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10/09/2009 | Nelsa ha salvado a 5.000 pandilleros

Samuel Mayo

La solución viene de Ecuador:Ha logrado que peligrosos miembros de los Latin Kings y otras bandas dejen las armas y se reinserten. Desde que «la jefa», así la llaman los chicos, llegó a Guayaquil (Ecuador), la delincuencia ha bajado un 65%. Ahora, Nelsa Curbelo enseña su método a los Mossos d'Esquadra y analiza las bandas en España, donde el fenómeno crece. «Si reprimes a un grupo, salen 10», dice.

 

No hay crucifijos en las estrechas escaleras que suben hasta el tercer piso de la Iglesia del Santísimo Sacramento. Su lugar lo ocupan paredes grafiteadas. En la calle Manabí, a 20 metros, acaba de ser desalojado uno de los últimos cachineros de la zona, mercados informales de delincuentes. Nos encontramos en las Cuatro Manzanas, una de las zonas rojas de la ciudad de Guayaquil, al sur de Ecuador.

Es uno de los sectores con mayor concentración de pandillas, drogas, robos y muertes. Hasta 17.000 heridos por arma de fuego en 2002, todas empuñadas por pandilleros. Bajo esta losa parece un milagro que esta villa sin ley se haya convertido en un Barrio de Paz Urbana. Todo el mérito es de Nelsa Curbelo, candidata al Premio Nobel de la Paz. Ella sola ha alejado a 5.000 pandilleros de la violencia.

Desde un humilde despacho en la iglesia -su centro de operaciones- ha evitado matanzas entre pandillas, conseguido un proceso de entrega de armas y creado un tejido laboral de ocho microempresas, talleres de capacitación y campañas constantes en favor de la paz.

Los pandilleros la escuchan con la actitud del felino que siente una mano entre las orejas. Ella los trata como a sus hijos. «¿Le has enseñado tus dos alas?», pregunta a Ángelo, conocido entre los suyos como Diablo, 23 años enmarcados en su sonrisa, líder de los Latin Kings desde los 14, hombro y estómago tatuados, cruz de plata en el pecho y de dogma en la mente: «Sólo tengo miedo a Dios». Se levanta la camiseta. En medio de la espalda, allí donde nacerían las alas de un ángel, tiene la cicatriz de dos impactos de bala. «Es imposible ir con ellos a un aeropuerto, todas las máquinas se ponen a pitar por la cantidad de plomo que llevan dentro», dice Nelsa.

Su método, un ejemplo a seguir a nivel mundial, ha llegado hasta España, donde estos grupos violentos han cobrado actualidad tras la muerte de Isaac Nathael, dominicano de 17 años, a quien un miembro de los Trinitarios disparó cuando subía a un taxi en Madrid. Días después, el pasado miércoles, el fotógrafo alicantino Christian Poveda era asesinado en El Salvador por miembros de la Mara 18. Cuatro balazos en la cabeza. Desde 2005, Nelsa asesora a los Mossos d'Esquadra, a los que facilita información sobre el funcionamiento de estas organizaciones.

La avalan sus increíbles logros. Cuando Nelsa Curbelo llegó a las Cuatro Manzanas se encontró una auténtica ciudad del crimen. Cada mes eran asesinadas más de 30 personas y nadie podía pasear por las calles sin ser asaltado. Las disputas entre pandillas eran una realidad descontrolada. Niños de 14 años armados hasta los dientes que se disparaban unos a otros por mantener su presencia en un territorio o por el color de una camiseta. Ella ya había mediado en muchos conflictos. Las guerrillas de Guatemala, Perú, Nicaragua o Colombia conocían los efectos pacificadores de sus palabras. «Me preguntaba: "¿Dónde hay una guerra?". Y era evidente que la guerra estaba aquí».

Todo comenzó en el verano del 2003, cuando Nelsa se acercó al jefe de una de las bandas, George Asanza, armada con una pregunta: «¿Hay posibilidades de que redireccionen lo que están haciendo?».

