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03/09/2009 | Argentina: La pobreza del narcisismo-socialismo

José Benegas

La pobreza en Argentina es un escándalo, dijo el papa Benedicto XVI. El ex presidente Kirchner lo reconoció y hasta habló de una pobreza siete puntos por encima de la que contabiliza su INDEC. Agregó que la culpa era de los “sectores concentrados”. Su Estado querido todo lo puede, pero cuando algo falla hay que reclamarle al sector privado.

 

La Sociedad Rural preguntó a través de supresidente qué había hecho ese Estado con los 30 mil millones de dólares que el campo había “aportado” (léase “les habían quitado”) en los últimos años en concepto de retenciones. Le contestó el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, reprochándole haber hablado poco la entidad de la pobreza en su historia. Pero él que es del grupo de los que hablaron mucho, ¿qué hizo?

Si la pobreza se solucionara con manifestaciones de preocupación la Argentina sería un vergel. Y si por cada uno que se mira en el espejo de su narcisismo para proclamarse más bueno que el de al lado por lo “pro-pobre” que es se produjera un peso, nadaríamos en la abundancia.

En algo se parecen su santidad, los kirchneristas y la Sociedad Rural. Todos creen que la pobreza es consecuencia de falta de generosidad o de su reemplazo trucho, el “reparto de riqueza”. Generosidad se ve poca, pero reparto en el presupuesto nacional hay una enormidad. Lo que no ocurre es que con eso la pobreza desaparezca, más bien lo contrario. Todo el mundo sabe que si el Gobierno subsidia una actividad la fomenta. Si subsidia de modo masivo la pobreza, ¿qué se consigue? Lo que al presidente de la Sociedad Rural se le escapó es que el combate a la pobreza no va a venir del lado de los US$ 30 mil millones entregados al Estado, sino de aquello que el sector productivo pueda conservar. Esa plata es la que se aplica a compras, sueldos, capitalización, alimentación, ahorro, en función de algo que deja una utilidad, es decir, se autosustenta. El Estado, aunque el gasto de ese dinero lo decida algún sabio santo, lo aplica a retribuir improductividad. El Estado genera pobreza cuando reemplaza el método de reparto de riqueza productivo (pagos) por la imposición fiscal improductiva, y empeora la cosa cuando hace de la dádiva una forma de vivir de una parte importante de la población.

Para preguntarse qué pasó no importa tanto adónde fueron a parar los 30 mil millones del campo sino lo que les pasó. La Argentina, educada y todo, en gran parte de modo gratuito, tiene una fascinación por la explicación resentida de la realidad. Por eso, sí que tiene razón el Papa en cuanto a la inmoralidad de nuestra pobreza permanente. El resentimiento ahuyenta la riqueza, sobre todo cuando se traduce en medidas de gobierno. Ahuyentar la riqueza es generar pobreza, pero acá hay más interés en destruirla que en salir del circuito empobrecedor. La gran noticia es que la solución de la pobreza no necesita una pizca de generosidad. Un albañil que consigue radicarse en Nueva York pronto logrará un nivel de vida de clase media, y no porque los norteamericanos sean más generosos que los argentinos sino por algo que todos en el fondo sabemos: que la única forma que tenemos de sacar la cabeza del agua es descubrir la forma eficiente de satisfacer deseos ajenos, de esos que llevarán al otro a sacar su dinero del bolsillo para entregárnoslo de manera voluntaria. Millones de personas emigran hacia ese “egoísmo” con derechos desde el altruismo estatista de nuestros países pobres. Ochocientos mil argentinos se fueron en los últimos años tras el sueño de ambiciones libres de culpas a países que ni les reconocen derecho a la residencia. Los abuelos o bisabuelos de todos los argentinos llegaron acá buscando lo mismo cuando el país no regalaba nada.

Lo difícil de dejar para nosotros no es la ilusión del reparto. Tampoco el costo político de hacerlo, porque el beneficio de bajar impuestos se ve de inmediato en las actividades marginales. Lo difícil es abandonar el personaje de todo aquel que se mira al espejo todas las mañanas y se regocija con lo buen progre que es aunque todo siga igual.

*Periodista y abogado; máster en Economía y Ciencias Políticas.

Perfil (Argentina)

 


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