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20/08/2005 | La Agenda de Lisboa y la estrategia competitiva

Hans Labohm

" ¿Por qué es tan importante la innovación? Es el motor del crecimiento de la productividad, así como el del desarrollo económico y social. En un mundo competitivo, la prosperidad nacional depende de la habilidad de la sociedad para revitalizarse".

 

Éste siempre ha sido el caso. Pero hoy es incluso más importante, a la luz de nuevas tendencias, incluyendo el envejecimiento de la población con la consiguiente reducción de la mano de obra y las dramáticas posibilidades en el competitivo mundo de las relaciones, a causa del ascenso de jugadores poderosos como China o la India. Competir con ellos en materia de coste de fabricación será poco menos que imposible. En consecuencia, si las viejas economías desarrolladas quieren mantener su puesto en el orden mundial, tendrán que impulsar la innovación.

Esto también es subrayado en la Estrategia de Lisboa de la UE, presentada en marzo del 2000. La cumbre de Lisboa de ese año estaba diseñada para marcar un punto de inflexión en la política empresarial y de innovación de la UE enfocada a la integración de las políticas sociales y económicas, con iniciativas practicadas para reforzar la capacidad de investigación de la UE, promover la iniciativa y facilitar la toma de las tecnologías de la sociedad de la información. Su objetivo era en última instancia convertir a Europa en "la economía basada en el conocimiento más dinámica y competitiva del mundo en el 2010, capaz de crecimiento económico sostenido con más y mejores puestos de trabajo y mayor cohesión social".

 

Sin embargo, una revisión a mitad de camino de esta estrategia por un grupo de expertos de alto nivel presidido por el ex primer ministro holandés, Wim Kok, reconoció que estos objetivos no serán logrados. El informe Kok presentaba una imagen brillante del progreso hecho a lo largo de los primeros cinco años de la estrategia, afirmando que "el decepcionante resultado" se debe a "una agenda sobrecargada, pobre coordinación, y prioridades en conflicto". Sin embargo, el informe echaba casi toda la culpa a la falta de voluntad política manifestada por los estados miembros.

 

Para recabar suficiente apoyo, los textos políticos como el de la Estrategia de Lisboa siempre son resultado del toma y daca. Eso los hace ambiguos en cierto sentido. La derecha política estaba satisfecha por la parte del "crecimiento político", mientras que la izquierda celebraba la parte de "los mejores empleos y la mayor cohesión social". A primera vista, parece como si la dimensión social hubiera prevalecido durante los últimos cinco años. Los intentos de los diversos países de la UE por introducir reformas, especialmente en el mercado laboral, por promover el crecimiento y el empleo, han brillado por su ausencia, porque eran considerados una amenaza para los "derechos adquiridos" de la mano de obra.

 

Eso es triste, porque garantizar esos derechos exige un nivel adecuado de competitividad en las empresas implicadas. Hasta la fecha, ha sido imposible convencer a los sindicatos comerciales europeos de que "los derechos adquiridos" no juegan ningún papel en absoluto si los consumidores expresan su preferencia por ciertos bienes y servicios en el mercado. Sólo quieren comprar si la relación precio/calidad de sus bienes y servicios les convence. En otras palabras, la preservación de "los derechos adquiridos" sólo puede lograrse si los productores, que en última instancia tienen que garantizarlos, no los gravan en el mercado.

 

La federación de industrias europeas y trabajadores, UNICE, ha señalado que el fracaso de la UE a la hora de hacer progresos hacia los objetivos de Lisboa se debe principalmente a la insuficiente reforma económica de los estados miembros. En particular, la industria cree que los excesivos costes y las regulaciones obstaculizan el crecimiento de la competitividad de Europa. UNICE ha hecho en consecuencia un llamamiento a "liberar a Gulliver" cortando la cinta roja de los negocios. Para la industria, el enfoque debe centrarse en: mejor regulación con garantía empresarial compulsada para las nuevas propuestas legislativas; reforma de los sistemas de seguridad social; inversión creciente en investigación y desarrollo e innovación por parte de los estados miembros, las universidades y la industria; reducciones de los niveles fiscales de las compañías; mejor educación de la iniciativa; regulación más flexible de los mercados laborales e implementación de una legislación interna del mercado.

