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14/09/2005 | Examen de las últimas elecciones en Egipto

Amir Taheri

"El resultado más importante del acto de Mubarak es que en todas las futuras elecciones de Egipto, el votante tendrá una elección genuina a tomar. Se ha roto un tabú de seis décadas de antigüedad: ahora el propio líder puede ser abiertamente desafiado".

 

Finalizada la campaña electoral presidencial egipcia, todo parece dispuesto para una victoria convincente del Presidente titular Hosni Mubarak. Aunque es poco probable que gane un quinto mandato de siete años con el 99% usual del electorado, ni siquiera sus competidores esperan verle retirarse para escribir sus memorias.

 

¿Significa esto que las elecciones de hoy deberían ser desechadas bien como una mascarada o como algo irrelevante? La respuesta es un claro No.

 

Ciertamente, las elecciones no tienen lugar en condiciones ideales. Para empezar, el cambio en la ley electoral que permite una competición multipartidista apenas se anunciaba en febrero, dejando poco tiempo para que la oposición se organizase. No existe ningún mecanismo para una monitorización fidedigna. Dado que la ley prohíbe la presencia de observadores extranjeros, el único grupo no partidista en el escenario consiste en una pequeña fuerza de voluntarios movilizados por una coalición de organizaciones no gubernamentales.

 

La decisión del gobierno de limitar el gasto de campaña a menos de apenas 90.000 dólares americanos también significa que los candidatos de la oposición que carecen de acceso a los medios de comunicación de masas propiedad del estado tendrán las cosas difíciles para darse a conocer, por no decir explicar sus programas a una nación de más de 70 millones de personas.

 

Puesto que la fecha final para registrarse en el censo fue el pasado diciembre, antes por lo tanto de que se anunciara la reforma, muchos que hubieran votado en unas elecciones con varios candidatos bien pueden haber decidido no registrarse en absoluto. Otro problema añadido es la exclusión de casi 2,2 millones de expatriados egipcios por todo el mundo que podrían haber favorecido a los candidatos de mentalidad más reformista.

 

La lista de problemas podría continuar. Y, aún así, no hay duda de que el ejercicio representa una evolución positiva relevante en la política egipcia. Mubarak merece el crédito de coger el toro por los cuernos y, en lugar de despreciar la democratización como una idea ajena que los árabes deberían evitar, se ha comprometido con un proceso de reforma que podría convertir Egipto en una democracia en ejercicio.

 

Uno puede juzgar que el camino de reforma fijado por Mubarak es demasiado lento. Pero sería erróneo despreciar la importancia del hecho de que ha legitimado la democracia como aspiración nacional. La decisión de Mubarak de permitir elecciones con varios candidatos fue importante por otro motivo. Puso punto final a una tradición, de más de medio siglo de antigüedad, de permitir que una camarilla de figuras de alto rango en el ejército eligiera al líder de la nación en secreto y después hicieran que fuera aprobado por el parlamento.

 

Los opositores del presidente Mubarak han tenido la gran oportunidad de especular acerca de su sinceridad al abrir la esfera política. Lo que importa en política, no obstante, no es el motivo, sino los resultados de un acto. El resultado más importante del acto de Mubarak es que en todas las futuras elecciones de Egipto, el votante tendrá una elección genuina a tomar. Se ha roto un tabú de seis décadas de antigüedad: el propio líder puede ser abiertamente desafiado, siendo decidido su futuro por los votantes, en lugar de los jefes del ejército.

 

Se ha hablado mucho del hecho de que la nueva ley electoral no permite que los candidatos se presenten como independientes. Un examen más de cerca, sin embargo, muestra que la decisión no es tan perjudicial como algunos afirman. Puesto que obliga a los egipcios a organizarse en partidos, concede así a la vida política en evolución algunas de las estructuras que necesita. También evita que los grupos religiosos fundamentalistas se hagan pasar por organizaciones políticas detrás de este o aquel candidato independiente falso.

 

Al juzgar el ejercicio egipcio, es importante no perder de vista el contexto regional. La mayor parte de los regímenes árabes que se etiquetan como repúblicas son destacamentos despóticos que o bien carecen de proceso electoral, o la victoria aplastante está normalmente garantizada para el titular.

 

Aunque la evolución democrática de Egipto se encuentra en sus primeras etapas, hay espacio para el optimismo. Uno de los muchos resultados desastrosos del golpe de estado militar de 1952 fue la destrucción de la clase media egipcia en nombre de una fascinación equivocada por las ideas pseudo-socialistas. Miles de familias de clase media huyeron del Egipto post-golpe de estado y muchos de los que se quedaron se hundieron en la pobreza y la insignificancia política.

 

Durante las dos últimas décadas, sin embargo, gracias en gran medida a la liberalización económica, ha cobrado forma en Egipto una nueva clase media urbana.

 

Su impacto fue ya significativo en las esferas cultural y económica. La apertura de la arena política le permitirá ganar mayor poder de decisión también en la legislación. De hecho, estas clases medias merecen parte del crédito de las reformas modestas anunciadas hasta la fecha. El grupo disidente conocido como Al-Kifayah (¡Basta!), que sacó a Egipto de su estupor convocando manifestaciones a diario en El Cairo, desempeñó un papel relevante acelerando las reformas haciendo uso de la proporción de su fuerza numérica.

 

Transformar Egipto de un estado árabe típico gobernado por el ejército y la élite de seguridad en una entidad política democrática moderna en la que las nuevas clases medias abiertas a la globalización lleven la iniciativa no es fácil. Los hábitos culturales del despotismo precisan de mucho tiempo para disiparse, y muchos egipcios son genuinamente aprensivos al cambio.

 

La campaña lectoral, la primera competición pluralista por el poder en la historia reciente de Egipto, ha desvelado muchos hechos esperanzadores. Principalmente la madurez, la amplitud de miras y la buena voluntad manifestada por todos los candidatos. Ninguno fue tentado por los demonios del populismo barato. Y ninguno intentó agitar las emociones de la gente apostando por figuras antiguas de xenofobia y odio a otros. Tampoco hay señales del feudo religioso, incitando a los musulmanes contra los Coptos (cristianos egipcios), como muchos enemigos de la democracia habían predicho.

 

En esta simple carrera por la democracia, los egipcios manifestaron un destacado grado de consenso en un buen número de temas importantes, siendo el más relevante de ellos la necesidad de mayores reformas. Casi todos los candidatos apoyaban la paz con Israel, la amistad con las principales democracias occidentales y el desarrollo de un modelo liberal económico. Nadie argumentó en favor de alguna versión de los sistemas de mando económico desacreditados o del control por parte del estado, que dominaron el pensamiento de la élite egipcia entre 1952 y 1977. Tampoco hubo ninguna señal de deseo de ver a Egipto adoptar un sistema teocrático en nombre de "un retorno al islam".

 

Muchos en la élite dominante habían criticado las reformas de Mubarak como una maniobra que podría permitir a los genios malignos salir de la botella. Hasta la fecha, sin embargo, los genios que han salido de la botella parecen ser benignos.

Diario Exterior (España)

 



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