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11/06/2005 | Bolivia cae en las redes de la utopía bolivariana de la mano de Chávez y Evo Morales

Diario Exterior Staff

¿Por qué cayó Carlos Mesa? Las razones son múltiples. Sería un simplismo pensar que sólo cayó por el populismo radical de Evo Morales y sus aliados insurgentes. En este informe damos cuenta de las alianzas en la oposición que acabaron con Mesa y de las cuestiones de peso que se esconden en las profundidades de la sociedad boliviana, a las que dedicaremos especial atención: la sombra de Hugo Chávez y el indigenismo.

 

Hugo Chavez y Evo MoralesEsta semana renunció Carlos Mesa por segunda vez desde que asumió. A diferencia de la primera vez, nadie fue a vitorearlo y apoyarlo. Simplemente se fue, en un coche oficial sin tener que recurrir a la clásica huida en helicóptero, tan usual en Ecuador, Argentina o Perú. Mesa fue víctima del asedio del cocacolero y líder populista, Evo Morales, quien, adoctrinado por Hugo Chávez, ya sabe lo que es voltear gobiernos democráticos: lo hizo con Sánchez Losada en octubre de 2003 y repitió ahora con Carlos Mesa.

Morales acabó con Mesa mediante una feroz arremetida ideológica que contó con el respaldo de organizaciones populares y sectores de la población tradicionalmente excluidos. Carlos Mesa no fue un oponente serio para él; carecía de la cintura política para lidiar con las estrategias de bloqueo, piquete, cerco y violencia que le propinó Morales y sus aliados.

Mesa, historiador y reconocido periodista, contó con el rechazo sistemático de los sindicatos, a quienes acusó de no dejarle gobernar en paz y entorpecer su proyecto independiente de refundar el Estado. En julio de 2004 llevó a cabo con éxito un refererendo sobre las reservas de gas del país que se saldó con resultados favorables a las posturas del gobierno.

Sin embargo, la consulta acabó convirtiéndose en un arma de doble filo debido la ambigüedad y las intenciones nacionalizadoras de algunos partidos a la hora de traducir los resultados del referendo en una nueva ley petrolera.

La cuestión energética era el gran reto que Mesa debía asumir y resolver. La caída de Sánchez Losada había tenido como catalizador de las protestas un proyecto de exportación de gas natural a Estados Unidos que contemplaba la utilización de puertos chilenos. Al asumir la presidencia, Mesa se comprometió a la celebración de un referendo que determine la política a seguir con el gas.

Mesa terminó convirtiéndose en rehén de la agenda de la nacionalización de los hidrocarburos y la exigencia de celebración de una Asamblea Constituyente. Su poder era de frágil gobernabilidad y eso permitió que fuera barrido por los movimientos sociales. Además de las idas y vueltas que tuvo la Ley de Hidrocarburos, en la que Morales exigía que las empresas privadas dejasen en las arcas del Estado el 60 por ciento de las regalías, el tendón de Aquiles de la gestión de Mesa fue la ingobernabilidad y la falta de apoyo político en el Poder Legislativo.

Bloqueos y violencia

Las últimas semanas del Gobierno de Mesa fueron una insistente procesión de marchas de repudio y protestas que paralizó las actividades de miles de hombres y mujeres bloqueando calles y avenidas, incluido el acceso al aeropuerto internacional de la ciudad de El Alto; mientras que en otras regiones del país se seguían realizando movilizaciones contundentes contra la política del gobierno.

Mesa dijo que, si a raíz de las movilizaciones se ve obligado a utilizar la fuerza, optaría por dejar el gobierno, en un claro recordatorio a lo que le había sucedido a su antecesor Sánchez de Lozada, (conocido con el sobrenombre de "Goni"). En la denominada "Guerra del Gas" de octubre de 2003, durante el gobierno de Goni, 71 bolivianos fueron asesinados y más de 500 resultaron heridos de bala. El principal dirigente de la Federación de Juntas Vecinales (Fejuve) de El Alto, Abel Mamani, a propósito del mensaje presidencial, respondió: "Si el presidente Mesa continúa a favor de las transnacionales, si no responde a los intereses de las mayorías nacionales, sino deroga el decreto que incrementa los hidrocarburos, sino defiende a los sectores más empobrecidos y si no es capaz de gobernar este país, debe irse".

Un ultimátum parecido le hizo Morales: reversión del alza de carburantes, expulsión de la transnacional Aguas del Illimani de El Alto, rechazo a la inmunidad de los súbditos estadounidenses, juicio y cárcel para el ex presidente Sánchez de Lozada, aprobación de la nueva Ley de Hidrocarburos y convocatoria a la Asamblea Popular Constituyente.

Tanto en Cochabamba como en La Paz y Santa Cruz se hicieron masivas movilizaciones con la presencia de diferentes sectores populares como representantes fabriles, campesinos, mineros, transportistas, gremiales, jubilados, desocupados, amas de casa, universitarios y otros que rechazaron la política gubernamental. A este panorama, se sumó la escasez de combustible y alimentos que comenzó a sentirse. El transporte era mínimo debido a la escasez del carburante, las actividades escolares estaban paralizadas y todas las rutas fueron cortadas por piedras, barricadas y escombros en las vías.

