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13/06/2005 | Militarizar el espacio

Peter Brookes

Es tan predecible como la salida y la puesta del sol: Cada vez que Estados Unidos hace un movimiento para desarrollar un nuevo sistema de armamento estratégico que mejore la seguridad nacional, la Izquierda comienza a lloriquear y a quejarse.

 

El último ataque de histeria es por la Política Nacional sobre el Espacio (National Space Policy NPS) que lanzará pronto la Administración Bush y que es la primera actualización de NPS desde la época de Clinton en 1996. Tres años en proceso, según se informa, la nueva doctrina nos permitirá el desarrollo de armas para proteger satélites americanos.  

Sin haber visto la definitiva decisión presidencial, los fanáticos del control de armas ya están condenando la nueva política con gritos deseperados de “carrera armamentística” “inestabilidad estratégica” y “militarizar el espacio”.  

Inquietudes y azuzamientos aparte, el hecho es que la “última frontera” es crucial para nuestra defensa nacional. Más nos vale que allí mantengamos nuestra competitividad a la vanguardia.  

El espacio representa la quintaesencia de la superioridad militar – y es crucial mantener la supremacía (en comunicaciones, reconocimiento y en tantas cosas más) de nuestros soldados. No se necesita ser muy inteligente para darse cuenta que quien sea que lleve la delantera, tendrá la posición de ventaja en la Tierra.  

Si no mantenemos nuestra superioridad en el espacio, otros, como los chinos y los rusos tomarán nuestro lugar con sumo placer, se lo garantizo.  

¿La “militarización” del espacio? Ya es un hecho. Cientos de satélites relacionados militarmente con comunicaciones, navegación e inteligencia están en órbita y son de diferentes naciones.  

La pregunta anterior se convierte en “armamentizar” el espacio, o sea, desplegar armamento ofensivo y defensivo que proteja los intereses y los bienes en la Tierra y en el espacio de una nación o poder asestar golpes a objetivos terrestres.  

Semejante armamento estilo Guerra de las Galaxias podría incluir láseres terrestres o desde satélites, armas con energía kinética capaces de inutilizar (destruir) satélites y misiles balísticos enemigos de camino a sus objetivos. También podrían ser varillas metálicas lanzadas a hipervelocidad desde el espacio y diseñadas para golpear objetivos a 11.600 kph (193 kilómetros por minuto) con el poder de un arma nuclear pero sin la lluvia radioactiva.  

El mes pasado, el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan dijo a los periodistas que la NSP de Bush en realidad no estaba tomando en consideración armamentizar el espacio pero que sí recomendaría desarrollar formas de defender nuestra vital  --pero actualmente indefensa-- infraestructura espacial contra ataques. (Se quedó sin decir: Investigación y desarrollo en otros sistemas espaciales seguirán adelante sin duda).  

Los que se oponen a esta nueva política dicen a gritos que lo que tendremos es una carrera armamentística espacial hasta por ese cambio de política: China, Rusia, Japón e incluso la Unión Europea se sentirán provocados con toda seguridad a seguir nuestra estela.  

Pero si dejamos el campo abierto, ¿qué impedirá a otros que no se apoderen de él? La respuesta de los críticos: Otro tratado de control de armas auspiciado por la ONU.   Los controladores de armas también argumentan que las armas espaciales son ineficientes y caras en relación con las armas convencionales.  

Todos estos argumentos son poco convincentes, en el mejor de los casos.  

¿Un nuevo sistema de armas provocará una carrera armamentística? No tiene por qué ser así.  

Ejemplo: Por décadas, los controladores de armas denostaban en contra de la defensa de misiles balísticos, advirtiendo que desestabilizaría en extremo las relaciones con China y Rusia además de que provocaría una carrera armamentística tal como nunca se había visto en el mundo.  

Sin embargo el despliegue inicial de la defensa de misiles de la Administración Bush no ha provocado ninguna carrera armamentística ni ha hecho que nuestras relaciones con Pekín y Moscú sean más difíciles de lo que ya lo eran. Sin embargo sí que ha mejorado nuestra seguridad nacional dándonos por primera vez protección contra misiles balísticos.  

¿Las armas espaciales son más caras que las convencionales? Sí claro, un satélite cuesta más que un tanque. Y un tanque cuesta más que un caballo de caballería, un rifle más que una piedra. El arma más cara es la que no hace su trabajo.  

¿Qué precio quieren ponerle a la seguridad nacional americana los opositores de una política espacial preventiva?   En lo pertinente a la idea de cualquier tratado previniendo el despliegue de armas en el espacio.... bueno, díganselo a Corea del Norte e Irán – naciones no disuadidas con el equivalente llamado Tratado de No Proliferación Nuclear.  

Y hay más, el (borrador de) tratado actual de la ONU que prohibe la armamentización del espacio fue presentado por China y Rusia, las dos naciones más activas en el espacio hoy por hoy. Sólo los ingenuos argumentarían que Pekín y Moscú no desplegarían armas espaciales hoy mismo si pudieran. El tratado es simplemente su táctica diplomática para ganar tiempo y desarrollar sus propios programas.  

Ese trabajo continúa aprisa. El informe del año pasado hecho por el Pentágono sobre el poder militar chino dice que China, además de mejorar la capacidad de inteligencia y reconocimiento de sus satélites, evidentemente sigue trabajando y planea colocar sistemas antisatélite (ASAT). El espacio es crucial para la seguridad nacional americana. Ninguna nación depende tanto del espacio como Estados Unidos y nuestros enemigos en potencia lo saben.  

Si fallamos en la protección de nuestra infraestructura espacial sólo sería como una invitación a un Pearl Harbor en el espacio, dejándonos sordos, mudos y ciegos y en guerra. Mantener la superioridad militar de Estados Unidos en el espacio así como en tierra, mar y aire  es una necesidad.

©2005 Peter Brookes  

©2005 Traducido por Miryam Lindberg   Peter Brookes ha sido Vicesecretario Adjunto de la Secretaría de Defensa de Estados Unidos y actualmente es Miembro Senior de la Fundación Heritage, columnista del New York Post y Director del Centro de Estudios Asiáticos.

Grupo de Estudios Estratégicos (España)

 



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