ONCE VECES EN PRISIÓN

George hoy tiene 28 años y es líder de Nación de Hierro. De facciones endurecidas por tantas batallas callejeras, fue herido de bala en una pierna y encarcelado 11 veces. Ahora es el coordinador del proyecto Barrio de Paz Urbana: «Cuando Nelsa nos convocó por primera vez llegamos con armas y coches robados. Yo venía rodeado de mis guardaespaldas y camuflaba mi posición de líder entre ellos», cuenta. «Nos estudiaban y les estudiábamos», afirma Nelsa. «El propio George decía ser el tercero en la cadena de mando. Nunca le creí».

Aún se daban los primeros pasos en la negociación cuando George fue encarcelado. Sus compañeros pidieron a Nelsa que acelerara su salida de prisión mintiendo sobre su identidad. Ella se negó. Una de las normas de las primeras reuniones era no mentir, y no lo hizo. Semanas después, fue liberado e invitó a Nelsa a cenar. El chico alzó la copa: «Quiero dedicarle este brindis», dijo dirigiéndose a Nelsa, «porque no me esperaba menos de usted».

Nelsa encontró en George un pasaporte para introducirse en el hermético mundo de las bandas callejeras. Y para estudiarlos. «Pensamos en desarrollar lo bueno de las pandillas antes que criticar lo malo, y lo bueno recaía en su capacidad de organización y la lealtad entre ellos. Son comunidades con una unidad que la mayor parte de estos jóvenes no encuentra en otros círculos».

Un grupo de tres personas dirigidos por Nelsa comenzó a exigir a los líderes de las pandillas responsabilidades tan simples como la puntualidad. Descubrieron también que los líderes disfrutaban con los elogios y las condecoraciones, inmersos como estaban en una disciplina de matices castristas. Diseñaron un taller para que mejoraran sus condiciones de liderazgo. Al finalizar les darían unos diplomas con la condición de que la entrega se hiciera en las reuniones, hasta el momento secretas, que estos líderes mantenían con los miembros de su pandilla. Así entraron en su mundo.

Pablo Castillo, Chicho, 25 años, es líder de la organización Masters. Los seis impactos de bala cicatrizados en su piel negra, se abren cuando recuerda su acercamiento a las pandillas con 14 años: «No tenía con quien hablar ni conversar. Salí a la calle buscando amigos, nada más».

George, ahora la mano derecha de Nelsa, exhibe una mueca de felicidad cuando se le preguntan por sus logros. Desde la aparición de Nelsa, los índices de delincuencia se han reducido un 65%. «Los mismos muchachos se han convertido en pacificadores y van de casa en casa tratando de convencer a otros para que abandonen la violencia. No hemos dejado de ser pandilleros. Lo somos con otras perspectivas».

Desde lo más alto de la iglesia, Nelsa contempla a sus chicos y da la cara por ellos. «Esto (las pandillas) es un producto de una sociedad, de una estructura, no nace porque sí», dice. «Los jóvenes son sólo el reflejo de esa sociedad. Después te lo devuelven con creces porque son muy creativos. Lo devuelven con un puñetazo a la cara y, si es posible, con una granada. Es fácil decir que los jóvenes ya están bien, pero ¿y la sociedad? ¿Qué hace la sociedad que genera tanto desequilibrio, desempleo e insulto?».

La candidata al Nobel hace un diagnóstico agridulce de la situación en España, que conoce de primera mano. «En Barcelona vi bastantes jóvenes españoles que se integraban en las pandillas, sobre todo mujeres, atraídas por el lenguaje y trato del latino, que suele encandilar. Uno puede ponerle una tapa a una olla pero eso no evita que, de seguir en el fuego, reviente en las manos. Si la sociedad no genera otros elementos de integración le va a explotar. No por los ecuatorianos que van allá, sino por los mismos españoles que ya están integrándose».

Su miedo es que las autoridades españolas cometan los mismos errores contra los que ella lucha en Ecuador: «En Madrid han optado por reprimir para controlar, y en Barcelona, por integrar para controlar. Son dos ejes distintos. Me parece mucho más educativo y mejor el integrar, de hecho creo que lo están logrando. La represión en una sociedad como la española no sé qué resultados tendrá. Aquí no funcionó. Si reprimías a un grupo salían 10.»

El Mundo (España)

 


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