Para alcanzar la paz se necesita libertad. Libertad de expresión, una prensa independiente y no maniatada, amenazada, clausurada y atacada, y que los ciudadanos puedan manifestarse pacíficamente sin que la policía los agreda y los tribunales los condenen.

Libertad para que los representantes de las corrientes políticas de oposición puedan ejercer los cargos para los que fueron elegidos, sin que los organismos de seguridad del estado los persigan. Seguridad para que los habitantes transiten libremente por el campo y las ciudades. Una educación libre y plural que permita a cada padre escoger lo que consideren mejor para sus hijos, y a los jóvenes las universidades que más se acerquen a sus convicciones. Libertad de culto. Elecciones honestas. Protección a la empresa privada y garantías para su libre desarrollo en el marco de la ley. Y justicia (con mayúscula), sobre todo independencia entre esta y el ejecutivo.

Pero no cansado de oprimir al pueblo venezolano, de aniquilar paulatinamente las libertades, derrochar su riqueza natural en proyectos expansionistas, que ningún bienestar le ofrecen a los ciudadanos que lo eligieron, y arruinar a la empresa pública y privada, quiere ahora hacerle lo mismo a los colombianos. Mejor que luche por la paz en el suyo. Renunciando.

Desvergüenza también es la forma como dice sin pudor que quiere llevar el chavismo a Colombia, mientras se queja de los planes que el imperio tiene para invadirlo, utilizando bases colombianas.

La cima de la bufonada es llegar a una cumbre de jefes de Estado señalando como confidencial un documento que cualquier estudiante de primaria consigue en internet.

Qué diferencia el tímido de las cumbres con el valentón que le habla a las cámaras en Miraflores. El que se dirige a un grupo de allegados que todo le secundan aunque diga la mayor barrabasada, y el que le contradicen uno por uno los argumentos sin sentido que expone como si hubiese descubierto el eslabón perdido. Ni siquiera con los tres cómplices que le complementan las mentiras es capaz este oscuro personaje de dar rienda suelta a su lengua precoz, cuando sabe que en el salón hay personas que no le temen. Uno de estos cómplices es la presidenta que hace parte de la pareja que aumentó un 158% su capital, con el discurso de la mejor distribución de la riqueza (seguramente para ellos), que se salió de sus casillas e interrumpió al presidente de Colombia cuando esté señaló al venezolano por su intervencionismo en Honduras, y que luego, con el mismo chiste que hizo en la cumbre del Grupo de Río en República Dominicana, quiso apaciguar los ánimos para que el mundo no viera en vivo y en directo las pruebas que desenmascararían a su amigo.

O el que expuso como argumento en contra del gobierno de Uribe que Colombia no apoyó a Argentina en una guerra que sucedió hace veintisiete años. Y que hizo toda una exposición, mirando a las cámaras, con cifras inventadas.