La Organización de Estados Americanos (OEA) mandará el viernes una nueva comisión de altos funcionarios a Honduras, una victoria diplomática que en realidad esconde una aguda división interna.La misión está encabezada por el secretario de Asuntos Políticos, Víctor Rico, y su objetivo es preparar la segunda visita al país de un delegación de cancilleres y del secretario general, José Miguel Insulza, explicó la organización en un comunicado.
La visita previa de cancilleres y de Insulza, que se saldó con un fracaso, tuvo lugar el 26 de agosto.
Una comisión previa de cinco funcionarios fue rechazada el domingo a su llegada a Tegucigalpa, excepto uno de ellos, el chileno John Biehl, lo que provocó al día siguiente una reunión de emergencia del Consejo Permanente de la OEA.
El régimen de facto de Roberto Micheletti dio marcha atrás ese mismo día, pero el Consejo se mostró incapaz de condenar la expulsión de todas formas.
Los 33 representantes en el Consejo se perdieron durante diez horas en discusiones sobre si había que ``lamentar'' o ``condenar'' el trato que recibieron sus diplomáticos, retenidos durante horas en Tegucigalpa, o sobre la declaración del estado de sitio en el país centroamericano.
Al final, solamente se pronunciaron en contra Insulza, y el presidente en ejercicio, Pedro Oyarce.
De la euforia diplomática que supuso el rechazo al golpe de Estado en Honduras, hace tres meses, algo que generó total unanimidad, se pasó a un sonoro fracaso que suena como advertencia, según expertos.
``Creo que hay un enorme nivel de tensión, reflejo de lo que sucede en la región, y la situación en Honduras lo reveló'', explica Michael Shifter, vicepresidente del centro de análisis Diálogo Interamericano.
Paradójicamente, ese enfrentamiento estalló con la llegada de un nuevo gobierno demócrata en Estados Unidos y una nueva política hacia la región.
Para Jaime Daremblum, analista del Instituto Hudson y ex diplomático costarricense en Washington, el fracaso de la OEA era algo cantado tras la imparable ascensión de otros bloques en la región como la iniciativa ALBA y la Unasur.
``Lo que sucede es que Venezuela controla al menos 20 votos del Consejo Permanente, que son 14 del Caribe, cuatro del Alba, más Argentina y Paraguay'', asegura Daremblum.
``Es un problema interno de la OEA: todas las resoluciones se adoptan por consenso'', explicó.
El duro discurso del representante estadounidense, Lewis Amselem, que calificó de ``irresponsable e idiota'' el regreso al país del depuesto presidente Manuel Zelaya, no fue un exabrupto inesperado, sino el producto de cierta exasperación de Washington ante una situación que se escapa de las manos.
``Lo que dijo (el representante estadounidense ante la OEA) es totalmente coherente con nuestra preocupación de que ambas partes necesitan tomar una acción constructiva'', explicó un portavoz del Departamento de Estado, Philip Crowley, el martes.
Pero la sensación dentro y fuera del Consejo Permanente era que ese estallido era inevitable, tras meses de soterrados forcejeos entre delegaciones.
``Este es el aspecto más difícil para alcanzar una solución y pensar de forma pragmática'', explica Shifter.
Pero si la OEA quiere sobrevivir como entidad regional está inevitablemente abocada a la unanimidad en torno a la Carta Democrática, explica Peter DeShazo, director del programa América del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS).
``El Consejo Permanente rinde mejores servicios si se mantiene el objetivo del consenso y si continúa hablando con la autoridad que da ese consenso'', explicó este ex embajador de su país en la OEA.