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05/09/2009 | Igualdad de oportunidades

Manuel F. Ayau Cordón

A menudo leemos y escuchamos sobre igualdad de oportunidades. ¿Alguien realmente cree que es posible la igualdad de oportunidades? Desear la igualdad de oportunidades es como querer abolir la ley de gravedad.

 

Ninguno tiene las mismas oportunidades. Unos tienen más y otros menos, pero nunca iguales. Unos nacen en Estados Unidos y no necesitan visa para trabajar en ese país. ¿Acaso habrá que igualar oportunidades eliminando los requisitos de las autoridades de inmigración? ¡Buena suerte!

La diversidad de nuestro mundo y de las personas que lo habitan es infinita. Las bellas tienen más oportunidades que las feas. Los inteligentes más oportunidades que los tontos. Los buenos deportistas gozan de oportunidades no accesibles a los físicamente débiles. Los simpáticos logran más que los antipáticos. Los de mentalidad ágil tienen más oportunidades que los de mentalidad lenta. Quienes nacen en una comunidad rica tienen más oportunidades que otros que nacen en un país pobre. Los huérfanos tienen menos oportunidades que quienes cuentan con el apoyo de sus padres. Quienes nacen en época de prosperidad van más lejos que los que nacen en tiempos de crisis. Unos tienen genes longevos, otros no. Unos tienen mejor suerte que otros. ¿Acaso, en aras de igualdad de oportunidad, habrá que enfermar al sano, inhabilitar al fuerte, retrasar al genio, privar de padres a quien los tiene, empobrecer a quien nace rico y, así, tratar a todos en forma desigual para igualar oportunidades?

La realidad del universo es la diversidad, no sólo respecto a oportunidades sino a todo. Los recursos no están distribuidos en capas uniformes y unas minas son ricas en metal puro y otras pobres. Los climas son muy variados. La fertilidad de la tierra cambia de un lugar a otro. La cantidad de lluvia es distinta en el desierto y la selva tropical. En fin, así es el mundo, aunque no nos guste.

En lo que sí podemos lograr consenso unánime es en la igualdad de derechos porque nadie acepta tener menos derechos que otros.

Pero no faltan inconvenientes en lograr que haya igualdad de derechos porque el ejercicio del derecho por parte de alguien afecta a los demás. Por ejemplo, quien siembra mucho maíz causará una baja en su precio, afectando a otros agricultores e intermediarios. Quien encuentra la cura para una enfermedad afecta a quienes ganan su sustento cuidando a esos enfermos. Simplemente ocupar un espacio priva a otros del mismo.

Esas realidades son tan inevitables como las derivadas de los fenómenos de la naturaleza —rayos, terremotos, inclemencias del tiempo— y también las limitaciones fisiológicas de la naturaleza humana, como la propensión a enfermedades, los límites de la memoria, los límites al conocimiento, etc.

Debido a que no podemos evitar los efectos de los actos de otros, quienes tienen iguales derechos, el problema es determinar cuál es el límite tolerable. Afortunadamente, la respuesta es fácil: lo que debemos tolerar es lo que queremos que se nos tolere a nosotros mismos.

Lo que es realmente una quimera es pretender la igualdad de oportunidades.

Artículo de la Agencia Interamericana de Prensa Económica (AIPE)
© Todos los derechos reservados.

El Cato (Estados Unidos)

 



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