La reunión preparatoria que mantuvieron ayer los ministros de Asuntos Exteriores del bloque, para debatir la alianza militar que se avecina entre Colombia y EEUU sólo consiguió exacerbar el antagonismo entre los participantes.

En consecuencia, la Declaración de Quito con la que hoy martes se esperaba poner el broche de oro a la asamblea de los presidentes del organismo no incluirá más que una vaga referencia a la crisis por la que está pasando la región, como resultado de la decisión de Colombia de conceder siete bases dentro de su territorio a las fuerzas norteamericanas.

El ministro de Exteriores boliviano, David Choquehuanca, no apartó un segundo la mirada de la delegación colombiana, mientras daba lectura a un escrito en que pedía un rechazo tajante a la presencia de «marines yanquis» en suelo sudamericano, e instaba al presidente Álvaro Uribe a no convertir la región en «una segunda Guantánamo».

Uribe, quien hace meses no participa en esta clase de eventos, ya había anticipado en la gira que hizo por cuatro países sudamericanos que el pacto con Estados Unidos es un asunto interno y que su único objetivo es combatir con eficacia a las milicias de las FARC. El presidente ecuatoriano, Rafael Correa, anfitrión de la Cumbre, propuso que el tema sea tratado más adelante, en una reunión de los jefes de Estado sudamericanos.

Desde que Ecuador y Perú entablaron una guerra en 1995, América Latina nunca ha estado tan cerca de un conflicto armado. «De momento no se prevé un estallido de violencia. Pero en algún momento los líderes se verían forzados, por la presión que ellos mismos crean, a respaldar sus amenazas con hechos», ha analizado Juan Gabriel Tokatlián, experto en Relaciones Internacionales de la Universidad de San Andrés (Buenos Aires).

El gasto militar en Sudamérica creció un 50% entre 1999 y 2008, superando los 34.100 millones de dólares (24.000 millones de euros), según el informe del Instituto de Investigación sobre la Paz de Estocolmo. «Tratándose de países que están fuera de las zonas de conflicto, la única explicación para que hayan incrementado su gasto en armamento por encima del promedio global es una especie de psicosis colectiva o la creencia de que, armándose, alcanzarán el rango de potencias», sostiene Paul Larsson, analista del citado organismo.

Brasil es unos de los países que aspira a ese reconocimiento, como lo expresó el propio presidente Lula da Silva, al señalar que debe existir una correlación entre la capacidad económica de su país (la sexta economía del mundo) y sus medios de defensa. En el segundo mandato de Lula, Brasil consagró un 2% del PIB a la modernización de sus arsenales.