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21/09/2009 | La mala costumbre de la guerra

Carlos Duguech

De tanto enseñarnos en las escuelas que la Historia es una sucesión de batallas y guerras ganadas (o perdidas) al fin de cuentas hallamos que es natural que haya guerras. Hemos ido aprendiendo, poco a poco, y con el auxilio de una profusa información, sobre guerras y armas nuevas y métodos de destrucción masiva y competencia militar entre naciones e hipótesis de conflictos esgrimidas por unos y utilizadas por otros para justificar la carrera armamentista.

 

Llegamos casi insensiblemente a una banalización del horror, no importa quiénes sean sus víctimas ni qué se destruya. Sólo el número prevalece en las crónicas. Decenas, cientos, miles, millones. Ya hasta parece no importar esa disparada perversa de los números cuando necesitan de más de seis ceros para dar cuenta del resultado: 60,000,000 (tal vez algunos millones menos, no hay certezas absolutas) de los muertos en seis años de la Segunda Guerra Mundial. Una mortífera ``producción'' del accionar bélico: 10 millones de muertos por año, equivalente a que cada día de esos seis años de guerra, se perdía todo el pasaje y la tripulación de dos aviones Boeing 747 cada día, durante casi dos mil doscientos días de guerra.

Hablamos de números escalofriantes y olvidamos que cada uno de esos muertos es una historia de vida cortada violentamente de un solo tajo. Es un grupo familiar, una comunidad social devastada hasta la desarticulación más denigrante de la acción del hombre. Y sólo nos referíamos a los muertos, a los civiles no combatientes que sucumbieron en los bombardeos a ciudades, con bombas incendiarias, convencionales y atómicas, a los militares de unos y otros bandos. Pero es preciso mencionar a los mutilados en cuerpo y mente, a los desaparecidos, a los que deambularon por los campos de batalla arrastrando su propia historia ya sin sentido, a los judíos que por serlo eran para el nazismo carne de cañón por millones, a los palestinos huérfanos de patria, a los niños sin padres, patria ni futuro. Y también a los sobrevivientes vencedores o vencidos, veteranos de una vida entregada al abismo del abandono y la desesperación.

Esa es la guerra, aunque sostengan los economistas de turno que produce el más avanzado desarrollo de la tecnología (después) beneficiando a todas las ramas de la actividad humana. Es una verdad a medias porque no expresa la otra mitad: todos los recursos financieros, tecnológicos y humanos se sustraen de los presupuestos del verdadero desarrollo que implica el crecimiento de la sociedad en paz, con todas las potencialidades puestas al servicio de la mejor de las causas: el desarrollo humano, que es privilegiar el derecho a la vida, a la salud, a la educación, a la libertad plena y a la democracia. En suma, el derecho a la paz.

En estos tiempos, cuando la guerra fría quedó atrás con el desmembramiento de la Unión Soviética y la ascensión hacia el unilateralismo por Estados Unidos, lo que se suponía iba a ocurrir (una disminución del armamentismo) observamos por el contrario (en el mundo) la misma forma de encarar los conflictos por parte de naciones que aumentan y modernizan su equipamiento como preparación para guerras futuras. Hemos adoptado, para decirlo claramente, ``la mala costumbre de la guerra''. Es como una afirmación de aquella expresión del militar y teórico prusiano Carl von Clausewitz: ``La guerra es la continuación de la política por otros medios''. ¡Vaya política de plomo y muerte, inútil, muestra inexcusable del fracaso del hombre y de sus ideales!

Por ello, creemos que no hay mejor manera para erradicar la mala costumbre de la guerra que encaminar todos los esfuerzos hacia una ``cultura de paz'', como proclamó la UNESCO hace unos años. Desde los inicios de la educación y en todos los ámbitos de la actividad humana. Porque la guerra es el fracaso trágico de la capacidad del hombre de unir el raciocinio con el sentido y el respeto por la vida. Es el fracaso de los que sólo ven el mundo a través de la visión microscópica de su propio egoísmo.

Analista de política internacional y creador del programa ``Paz en el mundo'' (Radio Universidad-Tucumán-Argentina).

Miami Herald (Estados Unidos)

 



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