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22/08/2002 | Bienvenido a la libertad que extrañabas, Alcibíades

Emilio J. Cárdenas

Cuando me tocó en suerte representar a mi país ante la ONU, como Representante Permanente, conocí (como esperaba de una experiencia de diplomacia multilateral al mas alto nivel, que resultó apasionante) a todo un mundo de personas interesantes.

 

Muchas de ellas, realmente formidables. Por su diversidad y capacidad personal. Salvo contadas excepciones, trabajé realmente en medio de una elite. Arduamente. Pero aprendí como jamás hasta entonces. Una experiencia absolutamente apasionante, que compartí con un grupo de jóvenes de la Cancillería, de primer nivel.


Entre mis pares recuerdo especialmente al Embajador Alcibíades Hidalgo, mi colega cubano. Era solo unos pocos años más joven que yo. Parecía casi tímido. Sobrio en su persona. Discreto en sus opiniones. Pausado en sus juicios. Prudente, siempre.
Alcibíades, como tantos diplomáticos de Cuba, tenía sin embargo un aire claramente triste. Como si supiera que había en el mundo algo a lo que él no podía aspirar fácilmente: vivir pudiendo respirar diariamente el clima de la libertad. Así lo presentí. Una y otra vez.


Tanto, que lo invité a casa a comer solos, para que pudiera franquearse, si lo deseaba. Nunca lo hizo, abiertamente. Pero tuve -siempre- una sensación bien nítida: que deseaba hacerlo, pero no se animaba. Por razones fáciles de comprender.


De allí mi mezcla de sorpresa y absoluta confirmación de sospechas, cuando leí que Alcibíades -con sus ahora 56 años a cuesta- había llegado milagrosamente (como tantos miles de "balseros" cubanos, que prefieren enfrentar la muerte a vivir añorando la libertad) a los Estados Unidos. Como refugiado, entonces.


Después de que su balsa, tras tres días de "navegación", naufragara finalmente en el mar. Gracias a Dios, a la altura de los cayos, cercanos a la costa sur de la Florida. A pocos kilómetros de la tierra a la que pretendía llegar, que era su símbolo de liberación. En la que ansiaba vivir. Y fue rescatado por guardacostas norteamericanos, que le salvaron la vida. Como a tantos cubanos que escapan, sin solución de continuidad, a la tiranía de Fidel Castro. Que lleva ya 42 años haciendo padecer -interminablemente- al pueblo cubano.


No había sido su primer intento de fuga. Este fue, es obvio, el del éxito.


Alcibíades se había desempeñado antes, según cabe destacar, como miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Y como Jefe de Gabinete del propio Fidel. Además, fue designado embajador ante la ONU luego del mandato que allí correspondiera al hoy poderoso e influyente Ricardo Alarcón. Nada menos. Fue también Vice-Canciller. Y actuó representando a Cuba en sus frustradas aventuras militares y semi-terroristas "extra-muros". Me refiero al caso de Angola, concretamente. Y a, dicen, Nicaragua. Eran los tiempos en que Cuba trataba, con la ayuda de la Unión Soviética, de exportar el "milagro" comunista al resto del continente. Su utopía, hoy desenmascarada como tal. Apoyando con dinero, santuario, cooperación, armas y entrenamiento a los movimientos terroristas domésticos, en los que campeaba la ideología marxista. Como ocurriera en la Argentina, entre otros casos. Según lo ha reconocido -expresa y desenfadadamente- el propio tirano: Fidel Castro.


Al llegar, Alcibíades reconoció -sin vueltas- que el mayor trabajo de la Misión (ante la ONU) era el de "realizar tareas ilegales de espionaje e inteligencia, hacer contactos y robar toda la información secreta posible". La actividad diplomática -sostuvo- "era solamente un biombo". Como también siempre sospechamos. Confirmado, ahora.


También dijo que es posible que Cuba, pese a su negativa, esté -por lo menos- transfiriendo tecnología y conocimientos en armas biológicas a terceros. Para él es bien sugestivo que Fidel, justo ahora, cuando las acusaciones son públicas, le haya pedido la renuncia a Manuel Limonta, el máximo responsable del Centro Cubano de Ingeniería, Genética y Biotecnología". Removiéndolo asimismo del Comité Central del Partido Comunista, al que también pertenecía. Cual "chivo emisario". Como es la inveterada costumbre de Fidel cuando teme ser descubierto. O siente "venir la tormenta". Según atestigua, entre otros, el caso del malogrado General Arnaldo Ochoa, fusilado por Fidel en 1989.


Alcibíades comienza ahora una nueva vida. Distinta, realmente. A diferencia del ex Canciller Roberto Robaina, recientemente destituido por Fidel en medio de acusaciones confusas de corrupción, que sigue en la isla. Tan preocupado, como encerrado.


Atrás queda -para él- un enorme monumento a la "cultura" del totalitarismo: Cuba. Como lo definiría hasta el propio Marcuse. Donde el Estado, con visible temor a la libertad, controla férreamente todo. Hasta los rincones más íntimos de la vida de la gente. Todo, efectivamente.


Con el terror como sistema. Con la delación como instrumento. Y la cárcel por el delito de opinión, como dura realidad cotidiana. Con el prejuicio (camuflado siempre por una retórica que solo "suena" como lógica), en lugar de la razón, alimentando el "discurso" oficial.


Como decía otro conocido fascista, Mussolini, con "la nostra feroce volonta totalitaria". Aquella que, a través del miedo, transforma todo en una misma (única) y macabra "realidad". La definida -siempre- desde el totalitarismo oficial. Eliminando sistemáticamente, sin disposición democrática alguna, todo y cualquier vestigio de disenso. Y castigando duramente toda pretensión de ampliar el raquítico ámbito de las libertades individuales que está "permitido".


Alcibíades prefirió -está claro- arriesgar la vida a seguir en ese infierno. Vio de cerca la muerte, según narra la crónica de lo ocurrido. Y tuvo éxito.


Le deseo mucha suerte. La merece. Después de todo, estuvo dispuesto a todo con tal de respirar -alguna vez- la libertad. Como cientos de miles de cubanos. Muchos de ellos tuvieron éxito, conformando una diáspora maravillosa, que testimonia un milagro de fe y esfuerzo. El de quienes -a costa de todo- optaron por vivir en democracia.


Fuera de la Cuba de Fidel, naturalmente. Porque allí no se puede. Por ahora, al menos.

Emilio J. Cárdenas es Embajador, ex Representante Permanente de la Argentina ante la ONU.
Este artículo fue originalmente publicado en el diario La Prensa del domingo 18 de agosto de 2002.

Fundación Atlas 1853 (Argentina)

 


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