Y es que este magnífico concepto de heterogeneidad sólo es posible comprenderlo en toda su dimensión humana en la misma medida en que comprendemos, digerimos e interiorizamos el concepto de democracia como un estilo de vida en donde además de los procesos electorales transparentes añadimos la tolerancia hacia las ideas, credos, simpatías y militancias del prójimo como un eje esencial de la vida política de un país o de una sociedad. Cuando una posible agrupación de seres humanos habla de democracia pero es incapaz de aceptar a las personalidades autónomas y a la misma pluralidad ideológica, simplemente está expresando contrasentidos del lenguaje. El caso histórico reiterativo es que los totalitarios hablan de democracia cuando les conviene o se encuentran en la llanura; pero son tremendamente autoritarios e intolerantes una vez que alcanzan las graderías del poder alegando que las únicas verdades existentes son las de ellos o ellas. Esta es una lección que debieran aprender con mayor lucidez y profundidad todos los ciudadanos que en esta jornada histórica han hecho posible el repunte de las instituciones republicanas y democráticas. A los niños y jóvenes debiera enseñárseles en las aulas, mediante decreto legislativo, la cátedra de democracia universal. De lo contrario se correrá el riego de caer en nuevas tentaciones seudomesiánicas, en un futuro relativamente próximo. 

 Los hondureños debemos convertirnos, de ahora en adelante, en vigías permanentes de los valores pluralistas derivados de la institucionalidad democrática que, como todos lo sabemos, ha sobrevivido a un cataclismo estructural-coyuntural con inmensos sacrificios físicos y espirituales de una colectividad que bajo estas circunstancias inéditas ha actuado con desapego poniendo por encima los interese vitales de la nación. Si bien es cierto un partido político ha salido ganancioso del proceso electoral, el éxito global proviene de diversos sectores independientes, individuos pensantes y agrupaciones políticas que al margen de la publicidad pusieron sus manos en el fuego con el fin de mantener intacta la soberanía de la nación y el estilo de vida occidental.

 Una vez reconocido lo anterior debemos volver a la carga con la idea de la democracia integral, en el sentido que la luz del bienestar social, ya sea como acto o como potencia, debe iluminar a todos los hondureños por igual. No puede haber democracia sin un proyecto económico nacional que tenga como prioridad crear bienes de capital y riqueza colectiva mediante la implementación de industrias exitosas de todo nivel (las “Mipymes” por ejemplo), a fin de reducir las horribles desigualdades sociales que ubican a Honduras en el cuarto lugar de las injusticias latinoamericanas. Cualquier perorata “macroeconomista” que en la esfera de los planes gubernamentales y en el terreno de los hechos prácticos desconozca esta realidad interna del país, debe ser criticada sin contemplaciones por aquellos ciudadanos pensantes que desde una visión constructiva deseen lo mejor para Honduras y los hondureños.