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05/10/2009 | Lectura geopolítica de la decisión olímpica

Joaquín Roy

La elección de Río de Janeiro como sede olímpica de los juegos de 2016 promete generar numerosas interpretaciones, tanto en lo que respecta a las maquinaciones (secretas, contradictorias, sorpresivas) del Comité Olímpico Internacional, como a las consecuencias. Las dimensiones más fáciles que explican el premio concedido a la ciudad brasileña incluyen el hecho de que América del Sur no había cobijado unos juegos nunca.

 

El que los anteriores juegos fueron en Asia (China) y los siguientes en Europa (Londres), ponían presión para que el show se trasladara a otro continente. La prudencia en elegir a Chicago, como un endoso postelectoral a Obama, puede haber pesado en el ánimo de muchos miembros del COI. Unos juegos en Japón lucían como algo repetido.

Queda, aparte de la sólida candidatura de Madrid no suficientemente recompensada, la interpretación de por qué Río primero llegó a la finalísima, y luego se salió con el premio. En primer lugar, la llamada del exotismo y la mitificación de la urbe carioca como lugar de esparcimiento sin par han sido dos factores que han contado. Las escenas televisivas que se repetirán hasta la saciedad con el Corcovado y el Cristo captado desde miles de ángulos, al amanecer y a la puesta de sol, estaban en las retinas de los votantes y los patrocinadores.

A Brasil, sobre todo a su presidente Lula, le ha beneficiado el imparable impulso que ha tomado en la escena internacional, como comodín de todas las soluciones en un mundo confuso, peligroso y ansioso de nuevos liderazgos. Su membresía en los BRIC, codeándose con Rusia, Brasil e India, ha catapultado al gigante sudamericano al centro de la atención internacional. De ser el país del futuro eterno, se ha convertido en una realidad con la que se debe contar, a pesar de las envidias de Argentina, el doble mensaje de Venezuela y la incomodidad de México por haber sido expulsado (geográficamente justificado) de Sudamérica, nueva identificación del subcontinente según el léxico de Brasilia.

Una de las interpretaciones erróneas va a ser considerar el resultado como una derrota política del presidente Obama. Exagerado resultado criticarlo por tomar el riesgo de asistir como director de orquesta a la ceremonia. En primer lugar, porque se trataba de la candidatura de su ciudad adoptiva. En segundo lugar, su ausencia hubiera sido un insulto a las demás ciudades, representadas al máximo nivel. La presencia no podía ser delegada.

En fin, ¿pierden Estados Unidos y Obama con el triunfo de Brasil y Lula? Todo lo contrario. Si para Brasil el triunfo es apoteósico, para Estados Unidos la derrota es relativa. Tiene y tendrá otras oportunidades y empresas más importantes. Perder en Copenhague es asumible. Para Río el triunfo es llegar a la cima.

Ahora el gobierno norteamericano tiene a su alcance seguir por la senda de apoyo a Lula (y sus sucesores) como valedor, intermediario y fiable aliado en las difíciles asignaturas pendientes que la agenda de Washington tiene delante. El reforzado protagonismo de Brasil en el mundo le va a liberar de numerosos trabajos incómodos. Brasil ya puede ayudar a Washington en tratar con algunos díscolos regímenes latinoamericanos, puede servir de socio en empresas en el resto del llamado tercer mundo y al mismo tiempo insertarse con ``moderado'' en un trío impredecible de los gigantes asiáticos y Rusia.

Ahora bien, lo que queda pendiente es si la nominación de Brasil de veras va a beneficiar tanto a sus dirigentes como al país en general. No cabe duda de que, incluso a mediano plazo, la lluvia de inversiones y gastos estatales en infraestructuras propulsarán la economía brasileña, que ya debería salir pronto de la recesión. La bonanza se acrecentará con la celebración de la Copa Mundial de fútbol en 2014, un aperitivo de los juegos olímpicos. La fiesta estallará, por fin en 2016, como una clausura de carnavales sucesivos.

Pero las miradas se posarán sobre las carencias terribles de la sociedad brasileña. Los observadores se preguntarán si los acontecimientos servirán para reducir la grieta de ingresos, los niveles desproporcionados de educación, y la criminalidad que divide a sus ciudades en zonas irreconciliables. Los sucesores de Lula deberán elegir entre el fácil maquillaje de los problemas (construcción acelerada de viviendas, aumentos de las plazas escolares) o la transformación seria de unas estructuras que amenazan perennemente a que el gigante se desplome sobre unos pies de arena de Copacabana.

a alegría de hoy y la samba de semanas pueden convertirse en remordimiento y tristeza por nuevas oportunidades perdidas. Ni Brasil ni el resto de América Latina se pueden permitir el lujo de un fracaso insertado en este escenario. Estados Unidos habrá perdido también una nueva nominación olímpica.

jroy@miami.edu

Catedrático Jean Monnet y dtor.

Centro Unión Europea, Univ. de Miami.

Miami Herald (Estados Unidos)

 


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