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14/07/2009 | Honduras - La crisis y los que la pagamos

Roger Marín Neda

Una de las mayores dificultades que ha tenido la prensa internacional para entender nuestra crisis -cuya comprensión completa se nos escapa aún a nosotros- es que no ha buscado la percepción de los hondureños corrientes, aquellos que sufren la desgraciada situación, pero sin los prejuicios de la militancia ideológica en uno u otro bando.

 

Vale decir, la inmensa mayoría del pueblo hondureño.

Para ver más allá de las apariencias, e informar la realidad que ocultan los fenómenos visibles, no bastan las preguntas callejeras, que producen respuestas coyunturales y superficiales, ni son suficientes las entrevistas a los implicados, cuyas respuestas incluyen parcialidades difíciles de evaluar para observadores foráneos.

Por otra parte, la prensa internacional ha enviado muy pocos analistas, pero sí numerosos reporteros y camarógrafos, cazadores de noticias truculentas que parecen haber traído ya sus propias conclusiones antes de aterrizar en Toncontín, salidas de las antiguas ecuaciones “oligarquía + gorilas = golpe de Estado”, o, del otro lado, “izquierdistas + intentos reformistas = golpe de Estado”.

Por eso me sentí aliviado cuando el viernes 3 de julio recibí una petición del New York Times para que escribiera un artículo “desde el punto de vista de la gente común”.

El gran diario presentía que la gente común tenía algo que decir, que tras los humos de las hojarascas encendidas por las partes en pugna, había realidades más profundas, para las que las viejas ecuaciones resultan obsoletas, si se quiere entender la verdadera realidad.

El título de mi artículo -“¿A quién le importa Zelaya?”-, publicado en la página editorial del Times el martes 7 recién pasado, refleja el criterio de esta columna, tantas veces anunciado durante tantos años: “las reformas económicas de 1990 incluyeron una importante devaluación de nuestra moneda y una inflación que deterioró los salarios reales.

Esas deprimentes realidades económicas están entrelazadas con la corrupción, y con un sistema donde las ganancias del narcotráfico parecen financiar políticos.”

“Demasiadas veces hemos celebrado con optimismo la inauguración de un nuevo presidente, solo para sentirnos después engañados y frustrados por la incompetencia política y la corrupción” que ha marcado las administraciones.

“Aunque hemos gozado de libertades básicas y de un precario crecimiento económico, nuestros líderes han fallado por completo en aliviar la pobreza y la permanente desigualdad social. Por estas razones, numerosos hondureños son apáticos respecto a los políticos y a la política en general.”

“Mel” intuyó esas fracturas estructurales, y bien pudo resanar algunas, para que el país, con nuevos liderazgos, continuara la tarea. Pero en vez de apelar a la fuerza de las masas y no a falsos líderes, malogró su gobierno y propuso un cambio que le daría presidencia permanente, en el estilo de Chávez, su promotor y corruptor político.

Sin conocer las raíces históricas de la crisis no hay forma de entenderla. Lo que importa es la fractura estructural, no la coyuntura, que, asociada a Zelaya y Micheletti, es pasajera y casi irrelevante para entender la esencia del conflicto.

Esas consideraciones explican que, “en el extranjero, muchos están obsesionados por la cuestión de si la deposición del señor Zelaya fue legal, o si fue un clásico golpe militar. Pero este debate obscurece el hecho de que, durante muchos años, Honduras ha sido solo una crisis en espera de su estallido”.

Afuera, todos se han creído con derecho a opinar sobre nuestra desgracia, y algunos a agravarla, sin conocer los personajes, ni la historia de la trama, ni nuestra Constitución, que es trasfondo, parte y solución de la contienda.

Si esa desgracia ha crecido tanto, es porque los de afuera tienen agendas propias, ajenas a la de Honduras, y en ciertos casos contradictorias de nuestros intereses.

La ONU, la OEA, la Unión Europea, Obama y la señora Clinton, Chávez, Fidel, Ortega, la ALBA, Insulza, todos, en inexplicable mezcla, buscan objetivos políticos propios, que muy poco tienen que ver con nosotros.

En la mesa de póquer donde se juega nuestro destino, a la que nos han arrastrado literalmente tomados por el pelo, Honduras tiene asiento, y es el premio de la partida, pero nadie le reparte cartas.

Muchas gracias, mejor nos retiramos, para resolver entre nosotros el problema, como sea, sin más ayuda que la del presidente Arias.

Si en esta crisis aceptamos imposiciones foráneas, perderemos una vez más la dignidad nacional que con tanto esfuerzo estábamos construyendo. Es una responsabilidad histórica indelegable, que comparten las dos facciones en pugna.

El artículo concluye opinando que “el señor Zelaya puede o no regresar para servir los seis meses que le faltan de su período. Pero, ¿de veras importa? Hasta que una nueva generación de políticos jóvenes, no contaminados y democráticos tome el control, y las profundas injusticias de nuestro sistema económico comiencen a ser atendidas, no podremos confiar en nuestros líderes.”

El Heraldo (Honduras)

 


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