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26/07/2009 | Colombia, siempre Colombia

Fernando Ochoa Antich

Las relaciones diplomáticas con Colombia han vuelto a complicarse. La decisión del gobierno del presidente Uribe, de permitir el uso limitado de algunas bases por Estados Unidos, ha provocado una destemplada intervención de Hugo Chávez: "la presencia de miles de soldados norteamericanos en Colombia compromete la seguridad de Venezuela. El acuerdo forma parte de un cuadro de agresión contra Venezuela en el cual se multiplican las acusaciones desde Washington de que Caracas no apoya la lucha contra el narcotráfico y que respalda a grupos terroristas".

 

La respuesta no se dejó esperar. El presidente Uribe defendió el acuerdo e indicó que será regido "por la no intervención en los asuntos internos de otros Estados. Los Estados Unidos han dado muestras de una cooperación efectiva con mi país a través del Plan Colombia". El canciller Jaime Bermúdez también replico: "Colombia nunca ha opinado sobre la ruptura de relaciones de Venezuela con Estados Unidos, ni tampoco ha hecho observaciones sobre la presencia rusa en aguas territoriales venezolanas… No lo hemos hecho por respetar el principio de la no intervención en los asuntos internos de otro país". Trataré de analizar con objetividad este espinoso asunto para determinar en donde está la verdad.

Lo primero que debo señalar es que la decisión de Colombia, al permitir la utilización de sus bases militares por Estados Unidos, se encuentra enmarcada dentro de sus derechos soberanos como Estado. No tiene obligación de consultarla con otro gobierno, por más que éste mantenga estrechas relaciones políticas y comerciales. Lo que sí debe garantizar, es que las tropas de ese país extranjero no representen una amenaza para ninguno de los países vecinos. Venezuela tiene este derecho y debió exigir esas garantías a través de la vía diplomática. Los señalamientos hechos por Hugo Chávez son improcedentes y tenían que generar una respuesta en el mismo tono. La decisión del presidente Uribe no debió sorprender a Venezuela. Era de esperarse, que al solicitar el gobierno del Ecuador el desalojo de las tropas norteamericanas de la base de Manta, Estados Unidos le planteara a Colombia, su principal aliado militar en la región, la necesidad de utilizar sus bases para el combate del narcotráfico. Álvaro Uribe tenía que conceder esa autorización. No hacerlo, comprometía los intereses vitales de su país: Estados Unidos habría suspendido el apoyo militar y económico al Plan Colombia. El único juez de la decisión del presidente Uribe debe ser el pueblo colombiano.

No es verdad, como afirmó Hugo Chávez, que las tropas norteamericanas, acantonadas en Colombia, representan una amenaza para la soberanía de Venezuela. Si Estados Unidos decidiera invadir nuestro país, no utilizaría las lejanas bases colombianas, sino que movilizaría la Quinta Flota, con sus modernos portaaviones, al Caribe y desde allí lanzaría sus devastadores ataques aéreos. La posibilidad de lograr establecer algún tipo de defensa sería casi imposible. Esa es la verdad. Lo demás son tonterías. Estoy seguro que Hugo Chávez conoce esta realidad. De allí que no me explique la irresponsable arenga que le dirigió a un grupo de estudiantes de la Universidad Bolivariana. El problema de la alianza militar de Estados Unidos con Colombia es otro. Significa la ruptura del natural equilibrio militar en la región. Los tradicionales conflictos entre Colombia y Venezuela, como fue por ejemplo la presencia de la corbeta Caldas en nuestras aguas territoriales, siempre exigieron lograr la neutralidad de Estados Unidos. Venezuela alcanzaba este objetivo estratégico a través del seguro suministro petrolero; Colombia mediante su cercanía política. Lo absurdo es la política exterior chavista: transformar en enemigo al país que es nuestro principal mercado petrolero.

Hugo Chávez tiene razón de sentir temor por los constantes señalamientos que el gobierno norteamericano viene haciéndole sobre sus supuestas vinculaciones con el narcotráfico. Este problema también surge como consecuencia de una equivocada política: Desde 1998, año de su elección presidencial, se ha presentado como un amigo cercano de las FARC. Eso es imposible negarlo. Sólo con leer sus permanentes declaraciones en defensa de las FARC se tiene que llegar a esa conclusión. Es imposible olvidar su intervención solicitando su reconocimiento como fuerza beligerante, su actitud durante la negociación de los rehenes, sus palabras de admiración hacia su jefe Manuel Marulanda y, lo más delicado, los constantes señalamientos de la presencia de algunos de sus jefes en territorio venezolano. La vinculación de las FARC con el narcotráfico es una realidad que nadie puede negar. El viejo dicho mantiene que el amigo de mi amigo es mi amigo. Lo que debe pensar Hugo Chávez es en las consecuencias. La historia del general Noriega es muy triste.

fochoaantich@hotmail.com

El Universal (Ve) (Venezuela)

 


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