar a Irak", en una reciente declaración a la prensa en Damasco.

También hay que recalcar que en diciembre del 2003, el gobierno norteamericano aprobó la Syrian Accountability Act, que castigaba a Damasco por sus delitos y en septiembre del 2004, el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la Resolución 1559, que pedía que todas "las fuerzas extranjeras" retiraran sus tropas del Líbano, una alusión clara a las tropas sirias que llegaron en 1976. Estos pasos llevaron a los principales políticos libaneses a exigir la retirada de las fuerzas sirias.

Respecto a Egipto, no caben dudas de que las fluidas relaciones entre Bush y Mubarak han permitido el éxito del último referéndum en el cual, según los resultados oficiales, el 83 por ciento de los egipcios dijeron "sí" a favor de enmiendas constitucionales, que permitirían elecciones presidenciales con pluralidad de candidatos. Hasta este momento, sólo se ha permitido a los egipcios votar "sí" o "no" al candidato presidencial oficial en referéndum cada cuatro años. No se permitió ningún candidato alternativo. Con la aprobación de las nuevas enmiendas constitucionales, los más optimistas esperan que Egipto se convierta en el segundo país del norte de África, después de Argelia, donde la población tiene una limitada oportunidad de cambiar a su jefe de estado a través de unas elecciones.

A pesar de la abrumadora evidencia que sostiene el rol de liderazgo en la región de los EEUU, el CIP ve la misma tendencia en la situación del conflicto palestino-israelí. En los territorios se han celebrado elecciones presidenciales y municipales y está prevista la celebración de parlamentarias. Además, tras la muerte de Yasir Arafat, se firmó una tregua por parte de los grupos radicales palestinos. En Israel, según González, "existe una nueva voluntad de paz" que tiene su expresión en la retirada prevista de la franja de Gaza. Sin embargo, quiso destacar que la franja de Gaza reviste de "escaso valor estratégico" para Israel y que a cambio de su retirada reduce costes y puede continuar con la construcción del muro de separación con Cisjordania al que se está dando "menos publicidad".

EEUU ha jugado un papel primordial en el conflicto israelí palestino luego de la muerte de Arafat. No sólo enviando a sus representantes más importantes –Rice, Rumsfeld, Laura Bush- con el objetivo de acercar posiciones sino haciendo fuertes inversiones que hagan viable el fin del conflicto. El reciente anuncio de Bush de la ayuda estadounidense a los palestinos para proyectos en la Franja de Gaza fue un gesto simbólico de respaldo para Abas, que ayudará a que la desvinculación de Gaza sea un éxito. Estados Unidos proveerá 50 millones de dólares a la Autoridad Palestina para que sean usados en nuevos proyectos de viviendas e infraestructura en Gaza, según anunció el mandatario norteamericano.

Por otro lado, Estados Unidos ofrece a Israel más de 2.000 millones de dólares todos los años. También hay aprobados 200 millones de dólares para los palestinos este año, además de otros 150 que espera lograr Bush, pero el acceso al dinero suele acabar restringido por las preocupaciones en el Congreso por la corrupción y las posibles relaciones de la Autoridad Palestina con el terrorismo.

Promover la democracia, creer en la democracia

La ola democratizadora que se inició en Irak se forjó en la idea de que las sociedades libres no florecen bajo regímenes de miedo. La administración Bush inició su escalada democrática en Oriente Medio sabiendo que la gente se expresa libremente cuando se es libre: eso es la democracia y el pluralismo, a riesgo de resumir a guadañazos. Da igual que sean árabes o chinos, como lo luego lo demostró el contundente éxito de las elecciones en Afganistán, Egipto, Irak y Líbano.

Estados Unidos llevó a cabo una reforma política genuinamente democrática en el Oriente Medio musulmán alentando y reforzando las sociedades civiles sojuzgadas, pero también realizando inversiones cruciales para el establecimiento de instituciones y crear las condiciones adecuadas para un desarrollo social y económico real y sostenible.

Esta estrategia incluyó esfuerzos tanto unilaterales como multilaterales; y de allí el compromiso y apoyo otorgado por EEUU a importantes iniciativas democráticas dentro de foros internacionales como las Naciones Unidas y específicamente dentro de la OEA, tales como la Resolución 1080, el Protocolo de Washington, la creación de la Unidad para la Promoción de la Democracia, y su activa participación en las Cumbres de Las Américas (Miami, 1994 y Santiago de Chile, 1998).

