Durante diez años América Latina fue el centro de los flujos de capital español, especialmente durante la segunda mitad de los noventa. Entre las causas de esa preferencia hay que destacar la ventaja competitiva derivada de una comunidad cultural compartida, fruto del idioma, el potencial de su desarrollo poblacional, el aumento de los stocks de capital y de productividad, y la esperanza de concluir exitosamente reformas estructurales políticas y económicas. Conseguida en parte la libertad política, despues de años de ominosas dictaduras, el reto lo era el de la libertad económica, el fortalecimiento institucional y la lucha contra la corrupción. 

En la actualidad las economías que años atrás parecían emergentes se han estancado, salvo contadas excepciones. Aunque la región tiene aún en su conjunto un crecimiento aceptable, su diferencial con otras regiones emergentes es negativo. Hoy, América Latina es un terreno poco confiable por la inseguridad jurídica, la debilidad de las instituciones y el interés desestabilizador de un neopopulismo creciente que utiliza eficazmente la pobreza y las reales necesidades de las personas para asaltar el sistema democrático que tanto costó recuperar o establecer.

Dice el refrán español que "en el pecado va la petinencia". Y es que privatrizar no es liberalizar. Sustituir los ineficaces, ineficientes y corruptos monopolios públicos por otros monopolios privados sin acomerter reformas estructurales para abrir los mercados a la competencia e igualdad de oportunidades, para todos, bajo un marco jurídico claro que evite privilegios y prebendas, limita y hace más dificil que los beneficios de la libertad económica o la democracia lleguen a todos.

La culpa no es de la democracia o de la libertad económica y sí, más bien, de su ausencia. La culpa no es como proclaman eufóricos Chavez, Castro, Evo Morales, Alan García y tantos otros, que conoceremos, de un sistema democrático acabado basado en los insultantes principios "neoliberales" y mucho menos la solución, es la vuelta al pensamiento único, el Estado centralizador y totalizador amparado en una especie de democracia reinventada a la que llaman participativa que va con seguridad a limitar gravemente los derechos humanos y las libertades. Amén de provocar más pobreza. Detrás de todo esto no hay más que una burda manipulación que ya ni siquiera esconde su objetivo principal: asaltar el poder, detentarlo y ejercerlo totalitariamente. Eso sí, "por el pueblo y para el pueblo".

La realidad es que los inversores privados españoles prefieren otros sitios más confiables y salvo Brasil, México y especialmente Chile, han decidido abandonar esas innegables ventajas comparativas para centrarse en espacios más estables donde, al menos, su esfuerzo no sea confiscado. Debería ser esta más que suficiente prueba de todo lo dicho y hacer reflexionar a algunos gobiernos europeos, sin señalar, sobre la equivocada orientación que están dando a su política exterior.