 

Los sindicatos comerciales europeos, por otra parte, rechazan lo que designan como una aplicación unilateral de la estrategia de Lisboa para legitimar "enfoques de política neoliberal". Quieren que la Estrategia de Lisboa se implemente de un modo que sea económica, social y ecológicamente "equilibrado".

 

Es difícil, por no decir imposible, reconciliar estos puntos de vista opuestos entre sí. El resultado es la parálisis.

 

Hasta la fecha, la reforma estructural, incluyendo la reforma del mercado laboral, ha fracasado estrepitosamente en Europa. Un modo alternativo, y políticamente menos controvertido, de promover el desarrollo económico es la política de innovación. Pero la cuestión es cómo. A duras penas puede uno escapar de la sensación de que, en equilibrio, la reacción de Europa a pies juntillas ante su déficit en innovación es activismo gubernamental más que menos. Es gestionado como un proceso vertical en lugar de un proceso horizontal, donde las empresas privadas llevan la iniciativa. Los franceses son especialmente dados a presentar nuevos proyectos públicos grandes, como Concorde o Ariane en el pasado.

 

Siguiendo el ejemplo de Finlandia, varios países europeos han establecido comisiones oficiales para servir como plataformas de innovación. Estas comisiones comprenden inicialmente todo tipo de personas importantes, incluyendo CEOs de negocios con éxito. Pero trabajan bajo un par de cortapisas. Quizá el más fundamental sea que carecen de información. Como explicó Hayek una vez, no existe un mostrador central de información en la sociedad. La información existe "como fragmentos dispersos de conocimiento incompleto y frecuentemente contradictorio que poseen todos los individuos separados".

 

Pero también hay fallos más mundanos, por ejemplo, la asistencia. Las reuniones inaugurales comienzan a menudo con gran fanfarria, pero después se instala el absentismo. Los miembros más prominentes de la comisión a menudo abandonan la participación en las reuniones posteriores en manos de algún representante, por no decir todos. Después de todo, ellos sí que tienen la responsabilidad de cara a sus accionistas, a los que no les gusta que empleen su tiempo en iniciativas nebulosas que no van a impulsar directamente sus beneficios.

Además, este tipo de comisiones difícilmente van a ser capaces de atraer a cualquier innovador con iniciativa, que están a menudo demasiado ocupados trabajando en sus proyectos. Principalmente, a las reuniones asisten funcionarios civiles obligados, que por supuesto carecen de cualquier comprensión de la materia. Si la tuvieran, serían emprendedores de éxito. Así que, al final, este tipo de comisiones son "Fremdkörper" (alienígenas) en una economía de mercado, y están casi siempre abocadas al fracaso.

 

Esto no significa que sean completamente inútiles. Pueden ser capaces de eliminar ciertas barreras institucionales a la innovación, por ejemplo la financiación de la educación y la investigación genérica, así como los impedimentos de procedimiento a la hora de reclutar expertos altamente cualificados del extranjero. Lo que es más importante, promueven un cierto nivel de disponibilidad y sensibilidad entre los participantes, que pueden aprender lo que es bueno y lo que es malo para la innovación. Pero no pueden detener la creciente degradación del entorno empresarial, a causa del cambio perjudicial en el equilibrio entre incentivos y desincentivos económicos que Europa lleva afrontando desde las últimas décadas.

 

En otras palabras, si Europa quiere aún cumplir sus autodeclarados objetivos de Lisboa en el futuro, tendrá que llevar a cabo reformas en sus mercados laborales, la liberalización de su sector servicios, la reducción de los impuestos de las compañías y establecer un nivel adecuado de educación e investigación, en lugar de embarcarse en toda suerte de proyectos públicos faraónicos en nombre de la innovación.

Hans H.J. Labohm, Senior Visiting Fellow, Nederlands Instituut voor Internationale Betrekkingen Clingendael.

Diario Exterior (España)

 



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20/06/2005|

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