La palabra «golpista» sólo existe en el lenguaje de Manuel Zelaya y sus partidarios, que ayer perdieron una persona a resultas de un disparo; también esos espacios son la única vía para que el depuesto mandatario envíe sus mensajes. En ellos no aparece ni Roberto Micheletti, ni sus allegados. Y si alguien quiere conocer el trasegar del Frente Nacional de Resistencia Popular, protagonista de paros y manifestaciones para exigir la vuelta del presidente, o cómo los disuelven a tiros y palos, debe sintonizar Radio Globo o Canal 36, porque en la orilla opuesta son ignorados salvo para criticarlos por causar desórdenes y molestias a los conductores.

«Mi medio tiene una posición muy cerrada a favor del golpe; incluso no se puede decir golpe de Estado», comenta a EL MUNDO un periodista de radio HRN que pide no revelar su nombre. «Algunos no estamos de acuerdo con ese tipo de censura. Aquí rechazan las marchas de los que apoyan al presidente y muchos periodistas no se atreven a cubrirlas porque les reciben mal cuando saben el medio para el que trabajas».

Las televisiones siguen la misma línea. «Están contratando sicarios para perpetrar un crimen contra periodistas», advierte a su audiencia, en tono mesiánico, Javier Aguilera, presentador de Canal 36. «Persisten los ataques contra nosotros, pero tenemos la verdad. Después del golpe, varios medios han sufrido el hostigamiento. Veremos cómo caen nuestros enemigos», continúa diciendo en su programa nocturno.

Si bien Aguilera celebró la llamada de atención de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) por las intimidaciones que sufren los medios de lado y lado, los de Micheletti lo ignoraron. Es preocupante, afirmó dicha entidad, que el «clima de polarización político esté incentivando a medios y periodistas a acusarse y agredirse mutuamente descalificándose por informar con criterios editoriales distintos».

Los que sirven de caja de resonancia del nuevo régimen son las emisoras HRN y Radio América, los diarios de Tegucigalpa El Heraldo y La Tribuna y los canales de televisión 3, 5 y 7, los de mayor audiencia. Pertenecen a conglomerados empresariales de seis familias de larga tradición en el país, entre las que hay dos ex presidentes de gobierno; entre todos tienden sus tentáculos sobre diversos sectores económicos.

Aunque la línea editorial es clara, no siempre tienen que imponerla a sus empleados. Buena parte la secundan, por lo que pudo saber este periódico. Pero unos se ponen la camiseta y hacen un periodismo militante en el que utilizan todo tipo de improperios para referirse a Zelaya, y otros mantienen una actitud más neutra.

En la guerra mediática de estos días convulsos, intentan sobrevivir algunos independientes que tomaron partido en contra del golpe. El Libertador, un diario nacido hace seis años para destapar los escándalos que otros ignoran, siente la espada de Damocles sobre su cabeza.

«Imprimíamos en El Heraldo y nos echaron. La Tribuna no nos aceptó y estamos en la del rotativo de El Tiempo, no sé hasta cuándo. Espero que cualquier día me detengan», señala Johnny Lagos, su director.

En el taxi pido que quite la música y ponga noticias. Sintoniza una emisora pro Micheletti. El locutor está en medio de una encendida defensa del golpe. «Antes no era así, era calmado», explica el chófer. «Tenían sus preferencias, pero informaban más o menos objetivos y uno se enteraba de lo que pasaba. Ahora ya no se sabe cuando es verdad o mentira».