Las banderas y los cánticos parecían ser los mismos que se han escuchado durante estos últimos cinco años en el mismo escenario cada 14 de febrero. «¡Hurriyya, siyada, istiqlal!» (¡libertad, soberanía e independencia!) clamaban grupos de chavales envueltos en la bandera azul que identifica al partido que sostiene a Saad Hariri. Ése fue el grito que acabó con 29 años de presencia siria en el país árabe.

Sin embargo, por primera vez aparecieron activistas cuya presencia en la Plaza de los Mártires distaba mucho de ser un refrendo hacia los líderes políticos que se dirigían a la multitud. «¿Dónde está mi voto?», se leía en una de las pancartas que exhibía un grupo de féminas de clase alta que intentaba recuperar el eslogan que hicieron famosas las protestas iraníes. Otro de los mensajes era incluso más belicoso. «¿Qué habéis hecho con la sangre de nuestros mártires?», inquiría.

Como Alia Souhaid, una de las mujeres que portaba uno de estos cartelones, numerosos asistentes a la manifestación -que reunió ayer a decenas de miles de personas en el centro de Beirut- hicieron explícito su desencanto ante el giro político que ha adquirido la llamada Revolución del Cedro, que propició el asesinato de Rafic Hariri el 14 de febrero del 2005.

Las inusuales críticas y el mismo tono «aséptico» de los discursos que emitieron los políticos presentes en el acto -incluido el primer ministro Saad Hariri- confirmaron la progresiva crisis de identidad que afronta la alianza que se estableció tras aquel magnicidio, el llamado movimiento del 14 de Marzo.

Pese a la victoria de la alianza dirigida por Hariri en las elecciones legislativas de junio, el jefe de filas suní decidió establecer un gobierno de unidad nacional con los partidos afines a Hizbulá que quedó constituido en noviembre, recuperando el estilo de consenso que caracterizó durante años a su padre. Esta decisión y su posterior acercamiento a Damasco le han reportado notables críticas entre algunos sectores de la coalición del 14 de marzo.

Para Ziyad Makhoul, un columnista del diario local L'Oriente Le Jour, «la alianza del 14 de marzo es hoy de una pobreza patética, ha dilapidado en pocas semanas la fortuna política, moral y popular más colosal que se haya visto».

El propio Hariri no eludió esta polémica iniciativa en su discurso. «Algunos dijeron que, a nivel personal, sufrí una gran pérdida, pero lo que cuenta es el beneficio nacional. Fue un paso histórico», aseguró Hariri al referirse a su desplazamiento a Siria en diciembre, que selló su reconciliación con Bashar al Asad, a quien había acusado de asesinar a su padre. En una entrevista emitida el viernes por su propia emisora Futur TV, Hariri reconoció que «ha pasado página» en su turbulenta relación con Damasco.

Muy lejos parecen quedar ya los alegatos incendiarios que se escucharon en este mismo lugar en años precedentes. Palabras como las que dirigió el druso Walid Jumblat -el principal animador del 14 de marzo- contra el jefe de Estado sirio, al que tachó el 14 de febrero del 2007 de «serpiente, déspota, bestia, mentiroso y criminal».

Este año la presencia de Jumblat pasó casi inadvertida. No pronunció discurso alguno y tuvo que acudir en compañía de Hariri para evitar cualquier desplante tras el anuncio que hizo en agosto de que abandonaba el 14 de marzo.

Como explicó el analista Paul Salem, esta agrupación ahora ya no es «sino una versión edulcorada de lo que fue en el 2005».