Unilateralmente, el gobierno estadounidense utilizó un enfoque integral para la promoción de la democracia que incluía una variada gama de instrumentos tanto en el micro-nivel como en el macro-nivel, utilizando con preferencia los medios de la diplomacia de presión/disuasión/aplauso —y evitando la confrontación y el uso de la fuerza, así como las medidas de cooperación internacional. Y dentro de esta última categoría (la de cooperación), cabe resaltar como una de las herramientas de creciente utilización por parte de EE.UU la denominada «asistencia democrática», la cual se refiere a todos aquellos programas de ayuda especialmente diseñados para fortalecer las instituciones, procesos y principios democráticos en países con regímenes no democráticos o semi-democráticos (en transición democrática).

Esta forma de promoción de la democracia se utiliza tanto desde instituciones y agencias gubernamentales —entre las que destacan la Agencia de Información (USIS), la agencia Internacional de Desarrollo (USAID), los departamentos de Estado, Defensa y Justicia— como a través de organizaciones casi-gubernamentales (i.e. el Fondo Nacional para la Democracia, NED), y de instituciones privadas de diversa índole. De hecho, para mediados de los 90 el gasto anual estadounidense en este tipo de ayuda alcanzaba un monto aproximado de 600 millones de dólares, y para 1998 los programas democráticos llevados a cabo —a través de varias instituciones gubernamentales y privadas— ascendían a más de 100 países. En 1994, solamente la Agencia Internacional para el Desarrollo (AID) gastó unos 23 millones de dólares en educación cívica.

Estos requisitos nada humildes no son tomados en cuenta por el CIP. No sólo no precisan unos recursos económicos considerables, sino también niegan la existencia de una voluntad política por parte de la elite gobernante norteamericana. Decimos elite norteamericana porque, a diferencia de lo que sucede en Europa, en EEUU existe consenso político sobre la identidad de la actual política exterior americana.

De tal forma, apenas tomaron posesión de sus cargos, los presidentes estadounidenses George Bush padre y Bill Clinton establecieron la promoción de la democracia como un punto clave del nuevo rol internacional de los Estados Unidos en el mundo, pasando el tema a formar parte prioritaria en sus agendas de gobierno. En 1995, el Presidente Clinton lleno de optimismo por el surgimiento de la llamada «tercera ola democratizadora» que se manifestaba globalmente, expresó que «la mejor estrategia para asegurar nuestra seguridad y para construir una paz mundial duradera es apoyar el avance de la democracia en el mundo entero». Dos años antes, en 1993, su Consejero de Seguridad Nacional, Anthony Lake, había anunciado que EE.UU seguiría una política de ampliación (la estrategia de enlargement and engagement) de las democracias de mercado cuyo objetivo central era el de incrementar el número de países y personas que disfrutaban de un gobierno democrático y de derechos civiles y políticos garantizados por la vía constitucional.

Otra falencia del CIP es minimizar el rol importantísimo de los gobernantes árabes, quienes han considerado que la relación económica y estratégica con Washington era más importante que el aplacamiento de los sentimientos públicos. Y han ofrecido a las fuerzas estadounidenses el apoyo logístico necesario para dirigir y llevar a cabo las operaciones militares contra el régimen iraquí, pese a que existía una considerable oposición a la guerra por parte de la opinión pública.

Tras el 11-S, como ha señalado el experto Fawaz Gerges, ha tenido lugar un replanteamiento a fondo del papel de EE.UU. en Oriente Medio y los resultados, hasta el momento, indican que Washington es mucho más receptivo y está mucho más dispuesto que antes a promover la liberalización política y la transición democrática.

Europa se mira el ombligo y la ONU...

¿Y qué decir de Europa? Con la excepción de Aznar y Blair, los europeos han negado apoyo a la lucha de esos demócratas genuinos que defienden sin descanso las libertades personales y las de todos los miembros de la sociedad, no sólo las suyas, que escasean en tierras árabes. Los discursos de fanatismo contra la libertad no sólo son propios de Oriente Medio sino que también se fomentan en Occidente mediante políticas de exclusión, de intolerancia y de extremismo. Esta realidad propugnada por la izquierda europea sostiene que la democracia en los países árabes llegará por generación espontánea, como si todavía faltaran muchas más mujeres asesinadas a pedradas por turbas fanáticas.

La democracia en países musulmanes puede ser una realidad sólo si se realizan inversiones fundamentales en el establecimiento de instituciones y una sociedad civil. Y esto es aún más difícil cuando los únicos que han llevado ese discurso a la acción han sido los EEUU, mientras que la Vieja Europa se miraba el ombligo. Y ni hablar de la ONU, trufada de sospechas de corrupción, ineficacias y una excesiva burocracia que mantiene, ademas, viejas recetas agotadas e ineficientes, adornadas de retóricos mensajes biensonantes.

Es un informe de la Fundación FIE.

Diario Exterior (España)

 



 
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