Por otra parte, el futuro de la explotación de minerales es también incierto, pues, su explotación artesanal no es sostenible y algunos grandes proyectos, que podrán entrar en funcionamiento o, incluso estar en su fase más alta, dentro de diez o quince años, son de naturaleza a generar enormes costos ambientales como es el caso de la explotación de hierro en el Mutún y de litio en el salar de Uyuni.

Con la caída de los ingresos de los hidrocarburos y la disminución de los originados en la exportación de minerales, Bolivia se despertará de un largo sueño que habrá durado 200 años: el de construir una sociedad próspera con base en la riqueza que se encuentra en el subsuelo. Se espera que se adopte entonces una visión distinta del desarrollo, buscando otras fuentes de riqueza. Alguien se acordará que hay países muy prósperos que no tienen yacimientos de hidrocarburos ni de minerales y si los tienen, no basaron su desarrollo en ellos, como por ejemplo, los países europeos y Japón. Vendrán a la mesa de discusiones viejas ideas de desarrollo nunca antes asumidas por Bolivia, por ejemplo, que el trabajo y el conocimiento generan riqueza. El plantear como estrategia de desarrollo la creación de riqueza a través del trabajo y del conocimiento implica buscar que la industria manufacturera participe, por lo menos, en un 50 por ciento en la generación del Producto Interno Bruto. Actualmente, su participación es de un 15-16 por ciento. Buscando lograr ese objetivo, por primera vez en la historia de Bolivia se pondrá particular énfasis en aumentar los rendimientos laborales de los trabajadores y técnicos, en promover la innovación y adoptar políticas industriales de nuevo tipo. Se hará necesario reponer el Ministerio de Industria, tarea olvidada por los últimos gobiernos de Bolivia.

En ese despertar, alguien se acordará también de la agricultura, la cenicienta de las políticas. Se pensará en hacer inversiones públicas de manera de mejorar sus rendimientos buscando frenar el actual proceso de erosión, aumentar la fertilidad de la tierra, crear infraestructura de riego, cuidar el agua, capacitar a los productores y definir el uso adecuado de la tierra. Trabajadores, hombres y mujeres, de la agropecuaria y de la manufactura, se constituirán en los agentes principales de creación de riqueza. El conocimiento, base de la innovación, será mejor valorado que en la actualidad. Se pondrá también énfasis en la ampliación y consolidación de mercados para los productos agropecuarios y manufactureros.

Pasarán muchos años antes de que todo ello ocurra. El despertar puede ser lento e incluso, doloroso. Valdría la pena que la idea de cambio proceda al cambio mismo, que de todas maneras ocurrirá tarde o temprano. Ello significa preparar al país, desde ahora, a la adopción de un nuevo modelo de desarrollo.

**Rolando Morales Anaya es economista, docente  universitario e investigador en Ciess-Econométrica.