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10/08/2009 | Economía, sociedad, cristianismo

Jean Meyer

Hace 40 días, Benedicto XVI dio a conocer su tercera encíclica intitulada Caridad en la verdad. No propone modelos concretos de desarrollo pero, al moverse en el horizonte de la utopía que surge de los Evangelios, ofrece una teoría crítica de la sociedad y afirma que el hombre puramente económico está condenado a la sinrazón y a los cálculos erróneos.

 

No hay modelo histórico de economía y de sociedad perfecta, pero eso no impide la búsqueda de una sociedad mejor, menos injusta, más solidaria. La presente crisis económica demuestra que los instrumentos financieros, el mercado, la globalización pueden transformarse en fuerzas incontroladas e incontrolables.

Más allá de las insuficiencias de la teoría económica que no vio venir la tormenta y no sabe cómo salir de ella, el Papa abre de nuevo la reflexión sobre el mundo de la producción y del trabajo, sobre la circulación de los bienes y de los hombres. ¿Qué es la riqueza y para qué sirve? ¿Opera su creación para el bien común y bajo cuáles condiciones? ¿Cuál es la relación entre bienestar individual y el colectivo?

Roma dio a conocer Caritas in veritate a vísperas de la cumbre del G-8 en la ciudad italiana de L’Aquila, devastada por el terremoto, una encíclica que retoma en su título la palabra caritas, “amor”, una palabra normalmente ausente de la economía. La economía, duramente sacudida por la crisis, debe inspirarse del amor y fundarse en la “verdad”, que el Papa encuentra en una antropología del “yo” humano como don y regalo divino. Sin la apertura a un más allá de sus solas fuerzas y ambiciones, el hombre no puede alcanzar un verdadero desarrollo. Es necesario “ensanchar el horizonte de la razón” para que ella pueda operar.

En el párrafo 19 afirma que “finalmente, la visión del desarrollo como vocación comporta que su centro sea la caridad. En la encíclica Populorum progressio (1967), Paulo VI señaló que las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material. Nos invitó a buscarlas en otras dimensiones del hombre. Ante todo, en la voluntad, que con frecuencia se desentiende de los deberes de solidaridad. Después, en el pensamiento, que no siempre sabe orientar adecuadamente el deseo”.

Al citar a sus predecesores, León XIII (Rerum Novarum, 1891), Pío XI , Paulo VI y Juan Pablo II (Centesimus Annus, 1991), el papa Benedicto se sitúa en la continuidad de la doctrina social de la Iglesia que remite a Tomás de Aquino y los padres de la Iglesia, entre otros. Esto se puede consultar en el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, un libro de 500 páginas publicado por la Librería Editrice Vaticana y preparado por el Consejo Pontificio Justicia y Paz, por encargo del Papa polaco. Esta obra fue iniciada por el cardenal Nguyen Van Thuan , luchador incansable que sobrevivió a muchos años de cárcel en Vietnam y no abandonó nunca el combate por la libertad y la igualdad en la fraternidad.

El núcleo de la tesis de Caritas in veritate no es nuevo y, sin embargo, lo es radicalmente, porque no ha sido recibido: una economía basada sólo en la ganancia se priva a sí misma de sus propias raíces y de su razón de ser; en lugar de servir a la economía real, es decir, al desarrollo armonioso de los pueblos, a la paz entre las naciones y los individuos, desata fuerzas destructivas que amenazan tanto a la naturaleza como a la humanidad.

Hay ecos de San Agustín y de Juan Crisóstomo, de Immanuel Kant y de Karl Marx, pero ¿quién lee y escucha y hace caso al Papa, a los papas? En 27 años de pontificado y 14 encíclicas Juan Pablo II desarrolló y actualizó el mensaje crítico cristiano y, una vez desparecida la Unión Soviética con su modelo utópico social y económico, endureció sus críticas contra el modelo económico triunfante, él de la economía de mercado y del liberalismo. ¿Y qué?

Hace poco el economista Alejandro Villagómez nos invitaba, en otra columna de EL UNIVERSAL, a revisar esta nueva encíclica que critica el abandono de la redistribución de la riqueza y la disminución de la protección de los trabajadores, en nombre de la competitividad internacional del país. Seguí su consejo y una vez más me sorprenden la seriedad pedagógica y de la sabiduría del anciano Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI.

Nos llama, en nuestra vida profesional, pública y privada, a desarrollar la imaginación social, económica, política. Recuerda a los cristianos que su fe se los exige. Sin embargo, no hay en Europa y América un solo líder para tomar en serio su llamado.

jean.meyer@cide.edu

*Profesor investigador del CIDE

El Universal (Mexico)

 


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