La comparación entre los estragos por las crisis de 1995 y 2008 es el mejor ejemplo de la importancia de las redes de protección social. Aunque faltan las cifras de 2009, que sin duda se incrementarán en número de pobres, difícilmente podrán igualar la catástrofe que fue 1995-1996. En situaciones de pobreza extrema o de pobreza, cualquier alteración en la rutina cotidiana —una enfermedad, la pérdida de una cosecha, etcétera— puede significar la diferencia entre la sobrevivencia de la familia o el sacrificio en forma de desnutrición, pérdida de peso y talla, emigración y hasta la muerte.

El Consejo Nacional para la Evaluación de la Política Social (Coneval) acaba de publicar las cifras sobre la pobreza para los dos primeros años del gobierno de Calderón, con un aumento significativo de aquélla. Sin embargo, una comparación con las cifras de 1996 destaca la importancia de programas como Oportunidades y la necesidad de preservar y perfeccionarlos. De 1994 a 1996, la pobreza alimentaria, aquella que caracteriza a las personas que no pueden satisfacer una dieta de dos mil 200 calorías y 40 gramos de proteínas al día, saltó de 21% a 37% de la población; la pobreza de capacidades, aquella que afecta a las personas que no pueden cumplir con las necesidades de educación y salud de sus familiares, creció de 30% a 46.9% de los mexicanos, y la pobreza patrimonial, que afecta a quienes no pueden garantizarles techo, transporte y vestido, aumentó de 52.4% a 69% de la población, es decir, el error de diciembre puso a 70% de los mexicanos en algún grado de pobreza.

En 2004, por primera vez desde 1950 que se tienen cifras al respecto, menos de 50% de los mexicanos estaban en situación de pobreza, al disminuir la patrimonial a 47.2 por ciento. Las cifras recién publicadas por el Coneval son dramáticas, porque vuelven a detectar un aumento crítico de la pobreza, pero nada que se compare a la crisis de 1994-1996. En las cifras de 2006-2008, la alimentaria aumentó de 13.8% a 18.2%; la de capacidades creció de 20.7% a 25.1% y la de patrimonio de 42.6% a 47.4%, todavía por debajo de 50 por ciento. Aunque una de las primeras medidas adoptadas en el otoño de 2008, a raíz de la caída de Lehmann Brothers y el reconocimiento oficial de la gravedad de la crisis internacional, fue el aumento del subsidio de Oportunidades para los cinco millones de familias, el crecimiento abrupto de la pobreza demuestra que faltan medidas emergenciales más radicales y oportunas, porque hay otras fuentes de auxilio para las familias necesitadas, como las remesas, que vienen disminuyendo y el gobierno no puede intervenir en eso.

Otra serie de evaluaciones externas sobre el efecto de Oportunidades de 1997 a 2007, durante los primeros diez años de su aplicación, revela que no sólo se requerirían más recursos directos para las familias, sino, sobre todo, programas más agresivos de información y educación sobre la lactancia y la alimentación en los primeros 24 meses de un bebé, así como una mejora sustancial de las escuelas a las que asisten numerosos becarios de Oportunidades. Por ejemplo, de 1999 a 2004, hubo una baja sustancial de la prevalencia de talla baja, de 13.3% a 8.9%, en los grupos de mayor pobreza. Es importante recordar que, cuando hay hambre, el organismo se defiende lentificando el crecimiento, aumentando el sueño y disminuyendo el hambre. Por ello los estudios de talla (estatura) son tan importantes. Se ha detectado que, a pesar de que las autoridades de Salud recomiendan que los primeros seis meses de vida de un bebé se le alimente solamente con leche materna, desde el primer mes de vida muchas familias pobres incluyen otros líquidos y alimentos. Una campaña que eduque hasta el cansancio a las jóvenes madres sobre la importancia de amamantar, no requeriría tantos recursos y rendiría buenos resultados.

Los micronutrientes y los complementos alimenticios que ahora están presentes en Oportunidades también han rendido buenos resultados, que se manifiestan en mejores tallas. Pero también hay señales preocupantes: consistentemente, los niños varones sufren de mayor prevalencia de talla baja y menor densidad ósea que las niñas. ¿Se nos estará pasando la mano con la estrategia de favorecer a las niñas? En un estudio de 2007, los niños tienen una prevalencia de talla baja de 21.8%, mientras que en las niñas es de 18.1% y las cifras de densidad ósea en niños y niñas de 6 a 12 años son sensiblemente mejores para las niñas.

Esta crisis será más profunda y duradera que la de 1994-1996, pero una política social inteligente y agresiva puede paliar en forma significativa los efectos de ésta entre los más pobres.

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