La pregunta es: ¿Cómo consiguió Morales aglutinar tanto apoyo con un discurso belicoso, demagógico y ausente de propuestas sensatas?

Morales asalta el poder

Una vez que la izquierda y el movimiento indígena pactaron la insurrección, el segundo paso era cortar las comunicaciones y asfixiar a La Paz. Después de conseguir hacer que las principales rutas del país sean intransitables mediante la radicalización de la violencia y los bloqueos, la caída de Mesa era sólo una cuestión de horas.

Más de un millar de cocaleros, campesinos, fabriles, desocupados, indígenas, sin tierra, obreros, estudiantes, regantes, mujeres del agro y otros sectores sociales sitiaron La Paz, sede de gobierno de Bolivia. La última semana en esa ciudad fue crítica: varios sectores de la sociedad rechazaron una invitación presidencial para realizar un Encuentro Nacional por la Unidad, mientras en puertas de la empresa Petrobras en Santa Cruz explotaba un coche-bomba; los dirigentes del Movimiento Sin Tierra fueron agredidos físicamente por miembros de la Unión Juvenil Cruceñista, la Central Obrera Boliviana convocó a una huelga general con bloqueo de caminos, el gobierno se negó a promulgar la nueva Ley de Hidrocarburos y los sectores castrenses tuvieron que salir a desmentir rumores de golpe de Estado.

Al problema energético se le sumó una cuestión mucho más de fondo: el debate sobre la necesidad de una Asamblea Constituyente y el régimen autonómico. Para algunos grupos era necesario reformular integralmente a Bolivia según sus propios criterios, es decir, mayor poder para las autonomías y menor influencia del poder central. Otros pedían desde las regiones de Beni, Pando, Tarija y Santa Cruz, donde están ubicados los más importantes yacimientos de hidrocarburos, separar a sus respectivas regiones del resto del país, para lo cual decidieron convocar a un referéndum para el próximo 12 de agosto. La cuestión autonómica le costó a Mesa perder el apoyo empresario.

La crisis se agudizó y la caída de Mesa estaba en todas las quinielas. Morales, cabeza del Movimiento al Socialismo (MAS), la segunda fuerza política del país, reclamó una inmediata Asamblea Constituyente, y los grupos de izquierda más radicalizados, como el liderado por el jefe de la Central Obrera Boliviana, Jaime Solares, exigieron la renuncia de Mesa, el cierre del Congreso y la inmediata nacionalización de los hidrocarburos.

A principios de junio, Mesa, convocó a la elección de una asamblea constituyente y a la realización de un referendo de autonomías para el próximo 16 de octubre, aduciendo el momento de "extrema urgencia" que vive el país suramericano, sumido en una grave convulsión social. Pero ya era tarde y su suerte estaba echada.

El presidente de la poderosa Cámara de Industria, Comercio y Servicios de Santa Cruz (Cainco), Gabriel Dabdoub, consideró inconstitucional la convocatoria por decreto. Similar criterio esgrimió Morales, que se preguntó si Mesa quiere "cerrar el Parlamento". El constitucionalista independiente José Luis Gutiérrez estimó que el decreto presidencial debería ser necesariamente refrendado por el Congreso para no infringir la Constitución.

La crisis entre autonomistas (Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija) y asambleístas (La Paz, Chuquisaca, Potosí, Cochabamba y Oruro) hizo que la Iglesia católica alertara sobre "el riesgo de lamentar pérdidas humanas". El presidente aseguró que el país no estaba ante una crisis coyuntural, sino de Estado: "Por diversas razones, las instituciones y los instrumentos que hacían funcionar a nuestra sociedad están en cuestión, están debilitadas, han perdido legitimidad y han perdido los elementos de cohesión que permiten vivir de manera tolerante y civilizada".

Mesa fue consciente que el papel de Redentor le quedaba muy grande y ante el enorme vacío de poder que estaba cargando decidió abandonar la presidencia. Tuvo claro que la ley de hidrocarburos fue una mera excusa para derribar su gobierno democrático y entregar los a la insurgencia populista. Su figura era demasiado pequeña para cambiar una Historia hecha a base de 180 años de inestabilidad, corrupción, centralismo, ineptitud en el manejo del Estado, partidocracia, nepotismo, petulancia de la clase política y una pobreza crónica con altos índices de desnutrición.

Las dos caras del discurso "opositor"

Dentro de toda esa amalgama de "sectores sociales" que derribaron a Mesa, se distinguen dos grupos bien diferenciados. Por un lado están quienes impulsan la nacionalización de los recursos naturales y que reclaman el llamado a una Asamblea Constituyente: aquí se ubica Morales y su Movimiento Al Socialismo que, como dice el analista argentino Rubén Benedetti, "ha copado la parada con su discurso efectista especialmente luego del rol que ocupó en las "protestas del Gas", y que se siente virtual presidente de una República Socialista de Bolivia." Del mismo bando, aunque sólo con coincidencias parciales aparece Felipe Quispe, "el Mallku", quien prefiere ubicarse aún más a la izquierda de Evo Morales forzando un futuro enfrentamiento en torno a lo reclamos indígenas.

