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30/08/2005 | Arabía Saudí: la exacerbación del fundamentalismo

Walid Phares

"Los saudíes comprendieron el mensaje de bin Laden, pero tenían dos críticas distintas con las que bregar: la primera de Estados Unidos, culpándoles de dos décadas de enseñanza wahabí y observando la ciudadanía de 14 de los secuestradores del 11 de Septiembre; y la otra de jihadistas internacionales, que advertían de no implicarse en la Guerra contra el Terror, por no decir participar en la Guerra de Irak".

 

"Y recordad", decía Osama bin Laden en su grabación del 11 de febrero del 2003 a al Jazira, "aquellos que tratan con infieles, serán tratados como infieles". El amo de al Qaeda, enfadado con sus antiguos amigos de los años ochenta, atacaba a los saudíes por no suspender sus relaciones con Estados Unidos y sus aliados.

 

En este importante discurso, el hombre que ordenó las masacres del 11 de Septiembre contra los odiados kuffars (infieles en árabe) quería ver a la monarquía saudí cortando todos los vínculos con Washington. Así, mientras el Presidente Bush establecía su famosa equiparación de estar con nosotros o con los terroristas, al Qaeda copiaba sus palabras amenazando: "O estás con los infieles o con nosotros".

 

Los saudíes comprendieron el mensaje de bin Laden, pero tenían dos críticas distintas con las que bregar: la primera de Estados Unidos, culpándoles de dos décadas de enseñanza wahabí y observando la ciudadanía de 14 de los secuestradores del 11 de Septiembre; y la otra de jihadistas internacionales, que advertían de no implicarse en la Guerra contra el Terror, por no decir participar en la Guerra de Irak.

 

Desde el otoño del 2001 hasta la primavera del 2003, Riyadh intentó sobrevivir a estos dos mensajes opuestos. Sus portavoces en Washington practicaron todas sus habilidades en relaciones públicas para esquivar las preguntas en la materia. Adel al Jubair, el diestro mediático, despreció a los críticos mediáticos y legislativos un centenar de veces, afirmando "estamos en la Guerra contra el Terror tanto como vosotros".

 

Pero siendo prácticos, los clérigos salafíes continuaron elogiando a al Qaeda y a al Jazira dentro del reino, amplificando sus voces por todo el mundo musulmán. El príncipe de la corona, Abdaláh, prometió guerra contra el terror al tiempo que sus emires religiosos llamaban a la jihad contra Occidente. La guerra de Irak no ayudó en absoluto.

 

El enfoque pragmático saudí podría haber tenido éxito -- antes del 11 de Septiembre. Pero América ha cambiado, y su público pasó a ser más receloso de todo el laberinto fundamentalista. Riyadh se opuso a la guerra, pero intentó encontrar soluciones interinas. Washington exigía una respuesta del aliado al que una vez salvó de Saddam. Pero los wahabíes de los palacios tenían miedo de los wahabíes de las mezquitas. Los diplomáticos saudíes susurraban a los oídos occidentales "ir a la guerra provocará ataques de terroristas". Pero no ir a la guerra en Irak tampoco ayudó a los saudíes.

 

Los gobernantes de Arabia Saudí rehusaron participar en los esfuerzos bélicos. Prohibieron el uso norteamericano de su espacio aéreo, terrestre y portuario. Además, el emir Abdaláh abrazó al segundo hombre más poderoso de Irak, Izzat el Dine Ibrahim, en una cumbre árabe en Beirut. Si fuera un panarabista clásico, habría alabado la "fraternidad árabe" exhibida abiertamente por el reino. Pero este espasmo de antiamericanismo leve, o más exactamente, de resistencia saudí a la Administración Bush, no ganó a Riyadh la aprobación de al Qaeda.

 

"No es bastante", gritaban los jeques radicales en al Jazira. "Al Saud debería haber hecho más por lisiar a América". Una serie de notas, difundidas por páginas web de al Qaeda, acusaban a los saudíes de no utilizar "el arma formidable de Alá". Ayman al Thawahiri aclaraba: "La familia real saudí debería haber cerrado todo el suministro petrolero a Estados Unidos. Podrían haber hundido a los americanos, igual que hicimos nosotros el 11 de Septiembre en Nueva York y Washington", decía el segundo de abordo de al Qaeda. En pocas palabras, los neowahabíes han condenado a los wahabíes.

 

En mayo del 2003, un ataque importante golpeó un complejo del capitolio saudí. Esto era inaudito, dado que Arabia Saudí estaba considerada un oasis de seguridad. Muchos en Occidente se dieron prisa en juzgar. La BBC, el New York Times y otras agencias concluían que la organización de Bin Laden perdía los estribos. "Cuando al Qaeda ataca a musulmanes, significa el final", concluían algunos analistas. La conclusión fue demasiado rápida, dado que al Qaeda estaba planeando atentados de precisión. La mayor parte de las víctimas eran extranjeros, elegidos cuidadosamente como "infieles". La red islamista podría haber elegido fácilmente un mercado público, igual que hace Hamas en Israel. En su lugar, al Qaeda eligió un objetivo de interés para la jihad: los no musulmanes. El motivo es obvio. Los acólitos de Bin Laden están matando cristianos y budistas, y están acorralando políticamente a la familia saudí.

