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13/08/2009 | EE.UU., China - Una mesa de ping-pong cambia la guerra fría

Xavier Mas De Xaxás

Todo empezó cuando el jugador californiano Glenn Cowan se subió por error al autobús del equipo chino.EE. UU. y China querían retomar relaciones pero no sabían cómo; el ping-pong les ofreció una oportunidad.

 

A finales de marzo de 1971, las corrientes que mueven los grandes flujos de la historia coincidieron en un autobús a las afueras de Nagoya (Japón) y la guerra fría ya no volvió a ser la misma.

El Mundial de ping-pong estaba a punto de empezar allí y el estadounidense Glenn Cowan había perdido a su equipo al acabar un entrenamiento. Sin saber cómo volver al hotel, tuvo suerte de que el autobús del equipo chino aún siguiera en el parking. Subió sin pensarlo y ocupó uno de los primeros asientos junto al conductor. Zhuang Zedong, tres veces campeón del mundo, estaba sentado atrás. El viaje duró quince minutos y durante los primeros diez nadie habló. "Abajo el imperialismo americano" era uno de los lemas con los que se habían educado los jóvenes chinos. "Estábamos tensos - recordó años después Zhuang-.Nos habían advertido que no habláramos con los americanos (...) Pero también me acordé de que el año antes Mao invitó al periodista de EE. UU. Edgar Snow a sentarse a su lado en la plaza de Tiananmen el día de la fiesta nacional". Zhuang buscó entre el material del equipo y encontró un pañuelo de seda verde con un dibujo de las montañas de Huangshan. Fue hasta donde estaba Cowan, le estrechó la mano y se lo regaló. Cowan buscó algo que darle a cambio, pero en su bolsa sólo había un peine. La prensa los fotografió al llegar al hotel y la imagen dio la vuelta al mundo.

China y Estados Unidos no mantenían relaciones desde el triunfo de la revolución comunista en 1949 y no sabían cómo reanudarlas a pesar del interés mutuo por hacerlo. "En este pequeño planeta - había escrito el presidente Nixon en 1967 en la revista Foreign Affairs-no hay lugar para que los mil millones de habitantes del pueblo potencialmente más capaz vivan aislados". Su homólogo Mao Tse Tung había intentado acercarse a la Casa Blanca a través del periodista Edgar Snow, pero este, que llevaba varios años afincado en Pekín, no tenía credibilidad en Washington.

La diplomacia estadounidense, dominada por la ideología, no apreciaba la gran oportunidad que le brindaba la tensión entre China y la URSS. Aconsejado por Henry Kissinger, Nixon entendió que sus rivales ideológicos eran también entidades geopolíticas con las que se podía compartir intereses. Acercarse a Pekín permitiría a Washington frenar el avance soviético en Asia y, al mismo tiempo, obtener de Moscú una reducción del arsenal atómico. La URSS, al fin y al cabo, necesitaba el apoyo de Occidente para solventar sus problemas con una China que desde 1971 estaba en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Llegar hasta Mao, sin embargo, no era fácil. China y EE. UU. vivían en un aislamiento casi absoluto.

El único canal abierto estaba en sus embajadas en Varsovia, pero el diálogo, retomado en 1969, era complicado. Los estadounidenses no entendían la sutil e indirecta diplomacia china y malinterpretaban las señales. No había forma de crear confianza a pesar de que Nixon había levantado parcialmente el embargo comercial, así como la prohibición de viajar a China. Era necesario dar un paso más, encontrar una brecha en el muro de la desconfianza si no querían que el mundo, aún no recuperado de la crisis de los misiles nucleares en Cuba, siguiera avanzando hacia la destrucción asegurada de sus potencias.

Fue en medio de esta tensa partida a tres bandas cuando un californiano de 19 años, alumno del Santa Monica College, melenudo, hippy y jugador de ping-pong, perdió su autobús, conoció a Zhuang Zedong y, al recibir su pañuelo de seda, pensó que no sería buena idea responderle con un peine. Al día siguiente le regaló una camiseta con el símbolo de la paz en varios colores y el lema Let it be (déjalo estar). A Zhuang le gustó, o eso dijo. Hubo un nuevo apretón de manos, más fotos y una invitación inusual, idea del primer ministro Chu Enlai, para que los estadounidenses hicieran una gira por China.

El 10 de abril de 1971, el equipo estadounidense entró en China por Hong Kong y la revista Time escribió que "probablemente, nunca antes en la historia un deporte había sido utilizado con tanta efectividad como herramienta diplomática" .

Los estadounidenses eran muy inferiores a los chinos - no les ganaron ni un partido-,pero levantaban expectación y fueron tratados como embajadores. "Creo de verdad que la vida es sencilla - confesó Cowan a su compañero Tim Boggan durante el viaje-.Son todos los demás los que la hacen complicada".

Cowan acaparaba portadas. A los chinos les divertía verlo soplar la pelota antes de servir o atarse los cordones de la zapatilla con el pie apoyado en la mesa de ping-pong. Chu Enlai lo sentó a su lado en el banquete que ofreció al equipo estadounidense en Pekín. Quería saber más de los hippies. Cowan le habló de hacer el amor y no la guerra, y Chu le respondió con sabiduría oriental: "Ustedes, los jóvenes, han de probar cosas diferentes, pero al final deben hallar algo en común con la mayoría. No lo olvide". Luego, se despidió con un "le deseo progreso".

La diplomacia del pingpong abrió la brecha. Kissinger aterrizó en Pekín el 15 de julio de ese año y Nixon lo hizo en febrero. Mao lo recibió en su despacho y le dijo: "La cuestión pequeña es Taiwán. La grande es el mundo. De Taiwán ya hablaremos dentro de cien años". Hablaron, pues, de conceptos, establecieron sus objetivos a largo plazo y enterraron el mundo bipolar.

La Vanguardia (España)

 


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