Morales apuesta por asaltar el poder mediante una "Revolución de Octubre" a la Lenin, con apoyo militar chavista y despotricando contra las "oligarquías" y el "modelo neoliberal" que sindica como responsables de la pobreza de los bolivianos. "Su proximidad con el eje político Fidel-Chávez, que probablemente encuentra en su figura una manera de extender su presencia en el subcontinente lo ha llevado a integrarse recientemente a las cumbres presidenciales de la región, en una actitud insólita", explica Benedetti. Por el otro lado, continúa Benedetti, "está Quispe con su Movimiento Indígena Pachakuti, quien verborrea con los tópicos de la utopía regresiva, predicando el retorno al orden social previo a la conformación del imperio incaico, supuesta época de esplendor de la sociedad pastoril que luego se constituyó en el Kollasuyo. En la práctica ambos coinciden reclamando la nacionalización de los hidrocarburos y en la crítica al orden constitucional. Quispe rechaza los reclamos de autonomías regionales y a cambio, pide la "autonomía de los pueblos indígenas".

El otro lado de la oposición impulsa el autonomismo regional pero allí no hay líderes notables a la vista. Están organizados en forma asambleísta, integrando a las fuerzas productivas y cívicas. Estos movimientos se originaron primeramente en Santa Cruz, donde abiertamente se habló de secesión como solución radical a la organización centralista. "Ahora los reclamos de autonomía llegan también de Tarija, Beni y Pando, lo que establece que los dos proyectos enfrentados a la vez reflejan una clara división territorial entre el Oriente y Sur del país y el Occidente indígena, división que para agregar elementos de riesgo comienza a encontrar respuestas agresivas al orgulloso y a veces violento reclame étnico de la protesta indigenista", explica Benedetti.

Problemas de fondo

La actual crisis que padece el país tiene raíces muy profundas. Según la visión del analista chileno Alejandro Pavez Wellaman, el conflicto boliviano es social, clasista y su origen es el choque entre los ciudadanos de las tierras altas y tierras bajas que habitan "mundos diferentes y antagónicos tanto en lo geográfico como en lo cultural, con el componente étnico en creciente efervescencia." Las tierras bajas son más occidentalizadas mientras que las altas son localistas, fervorosamente tradicionalistas, resistentes al conocimiento, al cambio y alo nuevo. En las primeras se hace culto a la modernidad, a la moda, al glamour, mientras que en la segunda se hunde en un mar de atraso, resentimiento y mísera, como el resto del país.

De ahí provienen, explica Wellmann, "los rechazos a la institucionalidad republicana y los planteamientos del neo-indigenismo". Tienen como objetivo la expulsión de las empresas multinacionales mineras de hidrocarburos y de servicios y temen que el Estado intrínsicamente corrupto, se quede sin ingresos y dilapide sus recursos. Esta crisis reveló que cuentan con apoyo de ONG´s europeas y de medios masivos de comunicación, además de controlar amplios territorios rurales e inmensos asentamientos humanos.

Lo más interesante es que este sector también extrae sus fuentes de financiamiento del cultivo de la coca y el narcotráfico. También ocupan los terrenos aledaños a las carreteras y rodean los aeropuertos, lo que les permite estrangular el transporte, el turismo y la economía orientada al mercado. Ante este escenario, los grupos blancos y criollos, de quienes Goñi Sánchez de Losada era su icono más representativo, han perdido el poder político y la voluntad de liderazgo, ahora son minoría y muchos se marchan a vivir al extranjero porque no reconocen la nueva cara trágica de su país.

Esta masa crítica fue capitalizada por el discurso populista de Evo Morales para controlar Bolivia. No era la ley de hidrocarburos lo que los convocaba sino una sed reivindicatoria, una odio de clases, una venganza étnica por décadas de exclusión y marginalización. Son muchos los que piensan que, como señala el comentarista local Antonio Soruco Villanueva, "lo que se demanda es la toma del poder a cualquier precio, con democracia o de facto. Los impulsa años de dominación blanca o mestiza. Ya no es suficiente que un campesino comparta el poder con un blanco o que en el Parlamento existan genuinos representantes campesinos. Lo que ahora se desea y añora es tomar las riendas del país, sus finanzas, su justicia, su educación, sus políticas. Es en el fondo un afán revanchista, un "ahora me toca a mí."

Tomar el gobierno cueste lo que cueste y caiga quien caiga. Ya no es el sueño bolivariano de un conglomerado de repúblicas fuertes e independientes sino la utopía chavista de un nuevo satélite del comunismo castrista con reminiscencias incaicas impulsadas por la hegemonía aymara, la alianza entre el populismo radical y el narcotráfico y el expansionismo campesino.

 

Diario Exterior (España)

 


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