 

El wahabismo estatal siempre ha animado o al menos tolerado nociones tales como matar a los kafir o infieles. Los neowahabíes de al Qaeda llevaron este concepto al extremo. Matar infieles es ideológica y políticamente correcto. Expulsar a los kafirs de la Península Arábiga podría ser tolerado con referencias religiosas, ofrecidas graciosamente por los clérigos radicales. "Seguimos vuestras enseñanzas", parecía ser el lema terrorista para los saudíes. Los segundos, acorralados, internacionalmente desconcertados, sólo tenían un camino de salida de la vorágine: perseguir a las células.

 

Y así lo hicieron durante el verano del 2003. La escalada se incrementó. Las fuerzas de seguridad saudíes combatían a mujahedines armados en La Meca, Medina y Riyadh, y los grupos terroristas implicaban a la policía y a la Guardia Nacional. Al Qaeda comprendió la debilidad de al Saud. No pueden atacar la ideología de al Qaeda. Como escribí en Time Magazine el pasado otoño, "el wahabí saudí no puede cortar las raíces sobre las que se asienta".

 

En octubre, Osama bin Laden publicó el discurso del estado de la jihad. En él, condena al régimen apóstata. Los ejércitos neowahabíes decidían arremeter contra los viejos clanes wahabíes: por decirlo a las claras, al Qaeda decidía engullir al Saud. Desde una caverna en algún lugar entre Afganistán y Pakistán, la mayor autoridad mundial del terror jihadista señalaba a sus hombres de la península que había llegado el momento. Hacia noviembre, un ataque masivo tuvo por objetivo el complejo al Muhayya de Riyadh.

 

Una vez más, la mayor parte de la prensa publicaba titulares como "Matar árabes señala el caos dentro de al Qaeda". Una vez más, los autores de estos análisis fracasaban miserablemente a la hora de comprender lo que sucedía realmente. La mayor parte de las víctimas, incluyendo niños quemados vivos, eran infieles. Niños que hablaban árabe, sí, pero no musulmanes aún así. Un comunicado de al Qaeda aclara las intenciones: "Hemos castigado a esos cristianos libaneses por lo que han hecho a los musulmanes del Líbano", escribía el portavoz del grupo.

 

La monarquía está la cuerda floja, sus emires prometen castigo, pero su talón de Aquiles queda ahora revelado. El ministro del interior, Nayef bin Sultán, amenaza a los terroristas y a sus mentores radicales, "a los que conocemos bien", dice. Pero aún no se pronuncia una palabra acerca de las motivaciones ideológicas de los autores materiales. Suena como si las palabras de al Qaeda fueran más letales que sus brutales acciones. Acusar a los saudíes de apostasía y colaboracionismo con los infieles es igual de peligroso, por no decir más, que todos los disparos y las explosiones. En las salas de chat que visité, el debate resonaba. Los neowahabíes desbordaban a los wahabíes clásicos. Muy pocos participantes defendían al régimen, mientras que muchos aprobaban a al Qaeda.

 

A comienzos del 2004, Abdul Aziz al Maqri, comandante regional de al Qaeda, inició su ofensiva de primavera. Con al Zarqawi machacando Irak y amenazando a Jordania, la jihad en Arabia Saudí cruzaba una línea tras otra. Los hombres de Al Maqri atacaban el cuartel general de la seguridad saudí y aterrizaban finalmente en Khubar, la capital del petróleo saudí. Con elevada precisión ideológica, los terroristas golpearon dos veces: primero contra el nervio sensible de la red de petrodólares, y después contra "los infieles". En un siniestro recordatorio de la masacre Nazi contra los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, los hombres armados aplicaban las enseñanzas del wahabismo: "El mundo se divide en dos: musulmanes e infieles". La etnia o el lenguaje ya no sirven más. Durante las masacres, un cristiano jordano y una familia de cristianos libaneses tuvieron que mentir acerca de su religión para evitar su ejecución.

 

El mundo árabe criticó unánimemente estas operaciones y permaneció firme junto al régimen saudí. Pero en el submundo de los clérigos radicales y los jihadistas, la "amalya" (operación) fue un éxito. Algunos imanes online (o así se definen) pidieron más y más, hasta que la monarquía retorne "al mandato de Alá".

 

Para los americanos, y para muchos otros en la comunidad internacional, es difícil captar los matices del paradigma wahabí. Un día, en clase se me preguntó: "Si el wahabismo quiere un estado fundamentalista, ¿qué quieren los neowahabíes?" Contesté sin vacilar: los neowahabíes lo quieren ya, y a cualquier precio.

 

Los ataques de Khubar y los sucesos que han ocurrido en el reino rico en petróleo no son sino la cruda realidad del tétrico mundo del fundamentalismo: cuando se obstaculizan las reformas, el fundamentalismo adopta formas incluso más radicales de las que tenía en el pasado.

Walid Phares nació y se crió en el Líbano, y cursó estudios de Derecho y Ciencias Políticas en las universidades Jesuita y Libanesa de Beirut. Posteriormente obtuvo un Master en Derecho Internacional de la Universidad de Lyon en Francia, y un Doctorado en Relaciones Internacionales y Estudios Estratégicos de la Universidad de Miami. Es profesor de Estudios de Medio Oriente y Conflictos Étnicos y Religiosos, y experto en temas relacionados con el islam político, la jihad y el choque de civilizaciones. Se desempeña como analista político para varios importantes medios de comunicación como CNBC y MSNBC y es columnista regular en varias publicaciones internacionales.

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