Conscientes de la alarma que generaron, las huestes zelayistas cambiaron de estrategia. Pasaron de magnificar una idea que sólo está en la mente de algunos y en las palabras de su líder, a hablar de un cuerpo de guardaespaldas y de movimiento pacífico.

El presidente dijo a EL MUNDO que prepara «una guardia personal para que cuando regrese me protejan. De los otros no se puede confiar porque me matan. Aquí no les voy a dar armas, no sería correcto hacerlo en Nicaragua, pero ellos están luchando por revertir el golpe».

Sin embargo, algunos seguidores de Zelaya confesaron que sí están sentando las bases para formar una suerte de guerrilla, aunque más que echarse al monte, como en un primer momento dijeron, su campo de batalla serán las ciudades.

«Llegué a Nicaragua caminando por las montañas. Tuve que huir el día del golpe y enterrar las urnas que tenía a mi cargo. Luego asesinaron a mi hermano mayor, Roger Iván, un viejo activista», recuerda José Dolores Vados, el único que da la cara. «Ellos -el Gobierno de facto- tienen escuadrones de la muerte y nosotros ni un cóctel molotov. Necesitamos AK-47, granadas de fragmentación... yo no puedo regresar desarmado a mi pueblo porque me matarían».

Otros que le escuchan, asienten. Hay varios que pasaron por el Ejército, aunque admiten que no es suficiente. «Apuntar y disparar nunca se olvida, pero de momento sólo hacemos preparación física. Hay que pensar que ahora mucha gente está actuando por emoción, pero a la hora de la verdad, cada uno tiene que hacer una auto evaluación para saber si sirve para eso», agrega uno de los que aspiran a empuñar un arma.

«Quizá unos creen que están en Ocotal de tour y no se han dado cuenta de que esto va en serio», dice otro. «Seremos la chispa que encenderá todo». Las edades del grupo oscilan entre los veintitantos y los 40 pasados. Indican que su coordinador en el área militar es Santos Barjún, zelayista acérrimo. Pero Santos asegura que todo son exageraciones, que lo que presentaron como un campo de formación castrense en el que habían hombres y mujeres de todos las edades no era sino una jornada campestre. Incluso desmiente la tesis de Zelaya de la guardia de corps en ciernes.

«El presidente jamás va a autorizar que nos levantemos en armas ni estamos preparando un cuerpo de seguridad. Nosotros autorizamos a la comunidad internacional a que verifique esas informaciones. Son mentira», asevera. «No niego que nos estemos estructurando para el retorno de nuestro presidente, pero en el plano político».

En una reunión, Zelaya animó a sus fieles, entre irónico y serio, a seguir el proceso de organizar las cédulas del que bautizó como EPP (Ejército Popular Pacífico), al tiempo que declaraba a EL MUNDO que una vez agotada la vía diplomática, el pueblo y otros países tienen derecho a tomar otros caminos.

En el polideportivo de Ocotal, donde habita el grupo más desarrapado de los pocos zelayistas que aún permanecen en suelo nicaragüense esperando regresar con el presidente, un ex militar observa lo que sería la tropa. «Sólo veo indisciplina, falta de organización, de formación, de actitud, es decir, muertos en el primer enfrentamiento. Con esta gente es imposible pensar en milicias. Lo que necesitamos es que Chávez nos ayude con 20.000 hombres y Nicaragua con 5.000 y así sí podríamos enfrentar al Ejército hondureño».