Pero la voz de mando, la de verdad ejecutiva, comenzó a tenerla Raúl Castro, en quien su hermano declinó la presidencia del Consejo de Estado ydel Gobierno. La máxima autoridad. El poder. Y así la voz suprema cambió notablemente de discurso, de tono, de estilo. Era la oratoria de la brevedad, de la sobriedad. A la grandilocuencia revolucionaria sucedió la praxis de un auténtico ejecutivo de formación marxista. Raúl en seguida vino a decir algo como: cubanos, es la hora de la verdad; y a la verdad hay que hacerle frente con realismo, sin retórica ni triunfalismo.

Fue entonces cuando Raúl Castro expuso conceptos inusuales en el castrismo: "cambios estructurales y de concepto"; reformas, por ejemplo, agrarias. Derechos tan elementales como el de comprarse un coche, una casa o un teléfono móvil y alquilar habitación en un hotel para turistas. Pero todo dentro de un orden. En palabras del mismo Raúl: "Reformas no lo rápidas que algunos desean". Y a fe que esto se ha cumplido.

Transcurridos dos años de la trasmisión del poder de hermano a hermano la cruda verdad sigue ahí, exigiendo pruebas de que se ha tenido en cuenta. Y Raúl Castro de nuevo echa mano del discurso escueto, sobrio para decir a los cubanos que queda casi todo por hacer.

El pasado 26 de julio informó de que la entrega a agricultores privados en usufructo de tierras baldías ha sido muy limitada y estas ni siquiera han comenzado a cultivarse en una proporción aceptable. Mientras, el país sigue dependiendo de las importaciones agrarias en un 80 por ciento. Hay restricciones de los suministros de luz, de agua. Y las eternas cartillas de racionamiento no dan para mucho.

Pero el lenguaje de Raúl tuvo acentos más clamorosamente negativos: aquel "aquí no sobra nada, sólo problemas". Y frases increíbles en un revolucionario de la primera hora como "no es cuestión de gritar ¡patria o muerte!" o "¡abajo el imperialismo!". Pero ni una palabra sobre el bloqueo norteamericano. ¿A esto se ha llegado cincuenta años después de que Fidel Castro entrara triunfalmente en La Habana al frente de su ejército rebelde?

Ya no vende como causa de todos los males la culpabilidad del imperialismo norteamericano. Y, por lo visto, aún menos referirse al argumento del bloqueo estadounidense de la isla. Algo ha cambiado. ¿El gran enemigo ya no lo es tanto? Coincidieron los hermanos Castro en diciembre del 2008 en el deseo de conversar con Obama, de "negociar en un terreno neutral". Luego, Fidel parecía desdecirse de tanto atrevimiento y el pasado abril dijo: "No tenemos diálogo con Estados Unidos".

Pero su hermano Raúl mantuvo en el mismo mes, en la capital cubana, una entrevista de cuatro horas y media con siete congresistas de este país.

Desde entonces más vale no hacer demasiado caso de lo que diga Fidel, atenerse a los hechos. Y entre estos destacó uno que tener muy en cuenta: sólo cuatro días después de la larga reunión de los congresistas con Raúl Castro, Obama anunciaba la autorización sin límite de envíos de dólares desde Estados Unidos a Cuba; de visitas de ciudadanos norteamericanos y de  parientes cubanos a la isla, y el otorgamiento de licencias a compañías norteamericanas para el envío de móviles. A cambio, esperaba que el Gobierno cubano abriera la mano en este terreno.

Que, una vez más, Fidel desentonara denunciando que lo que Obama quiere es "sembrar cizaña entre los cubanos" puede, sin embargo, no ser una más de sus salidas de tono. Algo se mueve. Sí. Algo que recomienda a Raúl Castro decir a los cubanos que conviene hablar menos del imperialismo y, siguiendo su propio ejemplo, nada del bloqueo. Pero el contraste entre lo que dicen Fidel y Raúl puede responder a la necesidad de dar una de cal y otra de arena. El juego de ceder cuerda y luego tirar de ella. De cara al propio país. De cara al Gobierno de Obama, con el que hay que negociar.

Y la razón la dio Raúl en el mismo abril: negociar sobre todo pero no "nuestro sistema político, nuestros asuntos internos". Es decir, lo que los dos hermanos encarnan con mayor propiedad y empeño: el castrismo. Lo confirman los cambios en el Gobierno que realizó Raúl al ocupar la jefatura con gente de fidelidad segura, y la liquidación política posterior de los bien situados para el futuro Carlos Lage y Pérez Roque. Es decir, de todas las verdades actualmente expuestas con crudeza por Raúl al país, sin duda la más verdadera es esta: ante todo, mantenerse en el poder.

Como en una rápida cinta pasa el recuerdo de las glorias y las desdichas de la revolución cubana. Precisamente cuando la América andina y central vive el contagio de la ruidosa y agitadora revolución bolivariana venezolana, Cuba sufre, impotente y desengañada, una gran frustración después de cincuenta años de castrismo. Aparece ante la América Latina como una hermana mayor que, perdidas las ilusiones, envejece sin remedio. Paradojas de la historia.