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29/07/2009 | México - Narrativa de la violencia

Luis Sánchez Barbosa

“Ganaréis (la batallita mediática) pero no convenceréis”: Miguel de Unamuno.De acuerdo con el Programa Nacional de Seguridad Pública 2008-2012, el gobierno del presidente Calderón ha enfocado sus energías en diseñar e instrumentar acciones para prevenir y contrarrestar el impacto y la extensión y vigencia de los efectos adversos del narcotráfico. Llama la atención la diferencia entre lo escrito y lo vivido.

 

La estrategia gubernamental no ha logrado revertir el avance del narco. La sociedad exige y requiere que se devuelva la tranquilidad a sus comunidades. Los tres años del gobierno de Calderón muestran la deficiencia en la instrumentación de las políticas públicas en materia de seguridad. Se han privilegiado los efectos inmediatos a las transformaciones de largo plazo.

Es verdad que la lucha contra el narco, como señala el PNSP, depende de variables como leyes, instituciones, salud pública, corrupción, comunicación institucional, presupuesto, cooperación internacional, capacitación de policías y resguardo de la seguridad nacional. Pero el gobierno olvida un combate independiente, que no es menos importante y que nadie registra: el de la sociedad civil por la apropiación de las palabras y la recuperación de espacios públicos.

En México hay regiones que llevan más de 50 años lidiando con la violencia del narco y nadie ha respondido: ¿cuál es el impacto real del narco en la sociedad? ¿Cómo han convivido estas dos realidades? ¿Cómo conquista la sociedad sus espacios? ¿Cómo se expresa? ¿Cómo se reflejan estas conquistas? ¿Qué papel juega la sociedad en la narrativa que genera la violencia?

La batalla silenciosa por la apropiación de palabras y espacios públicos siempre se agudiza bajo contextos hostiles. La violencia afecta la percepción, la comunicación y la historia de toda sociedad. Significa un quiebre del acontecer cotidiano. El lenguaje funciona como escape: libera el silencio que deja la violencia y lo convierte en la expresión más importante. Pero el lenguaje también se utiliza para describir la realidad.

¿Quién describe la realidad? Gobierno, medios y narco narran, provocan y nombran. Definen los límites del enemigo y plantean las recetas para acabar con él. Establecen reglas y verdades. Como dicen por ahí, “el primer derrotado en la guerra es la verdad”.

El lenguaje se ha convertido para la sociedad en una lucha contra el olvido, la polarización y el quiebre: en una facultad política. Se han generado formas de organización lateral, protestas y una convivencia social ininterrumpida que han recibido poca atención. La recuperación de espacios públicos no es una tarea fácil y la sociedad ha insistido en dar continuidad a sus ideales y sueños.

La gran virtud poco reconocida de la sociedad ha sido mantener su forma de expresión. Una conquista que no está reflejada ni en las políticas públicas ni en los titulares. Prueba de ello es que su destrucción no ha sido posible. Nadie toma en cuenta esta lucha. Es una lucha tan necesaria para nuestra democracia como lo es la conciencia de continuidad de toda comunidad.

En Venezuela, los historiadores viven una batalla de palabras contra Hugo Chávez por asegurar que la verdad histórica no sea manipulada. En el Chile de Pinochet, el golpe de Estado en 1973 mutiló el pasado anterior al régimen militar. La recuperación de los vínculos de pertenencia social a su tradición democrática la realizó el arte.

Recuperar el lenguaje se ha vuelto fundamental para reconstruir la narrativa social destruida por el lenguaje de la violencia. Es la expresión de un grupo tratando de sobrevivir. El narco aprovecha el vacío creado por la violencia para apropiarse de la historia. Mientras el Estado utiliza su única receta posible: la manipulación del presente.

Esto deriva en la percepción de que la violencia cubre y absorbe todo. El narco, así, parece apropiarse de todo. Sin embargo, no hay percepción más falsa. La percepción de la victoria de la violencia responde, más bien, al intento de los actores políticos por hacerla parecer absoluta.

En medio de esa guerra, la sociedad recupera espacios y se expresa. Ha dado muestras de vocación social. Merecen mayor atención, ya que no alzan el puño desafiante. Son luchadores cívicos, pacifistas y silenciosos. Encarnan una esperanza de reconciliación. Son ejemplo de cómo alimentar nuestra democracia. Responder a esta lucha es reducir la brecha entre la sociedad y el Estado, que cada día se hace más extensa.

barbosan@hotmail.com

 

El Universal (Mexico)

 


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