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26/09/2009 | La crisis, y sigue...

Sami Naïr

Si las interpretaciones sobre el significado de la crisis se han prestado a debate, las que conciernen a su evolución aumentan la confusión. A unos, les interesa hacer creer que lo peor ya ha pasado; los otros creen que todavía está por llegar. Pero hay una cosa evidente: en la gestión de la crisis no ha habido una verdadera coordinación entre las grandes economías del mundo. Y eso continúa.

 

Tras las promesas grandilocuentes de la cumbre del G-20 en Londres, en abril, los tímidos "resultados" de la de Pittsburgh del 24 y 25 de septiembre, son un crudo testimonio. La entrada en la crisis, en 2008, fue caótica. Los gobiernos, que supuestamente defienden el interés público, no vieron venir nada. Cada uno reaccionó por su cuenta, haciendo más difícil una acción común. La UE empezó, en principio, dando una imagen de desorganización absoluta: los británicos tiran de un lado y recuperan las virtudes de las nacionalizaciones, los franceses y los alemanes se contradicen sobre lo que hay que hacer, y la Comisión de Bruselas permanece atónita, golpeada por una parálisis repentina. Pero hay un único objetivo que comparten espontáneamente: salvar a los bancos, utilizar el dinero público para pagar los daños provocados por el capitalismo ultra especulativo.

A partir de ahora, se habla de "salida" de la crisis. Y sabemos que ésta pasa por la reactivación de la maquinaria económica. Pero los hechos son crueles. Si para salvar el sistema financiero hemos concedido, según la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (CNUCD), el valor total del 36% del PIB mundial y de aproximadamente el 48% del PIB de los países desarrollados, los planes de recuperación tan sólo representan un 4% del PIB mundial. Las ligeras recuperaciones que observamos -mantenimiento del crecimiento chino a un alto nivel, la más que honorable resistencia de India y Brasil, salida de la recesión de Francia y Alemania, recuperación del mercado del automóvil en EE UU y vuelta a una estabilidad relativa en Wall Street, etc...- eran pues previsibles. Pero el FMI sigue estando inquieto, y el desempleo, aumentando.

En cambio, se perfilan importantes recomposiciones geopolíticas a escala mundial. EE UU ha organizado su salida de la crisis apoyándose sobre un dólar muy débil, ya que la Reserva Federal ha dejado los tipos de interés sencillamente en cero, lo que implica seguir financiándolo a través del ahorro mundial, ahondar aún más la deuda pública y aumentar el déficit presupuestario. Esta estrategia, mantenida gracias al yuan chino que se ha situado en paridad con el dólar, implica crear una verdadera alianza estratégica entre las dos monedas para dominar el mercado mundial, hasta el punto de que empezamos a hablar de un eje americhino. ¿Asistiremos al nacimiento de un Directorio Financiero Mundial entre estos dos países, que actuaría paralelamente a las instituciones financieras internacionales? Naturalmente, y con legitimidad, rusos, indios y brasileños quieren que se les escuche. ¿Y Europa?, se preguntarán.

La crisis ha puesto en evidencia sus debilidades estructurales. La incoherencia de la actuación del Banco Central Europeo (BCE) ha sido la respuesta a la ausencia de coordinación política. El BCE ha empezado negando la crisis, luego, ante la amplitud de la catástrofe ha tomado medidas con cuentagotas, y sólo a principios de 2009 aceptó bajar el tipo de interés en la zona euro al 1,26 %. El efecto es que Francia y Alemania salen de la recesión gracias a la consecuente bajada del euro, pero ¿cuánto durará la solidaridad? Alemania quiere un euro débil porque exporta más; Francia, España e Italia necesitan un euro fuerte para su comercio exterior. La subida del tipo de cambio del euro abate, pues, en pleno vuelo los esfuerzos para salir de la crisis de los países exportadores. No es un secreto para nadie que la divergencia entre Alemania y la mayoría de países de la zona sobre el valor medio de esta moneda es el veneno que podría destruir todo el proyecto europeo. Porque el euro fuerte penaliza a los países exportadores y refuerza de hecho la competencia mundial del dólar americano y del yuan chino, dos monedas particularmente infravaloradas. Sólo un gobierno económico de la zona euro podría orientar al BCE hacia una estrategia monetaria más conforme con los desequilibrios entre los socios europeos; sólo este gobierno podría contribuir a la puesta en marcha de una fiscalidad común y de una regulación de la competencia social en Europa. Pero para crearlo, haría falta que las élites gobernantes tuvieran un proyecto político europeo común. Y éste no es el caso.

Traducción de M. Sampons.

El Pais (Es) (España)

 



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