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29/07/2009 | Atol con el dedo

Manuel Hinds

Hace un par de semanas CNN anunció que, medido por el índice de la Felicidad Planetaria, Costa Rica es el país más feliz de la tierra.

 

Lo que no dijo es que medido por el mismo Índice El Salvador es el octavo país más feliz. Diferente a otros índices de bienestar, éste no aumenta con la riqueza o el desarrollo —el país desarrollado con más Felicidad Planetaria, Holanda, ocupa el lugar 43, lo que es 32 puestos debajo de Nicaragua. Estados Unidos es el 114.

La gráfica anexa muestra cómo se comporta este índice tan extraño. Los 143 países están ordenados de mayor a menor felicidad en el eje horizontal, por lo que la línea roja que representa la felicidad baja continuamente de izquierda a derecha –de Costa Rica para abajo. La línea azul muestra el ingreso por habitante de cada uno de estos países y la negra indica cómo varía el promedio de estos ingresos al moverse de izquierda a derecha, mostrando cómo los países ricos tienden a estar a medias de la felicidad– los más felices son los de ingreso medio como nosotros, los menos felices los pobres como Angola y Togo.

El índice está basado en una pregunta hecha en todo el mundo: Tomando en cuenta todo, ¿cuán satisfecho está usted con su vida en estos días? La respuesta está graduada entre 0 y 10. La calificación de esta pregunta se multiplica por el número de años que viven en promedio los ciudadanos del país. Este producto se divide entre la “huella ecológica por habitante”, que es la cantidad de tierra y agua biológicamente productivas que es necesaria para producir todos los recursos que el habitante consume y para absorber el desperdicio que genera. Lo que se calcula es entonces el área de tierra que es necesario dedicar a darle su felicidad a cada ciudadano. Mientras mayor sea su calificación de felicidad y más larga su vida, y mientras menor sea la huella ecológica, mayor será el Índice de Felicidad Planetaria. En El Salvador, la huella es 1,6 hectáreas. En Costa Rica es 2,3 hectáreas, con lo cual parecería que le ganaríamos. Pero no, porque ellos dicen ser más felices y viven un poco más (78,5 años contra 71,3 nosotros).

Los países desarrollados dicen ser más felices que nosotros, pero por poco más, mientras que usan mucho más tierra para llenar sus necesidades. Así, Luxemburgo dice sentirse como 7,7 de felicidad, mientras que nosotros decimos sentirnos como un 6,7, pero usan 10,2 hectáreas del planeta por persona, contra nuestras humildes 1,6 hectáreas.

El problema es que lo disponible es 2,1 hectáreas por persona en el mundo entero. Esto significa que si todos gastáramos los mismos recursos que los ciudadanos de los países desarrollados necesitaríamos 6,3 planetas y sólo tenemos uno. Dada esta limitación, hay sólo dos maneras en las que los países en desarrollo pueden desarrollarse al nivel de los países ahora desarrollados. Una es mejorar la tecnología para que una hectárea llene más necesidades. El problema es, ¿cuánto se va a tardar la tecnología en generar el equivalente de 6,3 planetas? Para mientras, la otra alternativa es que los países desarrollados bajen su consumo de recursos (su huella ecológica) para que nosotros aumentemos la nuestra. Esto, sin embargo, no le gusta a los ecologistas del mundo desarrollado. Les gusta más financiar ONG en los países pobres para convencernos de no aumentar nuestro uso de recursos para no tener que reducir el de ellos —sin contarnos que, por ejemplo, la huella ecológica de ellos es 544 veces la nuestra, de tal modo que una rebaja porcentual en el uso de los recursos tendría un efecto 544 veces más positivo para el planeta en los países desarrollados que aquí. Duplicar nuestro ingreso por habitante requiere sólo 0,18% de los recursos que ellos usan.

Pero las ONG quieren que el ajuste se haga aquí, no allá. La hipocresía es enorme porque ellos siguen aumentando su huella ecológica, que subió en 0,7 hectáreas en los últimos doce años. Sólo este aumento representa 57 veces todo lo que nosotros usamos de recursos. Esto indica que lo que usted está pensando es cierto. Una cosa es proteger el medio ambiente y otra dejar que nos den atol con el dedo.

Manuel Hinds ex Ministro de Finanzas de El Salvador y autor de Playing Monopoly with the Devil: Dollarization and Domestic Currencies in Developing Countries (Council on Foreign Relations, 2006).

Este artículo fue publicado originalmente en El Diario de Hoy (El Salvador) el 8 de julio de 2009.

El Cato (Estados Unidos)

 



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